sábado, 27 de marzo de 2021

La hermandad de la luna 2.4

Pocos minutos después, Tito y Adán llegan al primer paradero de minibuses para esperar el regreso de Flor, quien ha ido a Collique, donde estudia el sexto ciclo de Administración de Empresas. Ambos montan sus bicicletas, o hacen el ademán de usarlas como caballos. La gente los mira con envidia y respeto.

“¿Estás diciendo que Christian le ha estado jugando chueco a Manolo?”

“No, Tito, no he dicho eso; lo que digo es que cuando hemos preguntado por él, Oj se volvió azul, y la noche antes que avisaran lo de Manolo fue lo mismo”.

“¿Y eso se conecta con Christian, Adán?”

“No lo sé; solo te cuento los hechos”.

“El problema, querido primo, es que cuando comienzas con tus presentimientos, hay que tenerte cuidado. A ver, ¿qué detectas de Owen?”

“¿De quién?”

Justo en ese momento llega el minibús y se detiene. Se baja un poco de gente, y entre ella, aparece Flor. Son las siete de la noche en Santa Cruz.


 

La casa donde viven Tito y Flor está justo al lado del AMW; de hecho, son parte de la misma propiedad. Cuando Adán no hace turno de noche en La Luna, también se queda allí. Justo ahora sale del dormitorio de Tito, quien es su primo hermano en realidad, vestido con un enterizo plomo alicrado corto, como los que usan los luchadores grecorromanos, que permite ver al descubierto sus bien trabajados brazos, parte de sus pectorales y piernas. El resto, aunque cubierto por la tela, se marca con demasiada facilidad, dejando muy poco para que la concurrencia del negocio imagine. Camina hasta la sala donde Flor está prendiendo su laptop.

“¿Así que solo fuiste por una exposición? ¿Qué tal saliste?”.

“Yo bien, tío, pero mi grupo divagó todo lo que quiso, no estudió las diapos; mañana veremos, pero yo no pienso desaprobar ese curso”.

“¿Y qué estudian en Comportamiento del Consumidor, sobrina? ¿Cuánta marihuana le darán al paciente?”

Adán y Flor ríen.

“Algo así, tío, algo así”.

De pronto, una mochila sobre el sofá llama la atención del hombre con cuerpo de luchador, se acerca, abre el bolsillo delantero. Flor lo mira con curiosidad y susto. Adán esculca un poco.

“¿Qué haces, tío?”

“Protegiendo al confiado de tu viejo, sobrina”.

Por fin Adán parece hallar lo que estaba buscando y lo extrae:

“A propósito de marihuana”, comenta.

Se lo entrega a Flor:

“¿Jamaica?”, se sorprende la joven.

“¿Qué esperas, Flor? Tienes Internet, ¿no?”

La chica abre el pasaporte y comienza a teclear en la laptop. Entonces, entra Tito. Adán y Flor se quedan de una pieza.


 

En La Luna, Carlos comienza la primera ronda nocturna, armado con la escopeta, la linterna y el radio portátil. Se acerca a una de las construcciones de la parcela, protegidas en medio de gruesos árboles de mango y palta.

“Duchas y vestidores, despejado”, reporta por la radio.

“Duchas y vestidores, despejado: confirmado”, le responde Carlos por el aparato.

“¿Ya vas entendiendo el procedimiento, sobrino?”

“Facilito, tío”.

Carlos sonríe. No da ni cinco pasos cuando una súbita ráfaga fría corre, más fría que el frío que comienza a hacer esa noche de inicio de invierno, y de la nada, un débil resplandor celeste aparece frente a él hasta concentrarse en un punto de luz del mismo color. Carlos toma el radio:

“Sobrino, ¿lo ves?”, consulta nervioso. “¿Lo ves?”

En el radio solo se oye estática. De pronto, la luz se desvanece.

“¿Tío? ¿Tío? ¿Estás ahí?”

 

 

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