viernes, 10 de junio de 2022

La hermandad de la luna (epílogo)

En Fogatas, la playa por donde pasa la línea que permite dividir a la Tierra en dos mitades perfectamente iguales, un ansioso Ismael Nava se sienta en una mesa al interior de un restaurante de hamburguesas. Es mediodía, el tiempo está templado, y poco o nada le importa que donde él está sentado es invierno pero saliendo por la puerta principal, a unos diez metros de distancia, es verano. Chiquito se le aproxima y sienta al frente.

“Ya nos traen la orden, inge”.

“No me llames así, carajo”, regaña Nava en voz baja.

“Disculpe, don Mayo. ¿Cuándo tomaremos el vuelo?”

“Una semana todavía porque tienen que arreglarme lo de tu pasaporte: hacerte pasar por ciudadano de acá y sacarte papeles no se hace de un rato al otro como en Collique, pero Latinoamérica es Latinoamérica, donde sobornas a quien sea y… ya sabemos qué pasa”.

Chiquito sonríe.

“¿Y cuándo podré llamar a mi mujer y mi viejita, in… don Mayo?”

“Carajo, huevón, espera a que lleguemos a Londres y ahí nos organizamos. Le has dejado regular cantidad de plata a tu familia, así que no creo que la desaparezcan en una semana”.

De pronto, una hermosa joven vestida con breve blusa de tiritas, short y sandalias entra, observa a los lados y camina hasta sentarse en la misma mesa que los dos varones. Nava mira a Chiquito muy sorprendido; lo mismo el matón.

“Hola, caballeros”, dice con voz muy dulce y coqueta.

“Buenas tardes”, trata de ser cortés Nava. “Perdone, ¿nos conocemos?”

“No creo, pero… podríamos conocernos más”.

Nava y Chiquito vuelven a cruzar miradas. El segundo le mira los senos sin ningún disimulo pero no con afanes pecaminosos, mas bien de seguridad, detectando algún cable oculto, algo fuera de lo común.

“El reloj”, reacciona alarmándose, y levantándose de la mesa. “¡El reloj, inge!”

Todos en el restaurante voltean la cara.

“Siéntate, por favor”, advierte Nava en voz baja.

Chiquito reocupa su asiento con los ojos desorbitados, totalmente jadeante.

“Al grano, señorita”, el ingeniero se pone serio. “Su presencia nos está inquietando”.

La chica mete la mano a su bolsillo y saca un carnet con una foto.

“Prensa. Quiero que me cuente la historia de Cruz Dorada en el valle de Collique, del otro lado de la frontera”.

Chiquito se vuelve a levantar de golpe, tira la silla, se mete la mano a la cintura y saca una pistola: apunta a la chica. Nava se para con rapidez y lo encara.

“No seas imbécil”.

El matón mira con desesperación a la joven audaz y mira a Nava. Gimottea. Al instante, se lleva el cañón del arma a la boca. Los comensales gritan de espanto.

Un disparo se oye.

Todos salen despavoridos, entre ellos Nava, pero su carrera se acaba en la esquina de esa calle cuando alguien lo bloquea de un golpe y lo agarra del pecho.

“¿Pensó abandonarme, ingeniero?”

Ismael abre sus ojos y su boca: el Carnes lo tiene paralizado. A sus costados, la gente huye; la Policía está a punto de llegar.

Mira un video aquí.

Esa noche, el grandulón se cobra la victoria de una forma diferente, al menos nunca antes experimentada en toda su vida pero que nunca dejó de producirle curiosidad: con su no tan largo aunque sí grueso pene erecto metido dentro del ano de otro hombre que es la perfección física andando, o al menos la que él recientemente ha conocido. Cierra los ojos, trata de resistir pero no puede más: eyacula en el interior de ese otro varón.

“Perdona”.

“No hay problema; excelente siendo primera vez”, le dice el amante del momento, mientras su pene erecto pierde firmeza y descansa poco a poco sobre el bajo vientre del cuerpón.

“¿en serio te gustó?”, el Carnes le acaricia los bien formados glúteos, aún sobre su pubis.

“A mí sí”.

“¿Pensaste que no lo iba a lograr?”

“Yo no decir eso. Yo sentir cierta duda, entonces yo decidí reto”.

El Carnes sonríe.

“Ahora sabes que puedes confiar en mí, y tú sabes por qué debes creer en mí”.

“Sí, sí saberlo”.

“¿Y ahora qué, Owen?”

“Tú ser libre. La frontera estar a diez horas en auto. Mañana poder regresar”.

“Mi país ya no es mi casa; no tengo que hacer nada allí”.

“Entonces… mi casa ser tu casa, pero ser viaje muy largo”.

El Carnes palmea una de las nalgas.

“Será la primera vez en mi vida que un viaje tenga sentido para mí”.

Owen sonríe, se inclina y besa los labios del hombre.

“Entonces, ir a casa”.

Una alarma suena en el celular de El Carnes. Lo rescata de la mesa de noche al lado y lo revisa. Ríe.

“Ciento veinte me gusta”.

El Carnes deja el celular en la mesa otra vez, gira con Owen y se le acuesta encima. En la pantalla, brilla la foto de un iracundo Ismael Nava esposado a un poste de energía eléctrica en una calle de Fogatas con el texto: Welcome to the Middle of the World. #WhiteCross #endgame #moonbrotherhood 

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