Cuando Marcos se hizo cargo de la finca de su primo Santos, ya había una plantación de camote. Estaba muy descuidada.
Marcos dedicó casi todas las jornadas a recuperarla. De milagro vio cómo las hojas, totalmente endebles, recuperaban firmeza y verdor.
Se levantaba muy temprano, para que no lo agobiara el fuerte sol del campo, y regresaba a almorzar al mediodía.
Lichi se encargaba de la cocina y de mantener una pequeña huerta para el consumo de ambos. Además, lavaba la ropa, limpiaba la casa, cargaba el agua.
Por la tarde, los dos se encargaban de ir reparando algunas fallas en la casa, la cerca, o el resto de la huerta, y a eso de las cinco, se bañaban juntos al aire libre, atrás de la vivienda más o menos disimulada por unos arbustos, donde casi siempre todo terminaba en mutuos roces, besos, abrazos, erecciones, y una que otra eyaculación.
Cierta tarde que estaban muy arrechos, terminaron cachando allí bajo el cielo que se tornaba de celeste a amarillo encendido, típicamente piurano. Lichi se inclinó, apoyándose sobre un débil tronco, y Marcos le metió toda su pinga, lo agarró de la cintura, y lo bombeó fuertemente, produciendo un chasquido cuando las caderas del excomando chocaban con las nalgas del excatequista. Los dos terminaron masturbándose. Marcos regó su leche sobre la espalda y trasero de Lichi, y éste sobre el suelo arenoso.
No le hicieron caso a nada, ni a la camioneta que pasó por el camino cercano, y los silbidos de algún desconocido. Eran más que felices.
Dos semanas después que ambos comenzaron a vivir juntos (y que Lichi había abandonado la catequesis), recibieron una visita. Era Ricardo, el primo de Marcos que vivía en Piura, la capital. Era un pata trigueño oscuro, tan alto como Marcos, pero con una notoria musculatura: amplios hombros, brazos fuertes, pecho prominente, espalda amplia, cintura pequeña, piernas fuertes, trasero levantado.
Ricardo trabajaba dando servicios de transporte en su viejo camión Dodge con carrocería de madera hecha en Sullana, y donde predominaba el diseño de un águila en vivos colores.
- Puta, huevón, haz hecho un buen trabajo. Ojalá salgan buenos camotes.
- Marcos no respondió, pero su media sonrisa reflejaba su esperanza y satisfacción. Si todo marchaba bien, en unas semanas más, Ricardo vendría con su camión, se llevaría la cosecha, la vendería en la ciudad y ese dinero se reinvertiría en otro cultivo.
- Pásame tu celular, Marcos.
- No tengo.
- ¡Mierda! ¿Y cómo me entero que debo regresar?
- Regresa en dos semanas. Todo estará listo.
- ¿Seguro? Mira que cuesta combustible venir hasta acá.
- Ganaremos bien.
- Puta, huevón, hace un calor de la gran puta.
- Bañémonos.
- Cuando Lichi fue a dejar más agua al sitio donde él y Marcos solían asearse, se encontró con dos cuerpos recios, desnudos, más o menos cerca, brillantes por la humedad, casi dorados gracias al sol del atardecer. Lichi pudo ver que la verga de Ricardo era un poco más grande que la de su enamorado.
- Ven. Báñate con nosotros.
- Lichi dudó, se quitó la ropa con timidez. Marcos salió un poco y casi lo arrastró hasta donde estaba con su primo. De pronto, cuatro manos lo enjabonaban. Marcos por delante; Ricardo por detrás. No pudo evitar su erección, y se sintió avergonzado, mucho más cuando Ricardo lo evidenció.
- Puta, huevón. Los tres estamos al palo.
- Efectivamente, los 17 centímetros de Marcos estaban en todo su esplendor, los 15 suyos, y los… ¡guau! La pinga de Ricardo sí que era grande. ¿Cuánto mediría? Lichi sólo se dejó acariciar.
- ¿Nunca han hecho un trío?
- Lichi y Marcos se miraron a los ojos. ¿qué era esta invitación de Ricardo?
- Normal, huebones. Sólo es para bajar la calentura. Se pasa rico. ¿Quieren probar?
- Así, desnudos, pasaron a la casa, casi sin secarse, se subieron a la cama. Marcos volvió a hacer suyo el culo de Lichi, mientras éste se la chupaba a Ricardo. Cuando el citadino sugirió cambiar roles, Marcos negó con la cabeza. Ricardo sonrió, y decidió seguir gozando.
- Minutos después, Lichi recibía en su pecho el semen de Marcos, de Ricardo y el suyo propio.
- Casi al anochecer, el transportista se fue. Esa noche, Marcos y Lichi cenaron y se fueron a la cama casi mudos. Al día siguiente se levantaron e hicieron sus tareas con normalidad, pero ni una palabra de lo ocurrido la tarde anterior.
Dos semanas después, Ricardo llegó a la finca. En la puerta ya estaban listos los sacos de camote para embarcar.
Marcos y Ricardo los subieron. Lichi salió a saludar y a despedirse de ambos.
- No tengas miedo. Regreso mañana.
- ¿Mañana?
- Los vendo, compro cosas y vuelvo. No tengas miedo.
- Para Lichi, esa corta separación era angustiante.
- Marcos se subió al camión y partió.
- Oe, huevón. Ese pata está templadazo de ti, carajo. Ni mi mujer, mierda.
Ni bien llegaron a la ciudad, Ricardo y Marcos pudieron vender toda la mercancía. Con parte del dinero, el exsoldado compró algunos víveres y ropa para Lichi. Por la talla no habría problema. Se la sabía de sobra. Algunos polos, shorts (que le hacían falta), otro par de sandalias, ropa interior.
Pasó la noche en casa de su primo. Lidia, su mujer, era una chica hermosa, bien cuidada y dulce, tan hacendosa como dicharachera. Los tres pasaron la velada bebiendo una botella de vino, que, según Ricardo, “sólo era para ocasiones especiales”. El licor hizo que Ricardo fuera melosamente cariñoso con Lidia, lo que hizo que Marcos extrañara a su Lichi. Pero sólo sería una noche. Al día siguiente, lo encontraría, lo besaría, le daría los regalos con cariño, le haría el amor de una forma diferente.
Esa noche, Marcos soñó nuevamente con aquel hermoso prado, donde Lichi y él retozaban desnudos, sin preocupaciones, acariciándose y abrazándose.
Cuando Marcos se despertó, desnudo dentro de la cama que Ricardo le había cedido, estaba armadazo. Todo estaba en silencio. El alba comenzaba a despuntar a través de la ventana del dormitorio.
Cuando Ricardo fue a dejarlo en el camión a la finca, Marcos esperaba encontrar a Lichi preparando la comida en la cocina, pero estaba vacía, y el fogón no estaba encendido. Había dejado las cosas en la mesa de la casa, pero de su enamorado, ni una seña.
De pronto vio al suelo. Como la noche anterior había llovido, habían huellas frescas sobre la tierra húmeda. Unas eran de Lichi, pero habían otras desconocidas. Marcos tuvo un mal presentimiento.
- ¡Primo, ven acá, rápido!
- Marcos reingresó corriendo a la casa. Ricardo tenía un papel en la mano.
- Marcos, prácticamente, se lo arranchó. Era la letra de Lichi. No cabía duda: “No soy lo que necesitas. Perdóname.”
Escrito por Hunk01. ñ2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido o semejanza con personas, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com, búscanos en Facebook o deja tu comentario aquí.
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