sábado, 13 de noviembre de 2021

La hermandad de la luna 7.2

En La Luna ya se inició el trabajo. Carlos ayuda a Tito a extender las mantas de tela sobre el suelo y a asegurarlas con piedras.

“¿Te has dado cuenta que al tamarindo le están saliendo nuevas flores?”, observa el gladiador.

“Parece que sí”, responde Carlos tras hacer una inspección a perspectiva de zorro, aunque jamás le dirá que podría estar ligado a la ceremonia de fertilidad que había realizado con Adán unos días antes. “Y eso que el frío ha sido fuerte”.

Unos cincuenta metros finca adentro, el propio Adán junto a Frank abren compuertas para humedecer el terreno que estaban arando la semana pasada.

“¿Y te dijo Owen a dónde había salido?”

“No; me parece que se tomó una señora siesta toda la tarde”.

“Mierda”, reacciona Frank.

“¿Por qué? ¿Has estado aprovechándote de mi sobrina?”, ríe el cuerpo de luchador.

“No, pues, no seas así”.

Adán sigue riendo.

“Normal, Frank. Solo recuerda lo que tu suegro te recomendó: usa forro o Owen te la mete en pose de perrito y sin vaselina”.

“Ni en sueños”, sonríe el muchacho, recordando cómo sentía el paquete del instructor entre sus nalgas mientras lo transportaba hacia la finca, la víspera.

El timbre suena, Carlos verifica en el circuito cerrado y acude a abrir. La camioneta entra, se estaciona y sus dos pasajeros descienden. Tito se acerca a saludar.

“Después de meses”, le sonríe Elga.

“el diésel para el tractor está en la parte de atrás; descárguenlo”, interrumpe Christian “Ah, y bajen la maleta del asiento trasero”.

Carlos y Tito se miran.

“¿Maleta?”, murmura el primero.

“Súbela al cuarto principal”, ordena el abogado.

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Se convoca a una reunión urgente en el despacho. Elga ocupa el escritorio que alguna vez perteneció a Manolo. Christian apoya sus redondas nalgas en uno de los filos laterales del mueble. Luce camisa blanca ancha, que magnifica su torso, jean desteñido y ceñido, que magnifica sus musculosas piernas, y mocasines negros deportivos que magnifican el polvo de la finca.

“Como saben, luego de lo ocurrido la semana pasada, la señora Elga Chávez viuda de Rodríguez ha asumido la propiedad de La Luna, así que también es su patrona…”

“Jefa mas bien”, interrumpe Elga.

“Bueno, jefa; y espero que le brinden la misma lealtad y esfuerzo que al señor Manuel cuando estuvo vivo”.

Carlos da un paso adelante y carraspea:

“A nombre de los trabajadores de La Luna, te damos la bienvenid…”

Le damos, Carlos”.

“Por favor, Christian”, interrumpe Elga otra vez. “Carlos, Tito, Adán y yo somos como familia. Bueno, espero que también… ehh…”

“Frank”, recuerda el más joven.

“Que también tú te consideres parte de nuestra familia. Todos, y recalco: todos, sabemos que si estamos aquí es gracias a que Manolo nos dio su mano en algún momento de nuestras vidas. Así que gracias, Carlos, por la bienvenida. Aunque… la razón por la que los reunimos aquí no es para un acto protocolar solamente, sino para informarles ciertos cambios que tendremos en la finca y que van a afectarnos a todos”.

Adán, Tito y Carlos se miran de reojo.

“Como saben”, prosigue Elga, “la muerte de Manolo nos tomó a todos por sorpresa y eso nos ha llevado a pensar el destino de sus propiedades. Ésta es la única que conservamos él y yo luego de casarnos. Y, por cierto, creo que Manolo siempre te va a estar agradecido, Tito, porque confiaste en su palabra, y él confió en la tuya”.

“Y donde quiera que esté, Manolo sigue confiando en mí”, agrega el gladiador.

“Y de eso se trata lo que vengo a decirles hoy: de confianza. Todos y yo sabemos que La Luna es uno de esos ejemplos extraordinarios de emprendimiento porque con sus diez hectáreas hace negocios que ni siquiera los agricultores asociados han conseguido. Las alianzas que hizo Manolo logran que llenemos contenedores, nos aprecien la calidad, nos paguen buen precio; en fin, somos una de las fincas más rentables de todo el valle de Collique. Y ustedes son los artífices de ese logro, chicos. Todos, sin excepción”.

Y los peones, como era de suponerse, comienzan a inflarse cual pavos reales.

“El asunto, chicos, es que yo tengo que reconocer algo: ésa ha sido la era de Manolo Rodríguez, un hombre que, como sabemos, lo mejor que pudo hacer fue dejar el ejército y lanzarse como empresario. No voy a repasar los negocios porque ustedes los conocen mejor que nadie”, elga les guiña un ojo y les sonríe coquetamente. “Pero si me preguntan a mí cómo continuar, mi respuesta es no sé”.

Ahora todos vuelven a verse preocupados, ya sin disimulo. Todos, menos Christian.

“Entonces, por más buena voluntad que yo tenga en sacar adelante este negocio, y por más capacidad que ustedes han demostrado todos estos años, yo siento que no llegaremos siquiera a tocar la valla que nos dejó Manolo”.

“Podríamos si trabajamos en equipo, Elga”, añade Carlos.

“Un podríamos no basta; un vamos dicho con mucha seguridad sí lo sería todo”.

“Vamos a hacerlo, entonces”, participa Tito.

“Hasta donde podamos, chicos”.

“¿Qué… quieres decir?”, Carlos ssuda frío.

“Que La Luna se pondrá en venta”, suelta Christian.

Como si una cascada de agua congelada se hubiese precipitado, así se quedan los peones. Elga mira al abogado como llamándole la atención.

“No era la voluntad de Manolo”, sentencia Carlos.

“Manolo ya murió; las cosas han cambiado”, acota el abogado.

“Tenemos contratos hasta fin de año”, recuerda Tito.

Elga y Christian se miran.

“Mira”, intenta hilvanar la nueva patrona. “Intentaremos negociar rreenganche laboral”.

“¿Y si no aceptan?”, dispara Tito.

“Les pagaremos beneficios como manda la ley”, indica Christian.

Hay un silencio en el despacho por varios segundos.

“Trabajaremos hasta el final, como a Manolo le hubiese gustado que lo hagamos”, participa Carlos y se va. Los otros tres caminan tras él y dejan el despacho.

Elga y Christian se quedan mirando.

“´Presentarán su renuncia”, carraspea el abogado. “Ya verás”.

“Cómo se nota que no los conoces, doctor Esteves”.

Christian camina y cierra la puerta del despacho con seguro, regresa donde elga, la toma en sus brazos y la besa en la boca.

“Ellos renunciarán. ¿Apostamos?”

Vuelve a besarla en la boca.

“Christian, la cámara”.

“Esa cámara solo se ve en tu laptop y en el celular de Manolo. Tú manejas la laptop, y el celular de Manolo… ahora es plástico quemado”.

Ambos continúan besándose. Christian comienza a pasear sus labios en el cuello de Elga y ésta lo abraza más y más fuerte. El ambiente comienza a hacerse más cálido. Elga regresa sus manos hacia el pecho de Christian y le desabotona la camisa hasta sacársela. Ella también le besa el cuello y poco a poco acaricia las tetillas del chico con la lengua. Él, por su parte, le saca la chaqueta de cuero e intenta hacer lo mismo con la blusa. 

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