sábado, 29 de mayo de 2021

La hermandad de la luna 3.5

Por consejo de Carlos y Adán, Frank asiste al AMW al atardecer para entrenar, luego tomar un baño, luego cenar, luego regresar a La Luna para cumplir su turno de vigilancia. El muchacho decide empezar por la actividad número uno. Hoy toca piernas, así que lo primero que hace es montar la bicicleta estacionaria y pedalear por diez minutos. Mientras lo hace, siente cómo sus bien desarrolladas extremidades inferiores se congestionan más y más. A mitad de ejercicio, un amigo de su cuadra monta la bicicleta del costado.

“¿Cierto que te robaste a la Flor?”

Frank sonríe:

“¿Qué huevadas hablas?”

“ Así dicen. Que te la robaste para evitar que el negro la siga afanando aprovechando que se quedan solitos”.

Frank cambia su semblante y ubica a Owen mediante el espejo; lo mira con rabia. Del otro lado del salón, el instructor está tomando medidas a un muchacho que Frank conoce.

“Oe, ¿ése no es el nuevo policía que destacaron a Santa Cruz?”

“Creo que sí”, responde el chico en la otra bicicleta.

En efecto, Owen termina de escribir la medida de pantorrillas de un muchacho que dice tener veintitrés años, mide un metro setenta y pesa sesenta y nueve kilos, evidentemente atlético.

“¿Para qué necesitar entrenamiento?”, consulta el instructor.

“ehh, en enero tenemos un examen de ascenso, y prefiero prepararme desde ahora”, dice el alumno, tratando de transmitir convicción. “¿Cuál es tu nombre?”

“Owen”, sonríe el instructor.

“Sí… me lo dijiste… Owen”.

“Mirar: tú harás entrenamiento para mantener medidas y peso, pero seguir mis consejos. Primero, comer sano, a tus horas. Segundo, dormir suficiente, no cuatro horas como tú usualmente hacer”.

El alumno se sorprende:

“¿Cómo sabes que duermo poco?”

Owen sonríe:

“Tercero, no alcohol, no tabaco. Ir a fiesta en Bahía este sábado, sí; no lograr bebido”.

“¿Cómo sabes de la fiesta en el Bahía?”

Owen se pone serio:

“Cumplir tu misión, yo cumplir la mía. Yo saber por qué hacer esto: yo ayudarte”.

El muchacho empieza a sudar frío.

“Bicicleta, diez minutos”, instruye Owen.

El chico llega muy asustado hasta donde le dijeron, justo cuando Frank acaba de entrenar.

“¿Tú eres el nuevo policía?”, lo encara.

“¿También eres brujo?”, pregunta el flamante alumno con la voz casi trémula.


 

A las nueve y cuarto de la noche, Frank decide cenar con Carlos en la finca.

“No es casualidad que ese policía chibolo haya llegado a entrenar Al gym”.

“¿Lo viste en actitud sospechosa, sobrino?”

“No exactamente, pero dijo la huevada que te conté”.

“entonces, Tito hizo bien enviando a su hija para acá… ¿Quieres verla? Debe estar en el cuarto que le asigné”.

Frank hace una mueca de disgusto:

“No tengo ganas”.

“Un momento: vas volando a salvar a tu chica y ahora que la tienes aquí… ¿no vas a verla?”

Frank se pone de pie.

“Perdona, tío; voy a hacer la primera ronda”.

Frank se pone su chaqueta y sale de la cocina. Al caminar por el patio lateral, nota que la luz en el cuarto donde Flor se está quedando está encendida. Escupe a la oscuridad y se va hacia la caseta.


 

Esa noche, el último alumno del AMW sale a diez minutos pasadas las diez, y tras sellar el local, Owen y Tito comienzan a cuadrar cuentas sin mayor novedad: todo en orden.

“Creo que hoy me costará trabajo dormir”, comenta el anfitrión con una leve sonrisa.

“¿Por qué no entrenar un poco?”, sugiere Owen.

“Buena idea… como todas tus ideas”.

Owen ríe un poco, se levanta, rodea el escritorio y al llegar donde Tito, lo abraza fuerte.

“Ella estar segura en La Luna; no concernir”.

“Se dice: no te preocupes”, corrige amistosamente el gladiador.

“Entrenar juntos. ¿Qué tú pensar?”

“¿No has entrenado hoy?”

“No hubo tiempo; Flor fue más importante”.

“Olvidé lavar ropa para entrenar. Por cierto, ¿te gustó tu nueva ropa?”

“Sí, gracias… ¿Por qué no entrenar desnudos?”

Tito mira al sonriente Owen y las imágenes de ese amanecer regresan a su cabeza. Va a abrir la boca, pero algo se lo impide.

“No es malo”, le dice su instructor. “Apaguemos algunas luces”.

Owen invita a Tito a ponerse de pie; ambos se quedan con el salón del AMW con la iluminación mínima, se desnudan por completo (lo que a Tito le da un nuevo dato: Owen parece no usar ropa interior), y por una hora se intercalan entre las barras y los aparatos. Mientras el instructor entrena piernas, el gladiador entrena pecho y brazos. Al término de la sesión, ambos comparten la ducha, pero no la del gimnasio sino la de la misma casa. Luego, Tito está acostado boca abajo sobre su cama, sin vestir nada, con Owen arrodillado entre sus caderas y muslos pasando sus suaves manos por las dos mitades de la espalda de forma longitudinal y luego en movimientos más cortos transversales. A Tito parece no molestarle que el largo pene flácido de su instructor baile golpeándole el medio de sus dos nalgas; al contrario, pero prefiere no decir nada para no estropear el momento. Owen trabaja los redondos y velludos glúteos de la misma manera, y luego las fuertes piernas comenzando por los gruesos muslos y avanzando hasta las redondas pantorrillas.

“De lado”, pide el ahora masajista.

Tito no puede ocultar su excitación, pero a Owen eso parece no importarle.

“Respirar profundo, respirar lento, disfrutar”.

Owen trabaja ambas caderas y finalmente afianza la flexibilidad de las piernas. Para terminar se sienta sobre el pene erecto de su anfitrión, trabaja los pectorales, y finalmente se inclina para besar profundamente la boca del gladiador.

“Si seguimos así, esto va a terminar…”

Tito no puede completar la oración porque siente de nuevo esos gruesos labios besando los suyos. Owen toma con su mano derecha el pene sobre el que está sentado, lo frota un poco entre sus nalgas, y sin dejar de sonreír, se lo va introduciendo en medio de ellas. El gladiador siente la inconfundible calidez del ano, pero también siente una extraña sensación alrededor de su falo: ni tanta presión que parece estrangularlo, ni tanta holgura que parece no apretar nada. Owen toma las manos de Tito y las entrelaza llevándolas a acariciar su perfecta anatomía lo mismo que la del otro hombre, quien cierra los ojos y siente que una intensa energía se apodera de su pubis y su perineo, pero no siente ganas de eyacular. Solo siente ganas de sentir y de pedir que el momento jamás acabe. Owen ni siquiera se mueve; de vez en cuando, se inclina para besar los labios de Tito, quien, durante su éxtasis, siente que está volando por el aire, nadando muy profundo, sintiendo que el orgasmo llega sin llegar en varias ocasiones. Lentamente, ambos hombres giran sobre la cama. A Tito le parece mentira que las poderosas piernas de Owen puedan rodear su cuello y casi no pesen. Se mueve lento, despacio, respirando hondo y profundo, besándolo, gimiendo suave, jadeando rítmicamente, sonriendo, acariciándose, viendo cómo su pene enorme se hace eso: enorme. Tito lo toma con su mano y lo masajea despacio, y con la otra juguetea con las bolas. ¿en qué momento va a terminar todo esto? Ya parecen un par de horas las que van pasando. Y por otro lado, ¿por qué acabar? ¿Por qué no hacer el momento eterno? Pero el ser humano no lo es, y tras un extraño espasmo de Owen, ambos penes vuelven a emitir su semen con profusión.

“Tomemos una ducha nuevamente”, sonríe.

Ambos cuerpos recién son conscientes que el sudor los empapa, y Tito se sorprende al notar que ni siquiera es medianoche aún.


  

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