sábado, 1 de mayo de 2021

La hermandad de la luna 3.3

Si existe un atractivo culinario de Santa Cruz, ése es el estofado de pollo que solo sabe preparar Flor. Ella misma selecciona la papa, sancocha y guisa el pollo, sabe cómo las arvejas pueden hallar ese punto entre tierno y firme, y el graneado del arroz es casi una receta secreta, al punto que cuando lo prepara no quiere que ni su padre la ayude. El sabor ni se diga. Cuando está en casa, Tito suele pedir repetición cada vez que lo prepara. Volviendo a ese presente, Flor escucha que tocan la puerta del fondo en la casa, y al abrirla, aparece Owen luciendo ropa deportiva nueva.

“What a handsome guy wearing those clothes!”

“Thank you. Your dad and you are wonderful.”

Owen luce una camiseta sin mangas y otro short que la chica había comprado horas antes en el mercado por encargo de Tito. No son de marca, pero al menos permitirán que el instructor no repita la misma indumentaria todos los días.

“Do you like them? I feared not matching your size”

“Yeah! They’re so comfortable. After lunch, I’ll do some laundry with my other clothes.”

Ambos pasan al comedor y se sientan a disfrutar del almuerzo.

“Manolo Rodríguez created a scholarship, exclusive for me. My undergraduate is paid at all. Once I graduate, I’ll go to work at La Luna, the estate where my dad works. But since Don Manolo was murdered, I don’t know what is going to happen.”

“Any idea ‘bout the murder?”

“Any. And by the way, there are two strange things I’m wondering about – first, the Police seems not to have any clue or running investigation, and second, my daddy and his friends loved Manolo a lot, but I didn’t see them to mourn.”

Mourning is quite different according to the people, it’s a very personal experience. Have you cried Manolo’s death?”

Yes, I have.”

“So have they, maybe. Don’t judge the way how the people mourn. Perhaps, they prefer to work still for avoiding the pain.”

“Yes, you’re right, Owen. So… what about your investigation?”

Owen sonríe más aún:

“Something frustrating. There’s no much related information. But I’ll insist.”

“What will you do when it finishes?”

“Get back home. Write down a huge essay, then publishing.”

“In… Jamaica?”

Owen muestra sus dientes blancos:

“No. England. My home’s england.”

Entonces, se escucha que un auto se detiene afuera, y en segundos alguien toca la puerta de la calle. Flor abre y dos tipos altos y de contextura atlética están en su vereda.

“¿El señor José Alberto Carrillo, por favor?”

Flor se percata que el logotipo de Cruz Dorada se luce en la puerta de la camioneta que está detrás de los sujetos, así que deduce no se trata de una visita cordial.

“¿De parte de quién?”, contesta con voz firme y seria.

“Unos amigos, señorita; queremos conversar con él”.

“¿Amigos?”, sonríe Flor. “él no se encuentra. ¿Quieren dejarme su recado?”

Señorita, no lo niegue, por favor. Dígale que queremos hablar con él”.

Flor comienza a perder la paciencia.

“Perdonen ustedes, ¿y desde cuándo yo tengo que dar cuentas sobre quién está o no está en mi casa?”

“Señorita, no se meta en problemas, por favor”, le dice uno de ellos, quien intenta adelantarse y cuando está a punto de embestir a la chica, se para en seco, con el rostro aterrado, y sin poder articular palabra. Su compañero lo mira y mira a la puerta. La misma reacción. Flor  se extraña, pero no se deja impresionar: podría ser una treta. De inmediato, ambos hombres caen fulminados a la acera y uno de ellos comienza a sangrar del lado izquierdo de la cabeza. Flor  se les aproxima, los patea. ¡Grita! Esa herida no es ninguna treta.

“Owen! Owen! Come on!”

 


En la habitación del puesto de vigilancia en La Luna, Carlos termina de masajear a Frank. El muchacho descansa desnudo, boca arriba, sobre la cama. Su tío retira el excedente de crema y frotación muscular que ha utilizado, la que deja un aroma alcanforado muy agradable en el cuarto.

“Pensé que iba a violarme”, repite Frank.

Carlos sonríe.

“No iba a hacerlo. Pudo hacerlo pero no iba a hacerlo. Recuerda que el honor está de por medio”.

Frank se incorpora.

“Descansa un rato”, sugiere Carlos.

“No, tío. Mejor vamos a almorzar”.

“Bueno, pensemos en tu segunda oportunidad para pasar el reto”.

Frank sacude su microbóxer y se lo comienza a poner:

“no habrá segunda oportunidad; ésta ha sido la primera y la última”.

“¿Vas a renunciar así tan fácil?”

“Ay, tío. Se acaba mi contrato y me largo de Santa Cruz. Esta huevada de la estirpe no es más que cuento para que ustedes se metan huevo. OK, háganlo, pero no cuenten conmigo”.

Unos pasos acelerados se oyen afuera, y luego unos toques en la puerta. Carlos se alarma y sale. Frank termina de vestirse y hace lo mismo.

“¿qué pasó?”, pregunta.

“Parece que quisieron atacar a Flor”, responde el capataz.

Su sobrino no escucha el resto y sale disparado, arranca su motocicleta y va como un rayo al pueblo. En el camino da alcance a Tito y Adán, quienes van en sus bicicletas. Se detiene.

“¡Sube!”, le exhorta a quien fuera su contrincante hace solo menos de una hora.

El gladiador se baja de su vehículo y se pone justo detrás de Frank. Al diablo si su abultado paquete roza el abultado trasero del muchacho.


 

Al llegar a casa, la camioneta de Cruz Dorada sigue allí estacionada. Frank y Tito se miran alarmados e ingresan al hogar. Flor está temblando como una hoja mientras Owen le da a beber agua con azúcar disuelta.

“¿Qué te hicieron?”, pregunta el padre, desesperado.

“Nada”, musita Flor. “Preguntaron por ti”.

“¿Por mí?”, se extraña Tito.

    

No hay comentarios:

Publicar un comentario