sábado, 7 de agosto de 2021

La hermandad de la luna 5.4

Contra su propio pronóstico, Christian llega al G4G. Aunque no viste llamativo como en otras ocasiones, eso no le impide voltear cabezas apreciando su rostro de niño bueno y su físico de dios griego; pero él lo ignora todo, incluso una mano que subrepticiamente le han metido en medio de sus dos nalgas.

“¡Chris!”, le pasan la voz, a la vez que siente lo cogen fuerte de la cintura; se da la vuelta y se alegra, en cierto modo.

“¡Juanchito! Pensé que hoy sería sábado familiar”.

“Problemitas que nunca faltan; ya sabes cómo son las mujeres”.

Ambos van a un privado y prefieren beber una limonada frozen “con harto jarabe”, debido a que cada cuál tendrá que salir conduciendo más tarde, si es que los planes no varían.

“Pensé que no ibas a venir, como dijiste esa noche”, le observa García.

“Nada, doctor; estaba aburrido en casa, el gym no me agotó… mejor me vine a mi ex hogar”.

García ríe.

“¿Y cómo va el caso del finado?”

“Ay, Juanito, no vine al club para hablar de trabajo; mejor otro tema, ¿te parece?”

“Ya, ya, disculpa; no quería remover tu… duelo”.

Christian prefiere ignorar también la ironía con que ese comentario estuvo cargado, y contrataca:

“¿Y esta vez por qué fue la pelea con la mujer?”

“Dice que paro más tiempo en la red que ocupándome de ella. Está loca. Trabajo duro, pago casi todos los servicios de esa casa, le compro ropa, salimos de viaje fuera del país en vacaciones, vamos a las recepciones sociales, ayudo a hacer las tareas a mis cachorros. Ya pues, ¿qué más quiere? ¿Que me quede encerrado todo el día a ver las mismas huevadas en la televisión? ¡Que no joda!”

“¿Y no será que ella huele algo? Recuerda que vas a un gimnasio que tiene cierta famita”.

“Tengo derecho a mi espacio y ella lo sabe muy bien, así como yo le dejo el suyo”.


 

Muy ajenos, en el CAMERINO, Frank y César ensayan su coreografía por tercera o cuarta vez. Los otros dos chicos que comparten el cuarto los miran maravillados por la flexibilidad.

“¿Qué les parece?”, consulta Frank.

“¿Son karatecas de verdad?”, le repregunta uno de ellos.

“Más o menos”, presume Frank.

Los otros dos strippers se miran.

“Pero… ¿y la parte sexual?”

Ahora Frank y César se miran.

“ehhh… ya improvisaremos en el escenario”, responde César.

“¿Por qué?”, se intriga Frank. “¿Qué harán ustedes?”

“Cacharemos en vivo frente a todos”, responde el otro stripper muy suelto de huesos.

Frank y César comienzan a sudar frío.

 


Desde su privado y prottegidos por la penumbra que se interrumpe de vez en cuando por los haces de luces psicodélicas, Christian y César miran cómo el resto de la gente baila sin importarle si son parejas de hombres, de mujeres, si son hombres vestidos de mujer, mujeres vestidos de hombre…

“No hay buen material esta noche”, comenta Christian. “Lo mismo de siempre”.

Juan mira su reloj: once y media de la noche.

“Veamos si el panorama mejora a continuación”, pronostica.

Christian no toma importancia a las palabras de su colega. Entonces, las luces de la pista de baile se apagan y se encienden las del escenario. Una salpimentada mezcla de música urbana comienza a sonar por los parlantes del G4G, y dos jóvenes con anteojos, camisas, pantalones de tela y zapatos negros aparecen en el escenario. Comienzan a ejecutar la coreografía que consiste en varios movimientos acrobáticos individuales y apoyándose en el cuerpo del compañero, hasta que la mezcla se hace lenta y sensual; comienzan a desabotonarse las camisas.

“¿Tanto cuesta mandar a reemplazar los botones por tiritas de velcro?”, se queja Christian en el privado.

“¿Velcro?”, consulta García.

“Esa tela que le dicen pega-pega”.

Los torsos de los bailarines son dignos de escuela de artes plásticas. Mayor perfección no se podía pedir.

“Esos chibolos no son de Collique, ¿no?”, comenta García.

“Por lo menos al Extreme no van… bueno, tampoco creo que puedan pagarlo”, sentencia Christian.

Los muchachos en el escenario se deshacen de sus zapatos y comienzan a jugar con la idea de desabotonarse sus pantalones; por lo menos, ya desajustaron sus cinturones. Por fin deciden bajarse las prendas cuando la música da un giro a un ritmo algo más lento, más hip-hop, revelando unos bóxers semitransparentes negros.

“Quieren lucirse como ese actor cubano”, comenta García.

“Solo que el actor cubano debe tener como diez centímetros más de estatura, cinco más de pinga y huevos, y… como diez kilos más”.

La mezcla de música ahora se centra en una percusión donde los bajos hacen retumbar todo, y los dos strippers se miran frente a frente, se abrazan y comienzan a acariciarse el cuerpo de arriba abajo; se juntan y se dan un beso.

“Por fin comenzó la acción”, se excita García.

El de la derecha baja totalmente el bóxer al otro y se queda de rodillas, lo que aprovecha para tomar en su boca el pene semierecto y comenzarlo a chupar. Algunos grititos se escapan del público.

Desde el CAMERINO, que está conectado al escenario por un breve pasillo, Frank y César se asoman.

“A la puta”, dice el primero. “Una cosa es que me la chupen, pero chuparla…”

“Te dije que era una mala idea”, se queja el musculoso.

“¿Chicos?”, alguien los llama a sus espaldas, y los dos machotes se asustan.

El pene del primer stripper está evidentemente duro, señal que le dice al segundo que es tiempo de levantarse y darse la vuelta. Ahora el primero se arrodilla para bajarle el bóxer, ponerlo en veinte dedos e iniciar un gran beso negro.

“¿Cómo que cambio de planes?”, se extraña Frank en el camerino.

“Ya no saldrán a escena”, anuncia Saúl, “porque… no están tan dotados como ellos”.

“¿Dotados?”, se extraña César.

“Su… picha… es… ustedes saben”, se justifica Saúl haciendo una señal con sus dedos.

Frank y César no saben si mirarse con alivio o con preocupación.

“¿Ehh… ¿entonces nos vamos?”, consulta el fisicoculturista.

“Me temo que sí, chicos; discúlpenme”.

Saúl sale del camerino.

“Caballero, nomás”, farfulla Frank.

En el escenario, ha comenzado un coito sin protección que ha puesto a toda la concurrencia boquiabierta, como siempre musicalizada con el hip-hop.

“Y yo que pensaba iba a aburrirme esta noche”, suspira Christian.

“¿Cuánto le medirá a ese chico?”, reacciona lo mismo, García.

“Fácil sus veinte”.

Mientras tanto, Frank y César terminan de vestirse para irse del local, cuando la puerta del camerino se abre: los dos muchachos se quedan estupefactos.

“Hola, chicos”, saluda Adán llevando una mochila en uno de sus hombros.

El coito en el escenario ha tomado ribetes casi salvajes hasta que el activo saca su largo y grueso miembro y hace que el pasivo gire a chupárselo.

En el camerino, Adán se acerca a Frank, mete la mano a su bolsillo y saca un llavero:

“Regresen a Santa Cruz tan pronto puedan y quédense en casa de Tito hasta que yo regrese”.

“Pero…”, objeta Frank.

“Hazme caso: Christian está en el público y, si los ve, su plan puede venirse a la mierda”.

Afuera, uno de los strippers eyacula en la boca de su compañero, quien se pone de pie y comienza a masturbarse. Quien lo penetró ahora se pone de rodillas y abre su boca.

En el camerino, Frank duda. Tras unos segundos toma la llave.

“Estaré bien”, tranquiliza Adán. “Regresen a casa”.

“¿Y Owen?”, pregunta Frank.

“No sé. ¡Regresen ya!”

Aplausos y gritos se oyen desde afuera. Es la señal inesperada para que Frank y César cojan sus mochilas y salgan, pero del local. Adán queda solo en el vestidor y comienza a quitarse la ropa, cuando da media vuelta de pronto.

“Pensé que no ibas a venir”.

“Perdona la demora”, contesta Owen aparecido de la nada y totalmente desnudo, aunque luciendo brazaletes dorados en sus muñecas.

 

 

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