lunes, 6 de enero de 2014

Cuento de cuartel

Pablo en su día de Franco (…Y de Gerardo, y de Chris, y Miguel, y de…)

 

Por: Hunks01

 

-          ¡Eres la vergüenza de esta casa!

Pablo estaba estupefacto en su silla del comedor. Su madre prefirió no reaccionar. Su padre estaba notoriamente furioso.

Se supone que ésta era la salida más adecuada a su cuita. Días antes, el Hermano Leonardo lo escuchó afablemente, y le sugirió tomar ese paso.

Su adhesión al grupo parroquial pareció no menguar esa sensación que traía por dentro, hace varios años, exactamente desde los 14, cuando casi los descubre el profesor de Educación Física.

Estaba en los vestidores con antonio, su compañero de clase, frotándose sus partes íntimas, mientras terminaban de ducharse tras la clase de ese día. Cuando el docente los vio, se sonrió levemente, no dijo nada y se fue. En las siguientes semanas, Pablo notó que el recio maestro se le insinuaba cuando coincidían solos. Jamás lo aceptó, aunque se derretía por él, más por el rumor de ciertas “ventajas” antes que por un principio ético.

En los dos años siguientes, los encuentros furtivos con Antonio fueron repitiéndose, especialmente cuando ambos asistían juntos  al gimnasio, donde conoció a otros dos chicos, con quienes un día, casi termina en una sesión de sexo en grupo. Aprovechando la casa vacía, uno de esos nuevos amigotes, organizó una orgía Express,donde participarían los cuatro. Estaban comenzando a quitarse la ropa, cuando sorpresivamente llegaron los padres del anfitrión. Todos salieron disparados, vistiéndose en el camino, mientras el conato de escándalo público se les avecinaba.

Tras el colegio, a un mes de empezar la universidad, casi lo descubre un profesor cuando le practicaba sexo oral a un muchacho que había conocido en la fiesta de cachimbos. Los dos estaban en un depósito de libros y revistas. Sintieron que la puerta se abría, y, en el instante, Pablo se puso de pie, y su “amigo” se subió el calzoncillo y los pantalones que los tenía a medio muslo. Se salvaron por un pelito.

Intentando sublimar su libido, se integró al grupo parroquial, y pareció hallar paz. La acogida de los chicos y las charlas del Hermano “Leo”, un carismático y atlético joven, le transmitían plenitud, tranquilidad, gozo.

El retiro de Semana Santa fue tan intenso, que creyó haber encontrado la luz. Cuando se fue a dormir, no pudo resistir la tentación de acariciar a su compañero de cuarto, quien había olvidado empacar su pijama. Ambos terminaron teniendo sexo, y durmiendo desnudos hasta que amaneció.

Entonces se lo reveló a “Leo”, quien no se sorprendió. Le aconsejó que enfrentara la verdad ante sus padres, y que confiara en la Providencia y su infinita Misericordia. Pablo confió, y se confió.

¿Qué salió mal? ¿Por qué su padre no mostró un ápice de comprensión y respeto? ¿Era acaso que había herido su orgullo, basado en una rígida formación castrense? Su progenitor es, en efecto, un capitán del ejército.

Esa noche, tras cenar, Pablo se encerró en su cuarto, apagó su celular, se puso a llorar.

De cuando en cuando, se miraba en el espejo de su cuarto: alto, simpático, algo atlético. Tenía gancho con los chicos, hasta que les decía que era pasivo. Sólo una vez hizo el otro rol. Pudo satisfacer a su compañero sexual, pero sintió que no era lo suyo.

Tres días después de la confrontación en el comedor de su casa, su padre entró a su cuarto violentamente.

-          Arregla tus cosas. Todo. Salimos en media hora.

-           ¿A… dónde?

-           ¡Carajo, no preguntes. Sólo haz lo que te digo!

-          Le perdí el rastro, pues apenas llegó a decirme que se iba, pero no sabía dónde.

-          En las reuniones del grupo parroquial, se sentía su ausencia, y hasta “Leo” llegó a decirme que lo extrañaba mucho.

-          No supe de él, hasta hoy temprano. Era casi un mes que no respondía llamadas, ni se conectaba a Internet. Nada.

-          Me dijo que su papá abía decidido meterlo al cuartel, con la esperanza que la vida militar (la disciplina, como le dicen) le curara la homosexualidad.

-          Claro que eso me parece una estupidez. Aún recuerdo a Marcelo, un chico que estudiaba conmigo hasta el tercero de secundaria.

-          Yo fui a un colegio de sólo varones, y él era favorito de los chicos pendejos del salón. Llegó a ser tan cotizado, que hasta se dio el lujo de cobrar, y extender el “servicio” a otros salones, colegios, y –según ciertos amigotes suyos- a algunos policías que trabajaban cerca de su casa.

-          En el colegio militar, el cuadro no cambió. Ahora Marcelo vive en la capital, estudiando y viviendo con un abogado con buena cartera de clientes.

-          Por su parte, Pablo parecía estar resignado a la decisión de su padre.

-           ¿Cómo te tratan?

-           Te matan todos los días, pero como que ser el hijo de mi viejo tiene sus ventajas.

-           ¿Cómo así?

-           Nadie te dice que no.

-          Pablo selló la frase con una sonrisa traviesa. Le repregunté qué estaba tratando de decir. Guardó silencio, sin dejar de sonreir, hasta que soltó la lengua y comenzó a contar que, con tal de no contradecir a su papá, le daban las mejores raciones, la mejor cama, lo dejaban descansar más… y recibía tentadoras propuestas de algunos de sus compañeros de la cuadra, con tal de tener ciertos privilegios en los permisos, guardias y hasta visitas no autorizadas de las enamoradas.

-          A cambio de eso, por lo menos, cinco de sus “promociones” no dudaron en acostarse con él. El fornido Gerardo, un moreno aventajado que prefirió ir a servir como soldado en vez de ayudar a su padre en el campo; el callado Luis Miguel, un chico blanco, delgado y de ojos verdes, que le propuso tener un trío con Christopher, delgado pero de brazos trabajados con pesas y barras, aficionado a las aplicaciones de celulares y al fútbol; Renzo, quien vino desde la selva buscando suerte en la minería de oro, pero que, por un lío de faldas, se refugió debajo del uniforme verde olivo; y, Antonio.

-          Me sorprendí.

-           ¿Antonio? ¿Te refieres a Antonio, el que estudió con nosotros en el cole?

-           Sí. ¡Y no sabes cómo se ha perfeccionado!

-          Antonio era otro deportista y bebedor empedernido. Cuando ingresó a la universidad, dos noticias fulminaron la paz de su casa: su padre resultó teniendo hasta tres compromisos fuera de ella, y para empeorar las cosas, le diagnosticaron cáncer. Eso obligó al chico a buscarse chamba, y tras infructuosos intentos de ingresar a supermercados y tiendas por departamentos (“Con mi pinta, la hago”, solía decir), prefirió el Ejército.

-           ¿Quieres salirte del cuartel?

-           Al inicio sí, pero ahora… como que no.

-          En cierto modo, el estar dentro ayudaría a independizarlo, pero ¿hasta qué punto?

-          Entonces decidí jugarme mi última carta.

-           Pablo, hace tiempo que siento algo por ti.

-           Ay amigo. Sé a dónde vas, pero para mí, eres como un hermano, ¿entiendes?

-           Quiero entender, pero no me conformo.

-          Nos quedamos callados. Pensé que, a pesar de todo, a lo mejor el problema sería su papá. Aunque no soy evidente, es probable que el viejo esté sospechando de todas sus amistades. Supuse que, a pesar de todo, Pablo quería hacer una carrera militar, y como que necesitaba deshacerse de ciertos lastres. Imaginé muchas posibilidades.

-           Además, si te acepto, sería una gran traición.

-           ¿Traición a qué?

-           No a qué, a quién.

-           ¿Tu viejo?

-           No… a Antonio… Somos pareja.

 

© 2013 Hunks of Piura Enteryainment. Cualquier parecido con nombre, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe a hunks.piura@gmail.com o comenta aquí.

Texto producido con el método Writting Firness.

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