viernes, 24 de diciembre de 2021

Proyecto Lujuria 2.2: Escalante busca sementales


A la mañana siguiente, viernes, cuando Evandro acaba su sesión de entrenamiento, el chico que lo había felicitado la mañana anterior mientras se duchaba se le acerca.

“Qué hay, campeón”, saluda el actor.

“No pude ir al teatro; quería ver la obra de nuevo”

Osmar se acerca a ambos.

“No te preocupes”, sigue sonriendo Evandro. “La temporada fácil que sigue hasta fin de mes, así que puedes ir cuando quieras”.

“¿Listo, Gibrán?”, al fin saluda el instructor. “Hoy toca piernas”.

“Chicos”, carraspea el muchacho, “ya que están aquí,quería invitarlos a una reu en mi casa mañana por la noche… ¿no tienen que hacer nada el domingo temprano o sí?”

Evandro y Osmar se miran.

“Dormir hasta tarde”, responde el primero.

“Bueno… quería invitarlos a ver si pueden ir”.

“¿es algún tipo de celebración en especial?”

“Mi cumpleaños”, se sonroja Gibrán.

Evandro y Osmar se miran otra vez.

“Bueno… me dejas la dirección con el grandote éste y nos damos una vuelta mañana”.

“¿en serio podrían?”, se alegra Gibrán.

“Sí”, confirma Osmar. “Pero primero vamos a trabajar tus muslos, pantorrillas y trasero, ¿te parece?”

“¡Genial!”, se alegra el oferente, quien se retira al vestidor.

Disimuladamente, Evandro junta sus índice y pulgar izquierdos y los hace palpitar mirando a Osmar, quien mueve la cabeza y sonríe mientras avanza su camino.

“Vete a duchar”, avisa antes a su alumno.

 


El turno de trabajo de Osmar en el Steel Fit Gym comienza oficialmente a las seis de la mañana, aunque en realidad llega media hora antes (la mayor parte con Evandro tras trotar desde el edificio donde viven) para limpiar un poco y estar listo para recibir a los primeros alumnos. Justo antes de las seis aprovecha para probar la primera parte de su desayuno; luego se da maña para probar la siguiente porción alrededor de las nueve o diez cuando la carga de alumnos ha decaído un poco. Si le quedan dos o tres alumnos, aprovecha para entrenar hasta antes de mediodía cuando se ducha y almuerza otra porción en la minicocina del gimnasio. Si no, tendrá que esperar a que acabe su turno a las dos, aprovechando que llega el otro instructor, para hacer su rutina, ducharse y recién probar bocado a las cuatro.

Ese viernes es uno de esos días cuando luego de las nueve tiene seis alumnos nuevos, así que no puede descuidarse y tiene que monitorearlos sí o sí. Por lo mismo, no tiene más remedio que entrenar a las dos de la tarde.

Mientras se ducha en el gimnasio, piensa en dos cosas: primero, que desde su llegada al Perú, placeres que en su país inicialmente podía disfrutar en su casa como el baño, ahora tenía que hacerlo en un espacio público; y, segundo, que tras comer su cuarta porción del día, tenía que regresar al edificio a ordenar un poco su cuarto para comer su quinta porción a las seis y media, y luego la última ya en el teatro a donde llegaba a las nueve, tres cuartos de hora antes de que el telón se abriera.

A las cuatro de la tarde recién comienza a llegar gente al establecimiento, así que es imposible no chocarse con dos o tres alumnos en el vestidor con quien Osmar se saluda cordialmente y se quita la toalla. No le importa si lo ven como Dios generosamente lo trajo al mundo. De hecho, había aprendido que el pudor es un concepto muy focalizado, que solo se debe respetar y promover en los espacios públicos; pero en lo privado, o en el teatro o frente a una cámara, la desnudez es lo más natural. Incluso cuando está encerrado en su cuarto, prefiere andar en pelotas.

El hecho es que, tras salir de la ducha y vestirse, prende su celular y un montón de notificaciones comienzan a llegar: un mismo número trata de comunicarse con él. Devuelve la llamada.

“¡Osmar! Te estoy tratando de localizar”, le dicen en el auricular.

“Si, señor Escalante, es que… estaba entrenando, estaba en la ducha y…”

“No importa, hermano. Vente a mi oficina apenas puedas porque necesito conversar contigo”.

¿Será que Evandro acertó con su pronóstico?, piensa.

 


“Bueno, Osmar, mi primer comentario es que para los treinta y tres años que tienes, pareces de veinticinco o menos, y ese factor genético nos convenció”, prologa Escalante. “queremos que seas el rostro y el cuerpo para la campaña de Lust, una línea de productos de belleza masculina. Las piezas son un comercial en video para la tele y las redes, y una fotografía para banners, revistas, e incluso se pensó en un calendario. Solo hay dos detalles que quiero consultar contigo. Aparecerás desnudo en las piezas y el pago es mil dólares por el video y quinientos dólares por la foto. Sé que no son los precios de mercado, pero la marca rec…”

Para Osmar, la matemática no es tan complicada de hacer: ese trabajo le permitiría recibir cinco sueldos básicos que le pagan en el gimnasio o tres salarios que gana en el teatro.

“Acepto”, interrumpe.

“Osmar, a ver, quiero que no te enfoques en el dinero: vas a aparecer desnudo”.

“Señor Escalante, usted sabe que a los actores y modelos nos preparan para esto, y yo le dije que solía hacer desnudos en mi país; vio mis fotos y…”

“Claro, Osmar, pero una cosa son veinte segundos en una novela, o posar en una revista  de circulación local. Aquí la campaña es nacional, te van a ver diez veces al día, no sé”.

“¿Qué voy a mostrar en el desnudo?”

“Todo menos tus genitales”.

“Como le digo, acepto”

“Que conste”, sonríe Escalante acomodándose en su sofá ya que su oficina es, en realidad, la sala de su departamento.

 


“¿Mil quinientos por mostrar tu culo?”, sonríe Evandro, las manos sobre el volante, conduciendo en plena hora punta en algún lugar en la avenida José Pardo  de Miraflores. “¿Y tienes que viajar de éste al otro domingo para grabar?”

“”¿Cuánto crees que debí cobrar?”

“Solo el video no te baja de los dos mil; si esos huevones de culturistas a los que nadie conocía se calatearon y se pajearon por dos mil quinientos por video, Osmar. ¡Por video! O sea, que cada uno se armó, fácil, con sus siete mil o diez mil de un solo keko”.

“Pero tu sabes que un fisicoculturista solo en comida y suplementación no baja de trescientos cincuenta dólares al mes y tú mismo me contaste que no les daban patrocinio; al menos yo tengo entradas: el gimnasio, el teatro, esos shows que me consigues”.

“No cuentes los shows como ingreso fijo”.

“Bueno, ya firmé, vale. Ya le dije a Escalante que debemos ir y regresar el mismo día, y…”

“Mil quinientos por mostrar tu culazo”, insiste Evandro.

“en Venezuela, el mínimo es cuarenta dólares. ¿Puedes ponerlo en perspectiva? ¿Te conté que en mi casa son mis papás y tres hermanos? ¿Sabes cuánto gastan al mes? La mitad de lo que gano se va para Venezuela. ¡Es más de lo que ganan mis dos viejos trabajando! Y Lima no es barato: ¿tú solito sobrevives acá con cuatrocientos cincuenta dólares al mes?”

“Osmar, yo no voy por el costo de vida, yo voy porque rregateaste mucho, hermano”.

“Si no aceptaba, perdía ese contrato”.

Evandro cierra la boca al escuchar tal argumento.

“Escalante es un reconchasumadre”.

“No es eso, Evan. Me contó que su cliente recién está lanzando los productos y no tenía mayor dinero para publicidad. O sea, también ponte en el lugar del señor Escalante, ¿no?”

“¿Y vamos a pelearnos por ese cabro?”, sonríe Evandro viendo a Osmar.

“Yo no quiero pelearme contigo… has sido mi primer amigo de verdad en Perú y….”

“¿Y qué?”

“Ahorro un dineral en pasajes cuando me llevas en tu auto”.

Osmar se carcajea amistosamente y Evandro le saca la lengua mientras llegan al teatro.

  

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