martes, 22 de octubre de 2013

Anselmo (3)

ACONSEJAMOS DISCRESIÓN DEL LECTOR: Algunas escenas que presentamos a continuación son inapropiadas.

 

Por: N-Azz

 

Elías sirvió la cuarta taza de valeriana caliente a Anselmo, quien no había parado de llorar desde que llegó, al anochecer. Durante dos horas, las lágrimas no pararon de rodar por las mejillas del adolescente.

“Debes comer algo”, le dijo Elías.

Anselmo meneó la cabeza negativamente, y se volvió a hundir en el pronunciado pecho del joven, cuyos amplios brazos no tuvieron más opción que rodearlo por enésima vez.

Elías vestía una Caffarena raída, un jean en iguales condiciones y botas militares. Anselmo tenía puesta la ropa de faena con la que escapó, pues, tras lo ocurrido en su casa, ni siquiera pensó en bañarse o cambiársela. Apenas si se había lavado la cara, para limpiarse el rastro de semen que se le pegó a la nariz.

 “Aunque sea la sopa”, insistió Elías, mientras sentía que las lágrimas de Anselmo humedecían su regazo.

El adolescente tenía la cabeza hecha cuadritos. Donde nada encajaba con nada. Incluso llegó a pensar que la muerte de su madre y el episodio vivido horas antes podrían tener alguna relación.

Por su parte Elías estaba tan desconcertado, al extremo que consideró que la orfandad no era, necesariamente, la mayor maldición que le había tocado vivir.

Sus dos padres habían muerto tres años atrás al desbarrancarse un camión, en la última curva, antes de llegar a San Jerónimo. Por más esfuerzos que hicieron sus vecinos (entre ellos Agapito), nada se pudo hacer por salvarles. Desde entonces, es padre, madre, amo y peón de su vida, dedicado a la labranza. Tenía ganas de ir al Ejército, a cambiar su vida, pero la tierra lo requería, y aprendió de su padre, a no ignorar tal llamado.

Elías cortó esos recuerdos. Sabía que dos llorones iban a empeorar la situación.

Respiró hondo, tomó suavemente la barbilla de Anselmo, lo miró con cariño, y juntó sus labios a los del chico. “Sólo la sopa, ¿ya?”.

Al fin, hubo un asentimiento.

Ambos salieron del cuarto, y fueron a la mesa. Comieron en silencio, pero, cada vez que podía, Elías no dejaba de expresar su cariño a Anselmo mediante la mirada cálida de sus ojos medio achinados.

“¿Quieres más?”, dijo el anfitrión cuando vio el plato sin nada.

“No”, replicó Anselmo, casi murmurando. 

El joven sonrió  asertivamente, pero no consiguió iluminar el rostro de su amigo que estaba apagado.

Ambos se fueron a dormir.

La cama de Elías era estrecha, de metal que comenzaba a oxidarse, por lo que cada movimiento era anunciado con el crujir de los resortes y las tiras del colchón, que no dejaba de ser cómodo. Encima tres gruesas cobijas, debajo de las cuales solía descansar un chico que nunca usaba ropa de dormir.

Esta vez, el dueño del espacio, por respeto, sólo se quedaría en ropa interior. Anselmo, igual. Ambos se metieron y acomodaron de costado: Anselmo le daba la espalda a elías.

“Mañana debes regresar a tu casa, si no, tu papá se preucupará”, le aconsejó mientras lo abrazaba. “Yo te acompañaré, y si veo que estás en peligro, te regreso acá. Si no, coges tus cosas y te vienes a la nochecita, ¿ya?”.

No hubo respuesta. Entonces, Elías besó el cuello de Anselmo, muy delicadamente. “Ya pues”, replicó el refugiado, apagadamente.

 

¿Cómo nació esto en lo alto de la sierra, en medio del paraíso, y los picachos ocultos por el bosqe?

Cuando Anselmo entendió que alguien debía encargarse de la chacra familiar, conoció a Elías, mientras caminaba hacia ella. Desde el primer momento, sólo hubo amistad y cariño.

Elías, un joven esbelto de 20 años,  le enseñó cómo sembrar, espantar a los pericos, y aporcar para tener mazorcas grandes y fuertes. Constantemente lo visitaba para ver cómo el aprendiz evolucionaba de dejar secar un surco a regar sin desperdiciar. Y captaba rápido.

Anselmo cargaba agua para bañarse en su casa, pero un día de incesante calor, no aguantó más. “¿Cierto que hay un estanco  por acá cerca?”

Elías lo llevó por un camino casi oculto a una especie de cascada  pequeña en el bosque, a unos veinte minutos de la chacra. La erosión había creado una piscina chiquita de fondo negro. Se desnudaron, dejando su ropa sobre las piedras. Los chicos se fueron hasta el centro, donde había cierta profundidad.

Anselmo se sumergió, y dejó que el agua fría lo relajara. Al emerger, Elías estaba de pie, viendo al bosque, como si intentara otear algo; pero, inexplicablemente, el atlético físico enfrente suyo le jaló la vista.

Anselmo mmiró con curiosidad el escroto suspendido y el largo pene de su amigo. Cuando Elías le dirigió la mirada, una especie de electricidad pasó por ambos. Casi de inmediato, su pene comenzaba a levantarse, alargarse y engrosarse, hasta que elglande apareció dejando caer gotas de un líquido transparente.

Anselmo sintió que el suyo sufría el mismo cambio, pero sin llegar a las dimensiones de Elías, quien sonrojado, se arrodilló intentando ocultar su erección.

No pudo.

Ambos se tomaron de las manos, y sin saber cómo, se besaron en la boca.

Elías sentía que su pene palpitaba sin control, mientras la mano de Anselmo intentaba tranquilizarlo con caricias.

Era inútil.

Anselmo se inclinó para ver, de cerca, la erección: en la punta de la uretra aparecía el líquido transparente. Lo tomó en su dedo y vió que se formaba un largo hilo brillante. Lo probó. Era salado y agradable. ¿Sería todo así? Se acercó más y abrió su boca para tomar el glande.

Elías no podía explicar nada de lo que estaba pasando allí, pero tampoco quería que dejara de pasar. Sentía la oquedad de la boca de Anselmo aplicando una suave fricción y succión. Podía ver los labios de su amigo aprisionando cariñosamente su miembro. Comenzó a acariciar la espalda frente a sí, y notó que se estremecía como si una fuerza incomprensible se apoderara de ambos.

¿Por qué esas formas masculinas le eran atractivas?

El cuerpo de Anselmo no era tan diferente del suyo, formado por el esfuerzo, tostado por el sol, marcado por el peso de las herramientas. Pero, ambos son hombres. ¿Será normal esto?

Notó la profundidad que formaban las dos corvas de los glúteos, y sintió ganas de explorar. Sacó su pene de la boca de Anselmo, y, tomándolo de uno de sus glúteos, giró su cuerpo en ciento ochenta grados. se arrodilló para separar ambas nalgas. Un ano rosado y cerrado aparecía al medio.

Acercó su boca,proyectó su lengua, y comenzó a lamer.

Anselmo no pudo controlar los espasmos de placer mientras su mano se apoderaba de su propio pene que estaba mojado con ese mismo líquido transparente. El suyo también era salado. Comenzó a masturbarse, a medida que sentía que la lengua de su inesperado amante intentaba hurgar más adentro.

Elías entendió que no iría más allá. Se paró, puso su pene en la entrada del ano de Anselmo, y empujó suavemente. Estaba tan lubricado que comenzó a abrirse paso poco a poco.

Anselmo debía experimentar dolor, pero, aunque esa sensación estaba presente, cierto cosquilleo al abrir el esfínter hizo que no rechazara la penetración.

Cuando Elías había introducido todo su glande, sintió que la visión se le nublaba, que el aire se hacía más puro y que algo salía de su interior y se disparaba contra el deAnselmo. Cuando regresó en sí, vio que su pene tenía el tamaño del inicio, que un hilo blanco salía desde dentro de su amigo, y que este se ponía en pie para proyectar su eyaculación, con un grito sordo que descargaba masculinidad y placer.

¡Qué intenso era ese recuerdo!

 

De vuelta en la cama, Elías sentía que nuevamente se le había parado, y, a pesar que tenía su pene rozando las nalgas de Anselmo, debajo de sus ropas interiores, algo le decía que ese era el peor momento para hacer el amor.

Su joven enamorado parecía dormir plácidamente.

 

© 2012, 2013 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres o situaciones es pura coincidencia. Escribe a hunks.piura@gmail.com o comenta aquí. SIEMPRE PRACTICA SEXO SEGURO.

Texto producido con Método Writting Fitness.

No hay comentarios:

Publicar un comentario