domingo, 7 de noviembre de 2021

ASS (02): Un culo y unos labios golosos

La ducha que toman al mismo tiempo el Padre Alberto, Pedro y Juan se convierte en otro trío.

 


 La puerta del baño se abre y se prende la luz. Juan,el Padre Alberto y pedro entran.

“No es muy grande, pero podemos bañarnos los tres”.

El sacerdote se quita la toalla que lo cubre y queda totalmente calato. Juan y Pedro por fin pueden contemplar su espalda ancha, su cintura estrecha, su culo bien pronunciado y sus poderosas piernas. Los dos también se desnudan e ingresan mientras el Padre saca un poco de agua con un baldecito y se lo echa al cuerpo.

“espero que no esté tan fría”, indica Juan.

“Para quitarme bien el trago está bien”, sonríe Alberto quien toma un jaboncillo y comienza a untárselo. Pedro es el siguiente en echarse el agua.

El Padre Alberto se percata mejor del físico desnudo de Juan: parece más un futbolista, es decir, marcado y delgado de la cintura para arriba, pero algo masivo de la cintura para abajo. Detiene su mirada en la pinga del chico debajo de un vello púbico algo crecido.

“Así que ésa te has aguantado, Pedrito”, comenta.

El aludido también toma el jaboncillo y se lo pasa por la raja del culo donde unos 15 minutos antes, dos penes erectos habían penetrado y dejado una gran cantidad de semen.

”Y eso que está dormidita”, bromea Juan.

“¿Se la podrá despertar otra vez?”, sonríe el Padre.

“Si me la chupan bien, ¿por qué no?”

El Padre sonríe de nuevo y, sin pedir permiso, se agacha hasta aferrarse de las caderas de Juan y usar sus labios como aspiradora para succionar la picha del muchacho. La suelta un ratito.

“Chúpame el culo, Pedrito”, pide.

El acólito obedece y, separando las nalgas del sacerdote, descubre el ano rodeado de vellitos. Comienza a lamerlo y succionarlo. El aroma del jabón también está presente ahí.

“Clávame, Pedrito”

El monaguillo, quien ya tiene sus 15 centímetros gruesos al palo, pone la cabecita de su pene en todo el ano del cura y comienza la penetración. Su miembro es rápidamente engullido. De inmediato, Pedro se mueve y hace chocar su cuerpo sobre las nalgas de Alberto, quien no deja de mamar la verga a Juan.

Pedro acelera un poco más su baile pélvico hasta que no puede contener su eyaculación.

“Las voy a dar, las voy a dar”, anuncia. Y sucede. Su esperma se dispara más adentro del ano de Alberto. Ya tenía tanta arrechura contenida que se aceleró tras el trío en el cuarto donde va a pasar la noche con Juan.

“Clávame tú”, dice el Padre separando sus labios del pene del anfitrión.

Juan gira y mete su pinga casi de golpe; total, ese agujero está ya abierto. Comienza a moverse.

“Qué rico”, se excita el cura mientras comienza a pajearse ahí, agachado, casi sosteniéndose con las uñas de sus manos del tanque de metal en el que se acumula el agua que viene poca y a ratos cuando la sueltan por el canal.

Pedro se queda ahí viendo todo como si asistiera a una película porno en 3D. Juan le sonríe.

“¿Qué tal cacho?”, le pregunta.

“Cachas rico”, atina a responder Pedro sin quitar su mirada del pene entrando y saliendo del ano del cura.

Pedro tampoco luce mal así, calato: cuerpo atlético y lampiño, buenos pectorales, buenos brazos, vientre plano y cintura estrecha, culo redondito, piernas formadas, grandes huevos.

Juan acelera y hace sonar sin roche su pelvis sobre las nalgas de Alberto.

“Así, rico. Dame verga, cabrón. Dame tu rrica verga”. El Padre Alberto sí que es goloso cuando se trata de ser pasivo.

Juan demora un poco más el segundo orgasmo de esa noche, lo que Alberto agradece, sin duda; pero todo tiene su final:

“Las doy de nuevo”, avisa.

Pero esta vez, hace algo diferente al primer trío: saca su pene aún erecto (el glande colorado de tanta fricción), y comienza a pajearse. Su leche espesa termina disparándose entre las nalgas del cura, quien aprovecha y dispara el suyo sobre el falso piso de la ducha. Pedro queda allí viendo todo, casi desconcertado y con uno de sus pies llenos de un semen que no es el suyo.

A la mañana siguiente, de regreso a San Sebastián en la camioneta de la parroquia, solo van el sacerdote y su acólito.

“¿Cómo sabías lo de Juan?”

“No lo sabía; fue casualidad… aunque ya lo sospechaba”, sonríe Alberto.

“¿Cómo lo sospechabas?”

“Es promoción de Alejo: ¿no te ha contado las orgías que había en ese cuartel?”

“Nunca”.

“¿Cuál será el próximo cumpleaños? Podríamos pedirle que nos cuente alguna de sus historias del ejército… Por cierto que Juan tiene rica pinga”.

“¿Lo convertirás en otro ángel?”

El Padre Alberto vuelve a sonreír mientras llegan a las primeras calles de San Sebastián, la pequeña ciudad rodeada de campos de cultivo y algarrobales.

Y para terminar,te dejamos con una porno. 

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