sábado, 27 de noviembre de 2021

La hermandad de la luna 7.4

En la caseta de vigilancia, cuatro varones entre maravillados, excitados (Tito le ha estado sobando el trasero a Adán) y desconcertados miran atentos la pantalla de la laptop.

“Ése es mi plan”, sonríe el gladiador. “Y todos participaremos”.

“¿Te refieres a…?”, trata de intuir Adán.

“Primero conversaré con ella”, insiste Carlos.

“Si tus conversaciones fallan, aplicamos mi plan”, ordena Tito.

“¿Y si tu plan falla?”, le encara Adán.

“Trabajaremos hasta el final”, responde el gladiador, muy autosuficiente.

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Cuando Christian reabre la puerta del despacho, ya está correctamente vestido.

“Entonces, ¿te tomarás dos días?”

“Sí”, responde Elga. “Mientras reviso papeles, me familiarizo con cosas. Si vamos a vender esto, al menos debo saber detalles”.

“¿Quieres atrapar algún ingeniero, acaso?”

Elga sonríe:

“No hables estupideces”.

Christian sonríe también:

“Entonces, vengo a verte el miércoles”.

“No, el jueves mejor; no me apresures. Una cosa es la casa de playa que tiene ciento ochenta metros cuadrados; otra es esto que tiene diez hectáreas”.

Christian entiende la diferencia.

“Entonces el jueves”, cede el abogado, , “pero si estos hijos de su madre, si existe, te comienzan a joder…”

“Presionaré el botón rojo, pero no será necesario. Ya te dije que yo los conozco mejor que tú”.

Christian deja el despacho y camina hasta la caseta de vigilancia, donde Carlos ordena unos papeles.

“¿Dónde está Adán?”

El capataz mira al abogado con mucha seriedad:

“Volteando un terreno con el tractor. Si lo necesitas, tendrás que esperar”.

Al abogado ese tono le da mala espina:

“Por favor, Charlie, ¿ya comenzamos con el ambiente hostil de trabajo?”

“¿Cuál ambiente hostil, Christian? Espera a que acabe de trabajar en el tractor porque si lo para, el volteado de la tierra se joderá”.

El joven galán entiende que no es el mejor momento para desplegar poder. No por ahora.

“Ábreme el portón mejor”.

“Con mucho gusto se lo abro, doctor Esteves”, sonríe Carlos irónicamente.

El abogado se molesta ante la respuesta pero se la traga. Tiene algo más importante que hacer, o al menos eso piensa.

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En efecto, Christian no regresa a Collique sino sigue camino a Santa Cruz. Se estaciona frente al AMW, cuya puerta encuentra aún abierta, y baja. Se topa con un par de alumnos de buen cuerpo quienes salen tras completar su sesión de entrenamiento. En el centro de la sala, Owen acomoda unas pesas antes de cerrar, y desde esa distancia hace contacto visual con el recién llegado. El abogado no avanza más y trata de darle una expresión seductora a su hermoso rostro trigueño.

“I knew you were coming here,” se adelanta el instructor luciendo toda su escultural figura que la ropa de deporte disimula mal.

“How do you know that?”

I brought you to the paradise.”

“And I want to know how. Even you made to bleed my ass with that huge cock.”

“You’re a lawya’,” sonríe Owen.  “You can file me alleging rape.”

“No, I won’t do it because I don’t have any fucking proof, unless you show me again how you made it.”

“I’d love to, but Flor’s gonna come here to audit me.”

Y justo en ese momento, la chica abre la puerta que conecta el gimnasio con la casa de Tito.

“Doctor Christian, no sabía que estaba acá”, luce extrañada.

“He came to ask for schedules and promos,” justifica Owen.

“yo ya me iba”, reacciona el abogado, avergonzado, y sale del local. En menos de un minuto arranca la camioneta y abandona Santa Cruz.

“Do you know who he is, Owen?”

“More than perfect, Flor, and I distrust like you.”

“So?”

“So nothing. Take it easy.”

Owen, siempre sonriente, se apresta a sellar el gimnasio; Flor se queda perpleja.

  

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