Mi nombre es Gustavo. Hoy me considero gay y lo admito orgullosamente; pero eso,
que ahora admito con tanta facilidad, ha sido objeto de muchas luchas internas,
hasta que finalmente me decidí a ser feliz.
Siempre he sido deportista, y mi gran pasión ha sido desde que tengo uso de
razón, la natación, así que ya pueden imaginar el cuerpo que tengo.
Mido 1.78, peso 73 kilos, soy marcado del cuerpo, piel blanca y lampiña, ojos
verdes y cabello castaño oscuro. Nunca me fue difícil conseguir puntos.
Una noche, caminaba temeroso, sintiendo el viento frío azotar mi cara. No podía
creer que estaba a punto de volverme a acostar con un huevón. Había jurado en
mi última confesión que no lo haría más.
Tenía dentro de mí una lucha de sentimientos: por un lado estaba mi aferrado
catolicismo, por otro lado me encontraba a mí mismo preso de mis pasiones.
Quería follar. Cuando veía a un chico como el que me iba a encontrar a
continuación, mi cuerpo, simplemente no entendía de razones, simplemente pedía y
yo accedía a sus pedidos.
Al fin llegué a la dirección indicada. Era una conocida y exclusiva
urbanización piurana. No me fue difícil encontrar el edificio en el que me había
citado con Adrián, un huevón que había conocido en una página de contactos gay.
Toqué el timbre del intercomunicador, e inmediatamente una voz gruesa me
contestó. Hola, quedamos de vernos, le dije, ah, sí, sí, pasa, me contestó.
Entré, el huevón me saludó atentamente. Me pidió disculpas por el desorden del
pequeño departamento, pero francamente no entendí porque se disculpaba si yo
alcanzaba a ver todo en su lugar. Si así es de desordenado, ¿cómo diablos será
cuando en realidad pone en orden las cosas? ¡Wow!, exclamé para mis adentros.
Me invitó un vaso de cerveza; conversamos un poco. Me comentaba que no era de
Piura, que pese a haber venido en muchas de sus vacaciones para acá por motivos
familiares, nunca había pensado en quedarse a vivir.
La conversación se hizo muy amena, pero yo no había ido, precisamente hasta ahí,
para tener una charla. Sutilmente le indiqué que estábamos perdiendo el tiempo
solo hablando cuando podíamos disfrutarlo de mejor manera.
Aproveché un momento de silencio en la conversación, aquellos que se dan cuando
el tema se ha agotado. Me levanté del sillón, me dirigí hacia donde él se
encontraba sentado, lo besé suavemente en los labios, y le dije: “ya papi, no
perdamos tiempo, entremos en acción “. Le volví a besar.
Lo que había empezado en la sala tuvo su continuación en la ducha.
Él se desnudó y me quedé impresionado con lo que estaba ante mis ojos: Adrián
tenía un cuerpo casi perfecto, caja ancha, pectorales, brazos, abdominales y
piernas trabajados en las maquinas del gym; todo su cuerpo se encontraba
cubierto por una capa densa de fino vello, que empezaba en toda el área de los
pectorales y descendía en undelgado hilo por el abdomen hasta volverse a ampliar
en la zona del ombligo y seguir bajando hasta confundirse con su abundante, pero
delicado vello púbico, bajo el cual yacía aún dormido su miembro viril, que,
hasta entonces, era normal.
Me quedé petrificado por un instante. ¡Santa mierda, todo ésto me voy a comer!,
dije para mis adentros. Nos besamos apasionadamente bajo el tibio chorro de
agua. “Que rico besas, huevón”, me dijo separándose y volviendo a besarme. “¡tú
también! ¡Besas genial pendejo!”, le respondí invadido por una arrechura que
solo despertaba en mí, cuando me encontraba con un huevón que de verdad me
gustaba.
Sus manos, fuertes, rudas y ásperas, acariciaban la suavidad de mi espalda,
descendiendo, de cuando en cuando, a mi culo. Mis manos recorrían su velludo
torso y descendían por sus brazos.
Sabía que me hacía tarde, y que no me quedaba mucho tiempo para disfrutar tal
banquete, así que decidí acelerar un poco las cosas.
Suavemente llevé sus brazos hacia atrás, lo empujé sutilmente contra la pared de
la ducha, y conducido por un deseo indescriptible, lamí sus axilas. El olor que
manaba de ellas, era demasiado para mí: una mezcla entre el halo de perfume
masculino, típico del desodorante, y el olor propio de su sudoración. Era un
olor a macho.
Poco a poco descendí a sus tetillas. Fue impresionante el gemido y la fuerte
respiración que tuvo Adrián cuando toqué con mis labios esa zona. Esa actitud me
arrechó a un más.
Por fin, tenía ante mi su miembro. “¡Wow!”, exclamé en cuanto lo tuve delante.
No podía creer cómo es que había podido crecer tanto. Si inactivo era tan
pequeño.
“¿Te gusta?”, me preguntó.
“¿bromeas?”, le respondí.
Introduje dentro de mi boca tan rica verga., Era como de unos 19 o 20
centímetros, no lo sé, gruesa.
Jugué lentamente con mi lengua en su glande, y me deslizaba por el tronco hasta
llegar a sus bolas.
Me sentía a punto de estallar. El rítmico movimiento de sus caderas era
sensacional,las cosas calientes que me decía, Mis manos recorriendo su masculino
cuerpo, sus manos aferradas con fuerza a mis cabellos jalándome hacia sí. ¡Todo
era perfecto en ese huevón! Sin duda, el mejor polvo que había tenido hasta
entonces.
De la ducha nos trasladamos a la cama, sin secarnos y olvidando cerrarla. Nos
arrojamos a las sabanas, su cuerpo sobre el mío, mis piernas abiertas, su rostro
áspero por la barba no afeitada, su enorme verga rozando mi lampiño culo, sus
labios besando los míos.
El momento decisivo había llegado. Era hora que uno se someta al otro.
Recuerdo que me preguntó por mi rol en la cama, y solo respondí: “contigo me da
igual”, y como resulta casi obvio, en un chico así, me tocó a mí.
“con esa respuesta, ¡ya perdiste!” me dijo, con una sonrisa pícara y malévola
en los labios.
Me volteó, coloqué mi pecho sobre el colchón y levanté mi culo. El bajó hasta
allí, recorriendo toda mi espalda. La humedad de su lengua y la aspereza de su
barba se combinaban en una sensación magnífica.
En la entrada de mi culo sentía cómo su lengua se movía en círculos, para
después moverse desordenadamente, y finalmente ingresar.
Mientras jugaba con su lengua no paraba de preguntarme si me gustaba, a lo que
yo extasiado y entre gemidos respondía que sí. Mi cuerpo experimentaba un placer
grandísimo, no comparable a ninguno que ya había sentido.
¡Chúpamela! Me ordenó y se levantó de la cama, colocándose al filo de ésta,
mientras con un gesto sádico me miraba mientras yo me introducía un dedo al culo
sin perder contacto visual. Me lancé hacia él en busca de su miembro, mi cuerpo
quedó tendido en su cama mientras mi cabeza sobresalía de ella, y se hizo una
con su cuerpo cuando introduje su miembro denuevo en mi boca.
Me jaló con fuerza hacia sí fuertemente. ¡suave, huevón! ¿Qué chucha, tengo
garganta de lata? Reímos. Es que la chupas tan rico, que por mí te quedaras todo
el día ahí, me dijo. Me relajé, volvió con el juego de su lengua en mi ano,
pero ahora ya había introducido un dedo.
Era hora de culminar, así que armándome de valor, le dije: “ya huevón,
¡cáchame!, te quiero sentir adentro”.
Adrián sonrió y fue en busca de un condón y una botella diminuta de lubricante.
Se lo colocó. Yo me preparaba psicológicamente para aguantar semejante huevada.
Todo va a estar bien, todo va a estar bien, me repetía, mientras mi mente
imaginaba el placer que iba a sentir.
Él empezó. Su pene rozaba la entrada de mi ano. Cuando empujaba, ejercía presión
sobre él, y me provocaba un intenso dolor. Yo solo respiraba profundamente,
frunciendo el ceño y ahogando gritos o quejas de dolor. ¡Puta madre, si así
duele sin entrar, cómo mierda dolerá ya adentro!, me sermoneaba a mí mismo.
Tranquilo bebe, tranquilo, sólo relájate. Dolerá al principio, pero luego te
gustará, me calmó Adrián.
Al fin introdujo la puntita. Me dolía mucho aún. ¡Para! Me decía una voz en mi
interior. ¡sigue, aguanta! Pugnaba otra.
No paré. Decidí aguantar.
Adrián tenía mucha paciencia, y así entre temores, dolores, gritos ahogados y un
inusual placer, tuve dentro de mí todo su inmenso miembro. Sus movimientos
empezaron lentos, con la finalidad de no lastimarme y de que poco a poco me
adapte a su sexo.
¡Qué rico culo tienes! Repetía constantemente, mientras movía sus caderas. Sus
manos, se trasladaban de arriba abajo por mi cintura y de ella se trasladaban a
mis piernas.
Yo que aún en el sometimiento quería tener el control, le sugerí que cambiemos
de pose: “déjame cabalgarte”, le dije. “Como gustes, bebito”, me respondió.
Él se recostó en la cama, y yo, aunque con dificultad, me senté sobre Adrián,
introduciéndome la totalidad de su inmenso miembro. Sentía cómo su pene se abría
paso dentro de mí, cómo mi culo se abría, cómo me dolía el arito y la parte en
la que chocaba su inmensidad.
Me dolía pero me gustaba, y yo quería disfrutar.
Adrián tomaba fuertemente mi cintura y yo de cuando en cuando bajaba a besarlo.
Sus caderas tenían un ritmo espectacular, pasaban de lo suave a lo violento y de
lo violento descendían a un movimiento lentísimo. El cambio de ritmos, me tenía
enloquecido, sentía cómo es que mi ano se adaptaba a los cambios.
Adrián se sentó, pero yo aún permanecía sobre el. Su destreza en la cama me
tenía impresionado.
Sus labios empezaron a lamer mis tetillas. Las besaba con devoción, como si de
un culto antiguo y olvidado se tratase. De cuando en cuando, las mordía
ligeramente.
Su cuerpo moviéndose bajo el mio, la fuerza con la que sujetaba mi cintura.
Nuestros cuerpos unidos mediante mis manos tomando su cuello mientras besaba mi
pecho, y sus fuertes manos, moviendo mi cintura e indicándome el modo en que
debía moverme.
¡que rico te dejas cachar, colorado!, me repetía a cada instante. Él al igual
que yo la estaba gozando de maravilla.
Él volvió a tirarse en la cama y yo me di vuelta, dejando mi espalda a su
disposición. Él se deleitaba mirando mi cintura moverse para el, y yo me
deleitaba con el reflejo del espejo de la cómoda que estaba frente a la cama.
Lograba ver cómo su miembro entraba y salía de mis entrañas, lograba ver mi
rostro desfigurado por el placer, mis labios siendo mordidos por mí mismo. En
segundo plano observaba a un Adrián extasiado, que retorcía su cuerpo a cada
movimiento y se mordía los labios, mientras recorría mi espalda.
De repente, sentí en mi cuerpo una corriente eléctrica, que empezando en mi
vientre, recorrió todo mi ser. Sentí que era arrojado al vacío, y ese vértigo
invadió mi abdomen. La presión en mi erecto miembro aumentaba.
¡Me vengo!, grité.
Vente, vente, ¡vente!, me exigió.
Di media vuelta. El chorro de semen impactó en su pecho. Él, extasiado, lo
esparció en todo su torso.
Me levanté. Él se quitó el preservativo y empezó a masturbarse mientras azotaba
mi cara. Yo sentía las cachetadas de su húmedo y caliente miembro en mis
mejillas.
Finalmente, y dando un fuerte gruñido, Adrián derramó su líquido masculino en mi
rostro.
Lo besé y tomé una ducha.
Mientras el agua caliente caía sobre mí, mi mente no paraba de pensar. Las
imágenes de lo que había hecho, unos minutos atrás, aparecían una tras otra.
Sentía placer.
“nuestro cuerpo debe ser casto; es templo del Espíritu de Dios” . La frase del
Cura, en una charla a la que me llevó un compañero de clase, vino a mi mente y
el placer se deshizo.
Una fuerte confusión se apoderó de mí, y un calor como el que se siente con un
bochorno, incendió mi cuerpo.
Salí de la ducha furioso, tomé mi ropa, me la puse y Me fui corriendo del
departamento, sin tan siquiera despedirme de Adrián, a quien vi de reojo: me
miraba moviendo la cabeza y frunciendo el ceño, sin poder entender mi reacción
después de lo rico que la habíamos pasado.
(CONTINUARÁ)
© 2013 Gonzalo Martínez. © 2013 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra
de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura
coincidencia. Escribe a
hunks.piura@gmail.com
o comenta aquí.