domingo, 20 de octubre de 2013

Sexo Mandamiento (1)

Mi nombre es Gustavo. Hoy me considero gay y lo admito orgullosamente; pero eso, que ahora admito con tanta facilidad, ha sido objeto de muchas luchas internas, hasta que finalmente me decidí a ser feliz.

Siempre he sido deportista, y mi gran pasión ha sido desde que tengo uso de razón, la natación, así que ya pueden imaginar el cuerpo que tengo.

Mido 1.78, peso 73 kilos, soy marcado del cuerpo, piel blanca y lampiña, ojos verdes y cabello castaño oscuro. Nunca me fue difícil conseguir puntos.

Una noche, caminaba temeroso, sintiendo el viento frío azotar mi cara. No podía creer que  estaba a punto de volverme a acostar con un huevón. Había jurado en mi última confesión que no lo haría más.

Tenía dentro de mí una lucha de sentimientos: por un lado estaba mi aferrado catolicismo, por otro lado me encontraba a mí mismo preso de mis pasiones.

Quería follar. Cuando veía a un chico como el que me iba a encontrar a continuación, mi cuerpo, simplemente no entendía de razones, simplemente pedía y yo accedía a sus pedidos.

  Al fin llegué a la dirección indicada. Era una conocida y exclusiva urbanización piurana. No me fue difícil encontrar el edificio en el que me había citado con Adrián, un huevón que había conocido en una página de contactos gay. Toqué el timbre del intercomunicador, e inmediatamente una voz gruesa me contestó. Hola, quedamos de vernos, le dije, ah, sí, sí, pasa, me contestó.

Entré, el huevón me saludó atentamente. Me pidió disculpas por el desorden del pequeño departamento, pero francamente no entendí porque se disculpaba si yo alcanzaba a ver todo en su lugar. Si así es de desordenado, ¿cómo diablos será cuando en realidad pone en orden las cosas? ¡Wow!, exclamé para mis adentros.

Me invitó un vaso de cerveza; conversamos un poco. Me comentaba que no era de Piura, que pese a haber venido en muchas de sus vacaciones para acá por motivos familiares, nunca había pensado en quedarse a vivir.

La conversación se hizo muy amena, pero yo no había ido, precisamente hasta ahí, para tener una charla. Sutilmente le indiqué que estábamos perdiendo el tiempo solo hablando cuando podíamos disfrutarlo de mejor manera.

Aproveché un momento de silencio en la conversación, aquellos que se dan cuando el tema se ha agotado. Me levanté del sillón, me dirigí hacia donde él se encontraba sentado, lo besé suavemente en los labios, y le dije: “ya papi, no perdamos tiempo, entremos en acción “. Le volví a besar.

Lo que había empezado en la sala tuvo su continuación en la ducha.

Él se desnudó y me quedé impresionado con lo que estaba ante mis ojos: Adrián tenía un cuerpo casi perfecto, caja ancha, pectorales, brazos, abdominales y piernas trabajados en las maquinas del gym; todo su cuerpo se encontraba cubierto por una capa densa de fino vello, que empezaba en toda el área de los pectorales y descendía en undelgado hilo por el abdomen hasta volverse a ampliar en la zona del ombligo y seguir bajando hasta confundirse con su abundante, pero delicado vello púbico, bajo el cual yacía aún dormido su miembro viril, que, hasta entonces, era normal.

Me quedé petrificado por un instante. ¡Santa mierda, todo ésto me voy a comer!, dije para mis adentros. Nos besamos apasionadamente bajo el tibio chorro de agua. “Que rico besas, huevón”, me dijo separándose y volviendo a besarme. “¡tú también! ¡Besas genial pendejo!”, le respondí invadido por una arrechura que solo despertaba en mí, cuando me encontraba con un huevón que de verdad me gustaba.

Sus manos, fuertes, rudas y ásperas, acariciaban la suavidad de mi espalda, descendiendo, de cuando en cuando, a mi culo. Mis manos recorrían su velludo torso y descendían por sus brazos.

Sabía que me hacía tarde, y que no me quedaba mucho tiempo para disfrutar tal banquete, así que decidí acelerar un poco las cosas.

Suavemente llevé sus brazos hacia atrás, lo empujé sutilmente contra la pared de la ducha, y conducido por un deseo indescriptible, lamí sus axilas. El olor que manaba de ellas, era demasiado para mí: una mezcla entre el halo de perfume masculino, típico del desodorante, y el olor propio de su sudoración. Era un olor a macho.

Poco a poco descendí a sus tetillas. Fue impresionante el gemido y la fuerte respiración que tuvo Adrián cuando toqué con mis labios esa zona. Esa actitud me arrechó a un más.

Por fin, tenía ante mi su miembro. “¡Wow!”, exclamé en cuanto lo tuve delante. No podía creer cómo es que había podido crecer tanto. Si inactivo era tan pequeño.

“¿Te gusta?”, me preguntó.

“¿bromeas?”, le respondí.

Introduje dentro de mi boca tan rica verga., Era como de unos 19 o 20 centímetros, no lo sé, gruesa.

Jugué lentamente con mi lengua en su glande, y me deslizaba por el tronco hasta llegar a sus bolas.

Me sentía a punto de estallar. El rítmico movimiento de sus caderas era sensacional,las cosas calientes que me decía, Mis manos recorriendo su masculino cuerpo, sus manos aferradas con fuerza a mis cabellos  jalándome hacia sí. ¡Todo era perfecto en ese huevón! Sin duda, el mejor polvo que había tenido hasta entonces.

De la ducha nos trasladamos a la cama, sin secarnos y olvidando cerrarla. Nos arrojamos a las sabanas, su cuerpo sobre el mío, mis piernas abiertas, su rostro áspero por la barba no afeitada, su enorme verga rozando mi lampiño culo, sus labios besando los míos.

El momento decisivo había llegado. Era hora que uno se someta al otro.

Recuerdo que me preguntó por mi rol en la cama, y solo respondí: “contigo me da igual”, y como resulta casi obvio, en un chico así, me tocó a mí.

“con esa respuesta, ¡ya perdiste!” me dijo, con una sonrisa pícara y  malévola en los labios.

Me volteó, coloqué mi pecho sobre el colchón y levanté mi culo. El bajó hasta allí, recorriendo toda mi espalda. La humedad de su lengua y la aspereza de su barba se combinaban en una sensación magnífica.

En la entrada de mi culo sentía cómo su lengua se movía en círculos, para después moverse desordenadamente, y finalmente ingresar.

Mientras jugaba con su lengua no paraba de preguntarme si me gustaba, a lo que yo extasiado y entre gemidos respondía que sí. Mi cuerpo experimentaba un placer grandísimo, no comparable a ninguno que ya había sentido.

¡Chúpamela! Me ordenó y se levantó de la cama, colocándose al filo de ésta, mientras con un gesto sádico me miraba mientras yo me introducía un dedo al culo sin perder contacto visual. Me lancé hacia él en busca de su miembro, mi cuerpo quedó tendido en su cama mientras mi cabeza sobresalía de ella, y se hizo una con su cuerpo cuando introduje  su miembro denuevo en mi boca.

Me jaló con fuerza hacia sí fuertemente. ¡suave, huevón! ¿Qué chucha, tengo garganta de lata? Reímos. Es que la chupas tan rico, que por mí te quedaras todo el día ahí, me dijo. Me relajé, volvió  con el juego de su lengua en mi ano, pero ahora ya había introducido un dedo.

Era hora de culminar, así que armándome de valor, le dije: “ya huevón, ¡cáchame!, te quiero sentir adentro”.

Adrián sonrió y fue en busca de un condón y una botella diminuta de lubricante. Se lo colocó. Yo me preparaba psicológicamente para aguantar semejante huevada. Todo va a estar bien, todo va a estar bien, me repetía, mientras mi mente imaginaba el placer que iba a sentir.

Él empezó. Su pene rozaba la entrada de mi ano. Cuando empujaba, ejercía presión sobre él, y me provocaba un intenso dolor. Yo solo respiraba profundamente, frunciendo el ceño y ahogando gritos o quejas de dolor. ¡Puta madre, si así duele sin entrar, cómo mierda dolerá ya adentro!, me sermoneaba a mí mismo.

Tranquilo bebe, tranquilo, sólo relájate. Dolerá al principio, pero luego te gustará, me calmó Adrián.

Al fin introdujo la puntita. Me dolía mucho aún. ¡Para! Me decía una voz en mi interior. ¡sigue, aguanta! Pugnaba otra.

No paré. Decidí aguantar.

Adrián tenía mucha paciencia, y así entre temores, dolores, gritos ahogados y un inusual placer, tuve dentro de mí todo su inmenso miembro. Sus movimientos empezaron lentos, con la finalidad de no lastimarme y de que poco a poco me adapte a su sexo.

¡Qué rico culo tienes! Repetía constantemente, mientras movía sus caderas. Sus manos, se trasladaban de arriba abajo por mi cintura y de ella se trasladaban a mis piernas.

Yo que aún en el sometimiento quería tener el control, le sugerí que cambiemos de pose: “déjame cabalgarte”, le dije. “Como gustes, bebito”, me respondió.

Él se recostó en la cama, y yo, aunque con dificultad, me senté sobre Adrián, introduciéndome la totalidad de su inmenso miembro. Sentía cómo su pene se abría paso dentro de mí, cómo mi culo se abría, cómo me dolía el arito y la parte en la que chocaba su inmensidad.

 Me dolía pero me gustaba, y yo quería disfrutar.

Adrián tomaba fuertemente mi cintura y yo de cuando en cuando bajaba a besarlo. Sus caderas tenían un ritmo espectacular, pasaban de lo suave a lo violento y de lo violento descendían a un movimiento lentísimo. El cambio de ritmos, me tenía enloquecido, sentía cómo es que mi ano se adaptaba a los cambios.

Adrián se sentó, pero yo aún permanecía sobre el. Su destreza en la cama me tenía impresionado.

Sus labios empezaron a lamer mis tetillas. Las besaba con devoción, como si de un culto antiguo y olvidado se tratase. De cuando en cuando, las mordía ligeramente.

Su cuerpo moviéndose bajo el mio, la fuerza con la que sujetaba mi cintura. Nuestros cuerpos unidos mediante mis manos tomando su cuello mientras besaba mi pecho, y sus fuertes manos, moviendo mi cintura e indicándome el modo en que debía moverme.

¡que rico te dejas cachar, colorado!, me repetía a cada instante. Él al igual que yo la estaba gozando de maravilla.

Él volvió a tirarse en la cama y yo me di vuelta, dejando mi espalda a su disposición. Él se deleitaba mirando mi cintura moverse para el, y yo me deleitaba con el reflejo del espejo de la cómoda que estaba frente a la cama.

Lograba ver cómo su miembro entraba y salía de mis entrañas, lograba ver mi rostro desfigurado por el placer, mis labios siendo mordidos por mí mismo. En segundo plano observaba a un Adrián extasiado, que retorcía su cuerpo a cada movimiento y se mordía los labios, mientras recorría mi espalda.

De repente, sentí en mi cuerpo una corriente eléctrica, que empezando en mi vientre, recorrió todo mi ser. Sentí que era arrojado al vacío, y ese vértigo invadió mi abdomen. La presión en mi erecto miembro aumentaba.

¡Me vengo!, grité.

Vente, vente, ¡vente!, me exigió.

Di media vuelta. El chorro de semen impactó en su pecho. Él, extasiado, lo esparció en todo su torso.

Me levanté. Él se quitó el preservativo y empezó a masturbarse mientras azotaba mi cara. Yo sentía las cachetadas de su húmedo y caliente miembro en mis mejillas.

Finalmente, y dando un fuerte gruñido, Adrián derramó su líquido masculino en mi rostro.

Lo besé y tomé una ducha.

Mientras el agua caliente caía sobre mí, mi mente no paraba de pensar. Las imágenes de lo que había hecho, unos minutos atrás, aparecían una tras otra. Sentía placer.

“nuestro cuerpo debe ser casto; es templo del Espíritu de Dios” . La frase del Cura, en una charla a la que me llevó un compañero de clase, vino a mi mente y el placer se deshizo.

 Una fuerte confusión se apoderó de mí, y un calor como el que se siente con un bochorno, incendió mi cuerpo.

Salí de la ducha furioso, tomé mi ropa, me la puse y Me fui corriendo del departamento, sin tan siquiera despedirme de Adrián, a quien vi de reojo: me miraba moviendo la cabeza y frunciendo el ceño, sin poder entender mi reacción después de lo rico que la habíamos pasado.

 

(CONTINUARÁ)

 

© 2013 Gonzalo Martínez. © 2013 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia.  Escribe a hunks.piura@gmail.com o comenta aquí.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario