Esa madrugada de sábado para domingo, Marcos no pudo conciliar el sueño. Por más que respiró profundo, se puso a leer a la luz del candil, o trató de pensar en otras cosas, pegar los ojos fue una tarea más complicada que una marcha de campaña.
La imagen suya y de Lichi retozando desnudos en la ducha del cuartito de la capilla venía una y otra vez.
En el cuartel, era común que viera a sus compañeros de promoción calatos en las duchas, en la cuadra; de vez en cuando, a alguien se le escapaba una que otra erección, pero jamás había sentido un impulso como éste. Casi toda la noche se revolcó sobre su cama, desnudo y con la verga dura. Probó a masturbarse, pero apenas si se daba un par de masajes y ahí lo dejaba. Para su buena suerte, el hecho de ser licenciado, le daba el privilegio de dormir solo.
Cuando pudo cerrar los ojos, ya casi al final de la madrugada, su subconsciente creó una imagen de él y el catequista acostados uno encima del otro, dando interminables vueltas, abrazados, sobre un verde campo donde se erguían corpulentos árboles, como él, que les daban sombra bajo un cielo azul. Las piernas de Lichi se le abrían, facilitando el contacto de los penes erectos.
Cuando despertó, había claridad. Se colocó una toalla, y voló rápido a lavarse la cara, procurando disimular su empalmamiento. Tomó su pala, y salió disparado a la chacra, sin hacer caso del pedido de su mamá para que desayunara algo.
En el camino, vio la capilla. Miró a todos los costados. Alguna gente estaba afuera, y la mayoría de casas tenía la ventana abierta. Caminando rápidamente, dio la vuelta al pueblo, y se acercó por el frente de la construcción, como la gente decente, y al llegar al cuartito, su esperanza se derrumbó – algo raro en él: un candado revelaba que Lichi no estaba allí.
En la capital distrital, un grupo de chicos y chicas salía del Salón Parroquial, un miércoles por la mañana.
Lichi conversaba con dos amigas sobre algunas personas que conocían, que estaban lejos, y que interactuaban con ellos por Facebook.
Lichi giró la cabeza y divisó un rostro que lo estremeció, parado en la verja del parque, justo frente a donde estaba, cruzando la pista. Vestía un polo de camuflaje militar ceñido al torso, un jean negro algo suelto y zapatillas. El sujeto lo miraba fijamente.
Lichi se despidió de sus amigas rápidamente y fue al encuentro del muchacho.
- Marcos, ¡qué sorpresa!
- Hola.
- Marcos, quien se había mantenido serio, no pudo evitar una sonrisa.
- Los dos chicos se fueron a una fuentecita de soda, en una calle aledaña al parque, a tomar un jugo.
- ¿Viniste a hacer algún encargo de tu familia?
- Vine a verte.
- Wow. Marcos. Es la primera vez que alguien… que me pasa… La verdad no sé qué decir.
- Lichi enrojeció.
- ¿Quieres estar conmigo?
- Lichi comenzó a sudar frío. No se esperaba tal propuesta de Marcos.
- Apenas nos conocemos. Quiero decir, no sé mucho de ti, más que fuiste al ejército y eso.
- O sea, no.
- ¡No es eso! La verdad que sí me gustaría, pero debemos conocernos más, para estar seguros.
- Yo estoy seguro.
- Lichi quedó mudo por un rato. Trató de ordenar sus ideas.
- Entonces… si tienes esa seguridad, ¿yo qué puedo decir?
- Probemos.
- ¿Y si… no resulta?
- No resulta.
- Algo en la convicción de Marcos hizo que Lichi confiara.
- OK, Marcos. Probemos a ser una pareja.
- Los dos se miraron a los ojos. Los dos sintieron la sinceridad del otro.
- Marcos, tengo que irme. Debo ayudar en casa. ¡Señor, la cuenta!
- Yo pago.
- No, Marcos. Déjame invitarte.
- No. Yo pago.
- Marcos tomó la mano de Lichi, impidiendo darle el dinero al encargado de la fuente de soda.
- Los dos se despidieron con un apretón de manos. Cuando Lichi llegó a la esquina de la calle, se encontró con su padre, serio
- ¿Quién es ése?
- Un… un… un amigo del pueblo, papá.
- ¿Cuál pueblo?
- Donde doy la catequesis.
- Mira, Lizardo, dejaste todo un futuro quién sabe por qué idioteces. No se te ocurra cagar las cosas por un cholo de mierda.
- Papá, el vino de lejos para consultarme cosas sobre mi trabajo.
- ¿Y por qué no lo hizo en la Parroquia?
- Lichi no pudo contestar.
- Estás advertido, Lizardo. No cagues las cosas.
Al sábado siguiente, Marcos volvió a esperar a que acabara la clase de catequesis. Fue con la misma ropa con la que fue a darle la visita sorpresa en la ciudad, días antes.
Al fin, Lichi salió.
- Debo regresar a casa. No me puedo quedar.
- Marcos no respondió. Lichi comenzó a angustiarse.
- ¿Era tu viejo?
- ¿Nos viste?
- Tienes que decidir.
- Lichi quedó mudo de nuevo. Sentía ganas de llorar.
- Marcos… sígueme.
Como hacía una semana antes, Lichi y Marcos compartieron la ducha, sólo que esta vez fueron más allá.
El catequista se acostó boca arriba, sobre la estrecha cama,desnudo, con las piernas abiertas. Marcos apoyó todo su recio cuerpo, también desnudo encima de él. Se besaron en la boca, y no cesaron de acariciarse.
Mientras el excomando paseaba sus labios sobre el largo cuello del otro chico, ambas pelvis trataban de fundirse lo más que podían.
Con cuidado, Marcos giró e hizo que Lichi quedara encima de él. Esto le permitió que se sentara encima de la pinga dura y comenzara a mover su lampiño y firme culo.
- Te la meto.
- No tengo condones.
- Muévete así.
- Lichi se olvidó de todo, cerró los ojos y disfrutó ese momento. En medio de papeles, e imágenes religiosas, dos hombres sin nada de ropa expresaban la fuerza de sus sentimientos en la penumbra.
- Lichi se acostó boca abajo y sintió el peso de Marcos encima suyo, mientras sus nalgas eran masajeadas y lubricadas por el miembro de Marcos. Varios, muchos minutos después, el semen del campesino se derramaba sobre el trasero del catequista.
- Esas maniobras se repitieron toda la noche, hasta que ambos se quedaron profundamente dormidos.
Antes que amaneciera, Marcos salió del cuarto, e hizo una caminata de tres cuartos de hora, hasta dos caseríos más allá, para ver a su primo Santos.
- ¡Marcos, hombre! ¿Qué dices?
- LA cuidaré.
- Casi a las siete de la mañana, regresó a la capilla. La puerta del cuarto estaba cerrada con candado. Marcos identificó el rastro suyo, y luego el de Lichi, y luego otro que no estaba allí, pero que iba en dirección al paradero de autos colectivos.
- ¡qué hay, Chato!
- ¡Marcos! ¿Te vas a la ciudad?
- ¿Lichi?
- Se fue con su viejo. Lo vino a ver tempranito. Parece que pasó algo grave, porque el huevón iba triste.
- Marcos se quedó pensativo. Miró a su amigo, el Chato, un pata medio gordito, de su edad, que se ganaba la vida haciendo colectivo a la ciudad.
- Vamos, Chato.
- ¿A la ciudad?
- A la ciudad.
(CONTINUARÁ…)
Escrito por Hunk01. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con personas, lugares y situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com, búscanos en Facebook o deja tu comentario aquí.
esta muy buena, esta nueva cronica, la verdad q la siento, con mas emocion, con algo de drama, propia de los conflictos q enfrenta alguien q vive esta esperiencia, las trabas q todos vivimos al querer vivir un amor asi de intenso, me gusto mucho es lo maximo..........
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