jueves, 18 de abril de 2019

Extrañando mi país


Amílcar llegó hace un mes y medio para trabajar en la empresa donde yo trabajo. Educado, bien vestido, siempre de buen humor. Amílcar tuvo que escapar de la dictadura venezolana. No halló chamba en Colombia y tuvo que escapar de un grupo xenófobo en Ecuador. Acá no le fue bien con el empleo. Comenzó limpiando pisos y lavando platos en un restaurante por el sector oeste. Quiso probar como cocinero pero no la hizo, aunque mas bien ascendió a mozo. Según me contó, le iba relativamente bien. Conseguía reunir algo para su diario con las propinas, me imagino por esa hermosa sonrisa que se maneja, además de su físico: rostro agradable, pelo corto y bien peinado, hombros redondeados, pectorales hinchados, algo de espalda, cintura plana, rico culo, buenas piernas. "Parece que a los otros panas no les gustó éso", me contó al cuarto día que llegó a trabajar, durante el almuerzo. "Parece que le hablaron al dueño que yo me cogía las propinas, y me echó".

Pero Amílcar no les guarda rencor. Pareciera que ese sentimiento nunca lo llegó a desarrollar. "No ees mi casa... no puedo reclamar", me confesó una vez que lo invité a tomar unas chelas. Jajaja. Sí. Lo reconozco. Me comenzó a gustar ese chico y, pues, quería saber si pasaba algo si le daba algo de alcohol. Pero no lo conseguí. Se puso a añorar su casa, su familia, sus amigos, su tierra (Maracay). No jodas, me dije. Con ese estado de ánimo, ¿qué plan iba a sacarle? Pero tampoco soy un insensible de mierda. Lo llevé a su cuarto, donde tenía su ropa, algunos papeles, libros, un colchón al suelo por cama. Nada más. Me quedé ahí hasta que se calmara, mejor dicho me quedé a dormir ahí con él, pero no pasó nada.

Luego de ese episodio, comprendí lo que algunos amigos me comentaron por chat: "Los venezolanos no vienen a cachar, vienen a chambear". Es más: no me gusta decirles 'venecos'. Es horrible. Es como si me fuera al extranjero y me dijeran 'perucho'. Lo que sí, me puse a leer más sobre la situación de su país, y a darme cuenta que allá esa gente no tiene derecho ni a morirse. Horrible su situación.

Esta semana mi familia decidió hacer planes de viaje por feriado largo. Por alguna razón, no ando animado a moverme de casa. "¡Mejor!", me dijo mi vieja. "Así alguien se queda aquí cuidando porque no faltan los choros, especialmente esa gente que viene caminando desde la frontera". Yo me molesté un poco. Le dije que era injusta, que no podía generalizar. Que choros hay de todas las nacionalidades. Mi vieja no me respondió. La cosa es que el domingo armaron chivas y se fueron por una semana a casa de unos tíos en El Alto. Así que a falta de perro guardián, yo me quedé dispuesto a rondar, ladrar y rascarme mis huevos peludos cuando esté viendo tele, medio calato, porque este calor no hay cuándo ceda.



El lunes que estaba armando unos fólders, me curcé con amílcar. Estaba con cara de desgano. "¿Te pasa algo?", le pregunté varias veces. él me lo negó. Yo sabía que me mentía. No sé. Tengo cierta sensibilidad con los ánimos de la gente. Y en el caso de Amílcar, no me equivoqué.

El martes, cuando estaba subiendo unos papeles, lo encontré sentado en una mesa y con la cara apoyada sobre sus brazos. Pensé que estaba durmiendo. Pensando en que alguien podía descubrirlo, le pasé la voz. No había nadie más en ese depósito pequeño. Cuando levantó la cara, vi sus ojos hinchados. "No me engañas, Amílcar: algo te está pasando", le afirmé. "Nada, pana, cosas... tú sabes..."

No hubo necesidad que me contara algo más. Lo intuía. Dejé los papeles y me acerqué a él para abrazarlo. entonces, echó a llorar.

"Pana, mi familia no está bien... yo le mando plata.... no está bien", me confió.No podía hacer nada más por él, excepto darle mi apoyo. "¿Y sabes qué es lo peor, pana? Este feriado largo, todos irán a divertirse. Yo... yo no".

Un momento. quizás no podía cambiar la situación de su familia, pero sí podía hacer algo por su estado de ánimo. "Acompáñame este fin de semana", le ofrecí. Me miró extrañado. "¿Cómo acompañarte?". Le expliqué la salida de mi familia, que estaba solo en casa y etcétera. Que para qué iba a quedarse solo en su cuarto si podíamos pasar el feriaod largo en mi casa haciendo cualquier cosa. "¿Pero, y tu familia?", me indicó. "Tranquilo", le dije. "Mañana traes tu cosas y saliendo de la chamba, nos vamos directo a mi jato".

Efectivamente el miércoles llegó con una mochila. Estaba algo más animado. AA la hora de salir, como le prometí, fuímos a mi jato. Es una casa de urbanización, simple, nada del otro mundo. Ya le había dicho a mi vieja que iba a invitar a Amílcar. "Verifica que no me falten cosas en la casa", me advirtió. Mejor no quise pelear con ella.



Al fin entramos. "¿Qué te gustaría hacer?", le planteé. "¿La verdad, pana? Tomar un buen baño", me sonrió. Fuímos aa mi cuarto, hice que dejara su mochila, y busqué en mi cómoda una toalla limpia. Cuando volteé a dársela, Amílcar ya estaba sin camisa. ¡Mierda!, me dije. No sé si ese huevón entrena o no, pero tenía un torso de escultura el reconchesumadre. Y justo en ese momento, se estaba sacando el jean. Yo me quedé boquiabierto viendo cómo se descubría un microbóxer amarillo donde destacaba un gran paquete. Ni hablar de sus piernas.

"¿Pana?", me pasó la voz. Yo desperté del trance. "¿Te pasa algo?", me repreguntó. "no", le dije casi susurrando. él se rió. "¿Sabes qué necesitas, pana? Necesitas un baño, como yo", me palmeó el hombro, divertido. "Claro", alcancé a decirle; "pero... después de ti". él, inesperadamente, se sacó el microbóxer. ¡Dios mío! Aunque estaba dormida, su pichula se veía grande, y esos huevos le colgaban como reloj de péndulo. Se me acercó y comenzó a desabrocharme la camisa. Yo no opuse resistencia. "¡Ya, pana, pélate que no eres nene!", sonrió. Sentí que me desabrochaba el pantalón y sentí que mi pinga se estaba poniendo dura. "No, amílcar, primero báñate tú", le casi supliqué. "Cónchale, vale... no me batees así... Yo me di cuenta", me dijo mirándome a los ojos. "¿¿De qué te diste cuenta?", me asusté. Me miró más profundamente. Se pegó a mi cuerpo, me abrazó fuerte, me besó en los labios. Yo estaba paralizado. Casi no le correspondí. "Duchémonos juntos, pana... Ahora o nunca".

entonces, Amílcar me desabrochó el pantalón, me lo bajó junto con el bóxer, y mi pinga dura saltó como resorte. Así desnudos, pegajosos, nos sseguimos abrazando y besando. Esta vez sí le correspondí.

En la ducha no nos andamos con prejuicios. el jabón fue el pretexto para recorrer nuestras anatomías desde la punta del cabello hasta el dedo gordo del pie. Con sus grandes manos, me sobó la espalda tanto como pudo mientras yo le lavaba su palo que aunque no era tan grueso como aparentaba dormido, definitivamente tenía unos 19 centímetros a lo mucho.

Regresamos al cuarto, y sobre la cama, la ausencia de censura continuó. Nos besamos la espalda, las tetillas, nos chupamos la pinga mutuamente, nos turnamos para lamernos el culo y meternos la lengua en el ano. Me dejó meterle mis 16 centímetros en su culo apretado, y fue como la gloria. Luego tocó que me la metiera. Respiré profundo. Me dolió harto cuando su cabeza entraba en mi esfínter. Lo hizo con cuidado,  Si quieres que te las cuente, déjame comentario aquí abajo o al Twitter.rítmicamente. Gruñimos. Jadeamos. Nos besamos. Sudamos.

Luego se sentó sobre mí, y mientras cabalgaba mi pinga con su enorme culo, dejó que lo pajeara. Me vine dentro de su culo, y auque ya me había vaciado, él no dejaba de moverse. Diez minutos después, sentí que jadeó profundo, volteó su cara hacia atrás, abrió su boca, cerró los ojos y soltó cinco ráfagas de leche hasta mi cuello.

"¿Te gustó, pana?", me dijo ya alegre. "Me encantó", le dije. "Gracias por invitarme acá... ésto es solo el inicio", me guiñó el ojo. El resto de la noche repetimos la faena hasta quedarnos jato.

Esta mañana se ofreció a hacer las compras, así que yo estoy aprovechando para contarles todo ésto. Y tengo que terminar ya porque acaba de llegar. ¿quién sabe qué sorpresas me tendrá oy?

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