sábado, 24 de julio de 2021

La hermandad de la luna 5.2

En el AMW, Adán jala una barra ezeta cargada con quince kilos de pesas amenazando con golpear su mentón. Los movimientos son vigorosos en extremo, tanto que suda profusamente. Termina la serie y se mira al espejo, no para ver cuánto ha vascularizado; busca una respuesta que su reflejo parece no darle. Owen se le acerca  y le toca la nuca.

“¿Frustrado?”

Adán lo mira y entiende que debe serenarse.

“¿Dónde ser más útil? ¿Aquí o allá?”, cuestiona el instructor.

Adán se tranquiliza del todo.

“Tienes razón”.

Abraza a Owen.

“Tienes mucha razón, carajo”, le dice al oído.


 

A las diez y cuarto de la noche, Frank  llega en su motocicleta a media cuadra del Extreme Body Gym & Spa, en una esquina, donde desmonta y se quita el casco; lleva una mochila en la espalda. Hay algunos autos estacionados en fila junto a la vereda y, desde su ubicación, puede ver otros en la entrada del local. Espera sin quitarse los mitones de cuero que cubren sus manos; la noche es muy fría. Entre la gente que sale, divisa a César, quien se le acerca a paso acelerado, mirando a ambos lados y cargando en un hombro su propia mochila.

“Arranca, huevón: Christian está adentro”.

“Monta, entonces”, le ordena Frank.


 

En la base del edificio donde se ubica el G4G, el más joven detiene la moto. César desmonta primero.

“Huevón, me sigue pareciendo una mala idea”, opina.

“Sí, lo es, pero es la única forma que sepamos algo más”, insiste Frank, quien también desmonta.

“¿Qué más quieres saber? Tú mismo le dijiste a Saúl: no somos policías”.

Frank se saca el casco:

“Mira, chato, yo sé que esto es jodido así que si no te vacila la idea, entonces voy solo; pero si no arriesgamos, no sabremos qué pasó esa noche”.

César suspira desanimado:

“A la mierda: ¡vamos!”


 

Si César cree que es una mala idea actuar esa noche en el G4G, mucho peor le parece el disfraz que Frank ha elegido: : kimonos de karate y antifaces.

“¿Es en serio?”, reclama.

“¿Qué tiene? Yo uso la del Zorro y tú la de Linterna Verde”.

“Oye, Frankie, yo sé que estamos improvisando, ¡pero esto es ridículo!”

“¡Bah! Recuerda lo que dijo el tal Saúl: a esta gente lo que le importa es que nos quedemos calatos, así que no usaremos ropa interior”.

César resopla y se resigna, mientras frente a ellos, otros dos jóvenes de cuerpos trabajados en gimnasio y ajustados con suplementos ensayan su propia coreografía, esperando la llamada que los extraiga de ese deprimente camerino.


 

Tras ducharse con agua caliente y vestirse, Christian toma sus cosas y deja el Extreme Body Gym & Spa. Llega a la calle, y cuando va a abrir la puerta de la camioneta, dos hombres lo abordan.

“¿Doctor Esteves?”, le llama uno de ellos.

El joven se pone en alerta y al voltear, reconoce a Chiquito y al Carnes, con sus típicas estampas de luchadores de entretenimiento.

“¿Qué quieren ahora?”, les reclama con cierto temor, pero sin armar escándalo.

“Nada, doc”, lo tranquiliza Chiquito palmeándole el hombro. . “El ingeniero Nava solo quiere saber para cuándo es la cosa”.

Christian disimula su incomodidad:

“Dígale que le dije bien claro que de la próxima semana no pasa, que tenga un poco de paciencia”.

“¿Él dice que ya hizo su parte, pero usted no le está cumpliendo”, interviene el Carnes, quien luce una coqueta bandita adhesiva en el costado izquierdo de su cabeza.

“Yo también hice la mía, y el lunes comienzo la segunda parte… y no habrá negro que se interponga, como les pasó a algunos”.

El Carnes quiere reaccionar ante la insinuación del abogado, pero Chiquito lo retiene:

“No seas idiota; ¿no ves que hay cámaras?”

El matón le hace una seña con los ojos indicándole los dos aparatos que justo los tienen en foco. El Carnes se persuade que ése no es el mejor momento para romperle el alma a Christian.

“Le daré su mensaje al ingeniero, doctorcito”, concluye Chiquito. “Usted sabe qué pasará si no cumple”.

“¿Sabes qué? Dile a Nava que no me amenace; si algo me pasa a mí, tengan por seguro que a los cinco minutos todos los negocitos turbios de Cruz Dorada en Collique serán de dominio público, de conocimiento público, incluyendo ese gran pecado mortal que lo tiene asustado”.

Ante tal desafío, los dos hombres prefieren largarse antes que un bufido mande todo al carajo.

 

 

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