La tarde de la desaparición, ¿o huída, o qué? De Lichi, Marcos regresó a casa de sus padres. Había pasado un mes y días de que no regresaba para nada. Esperaba encontrarse con una palabra de bienvenida, pero uno de sus hermanos estaba serio y su madre rompió a llorar. Su padre no quiso ni verlo. Su primo Ricardo lo acompañaba con el camión estacionado fuera.
- Vengo a recoger mis cosas.
- La madre de Marcos no hizo más que ayudar a su hijo a empacar ropa, siempre entre lágrimas. Terminaron pronto.
- Quiero despedirme de papá.
- No, hijo. Así está bien. Ten mucho cuidado. No te metas en más problemas.
- ¿Más problemas? Marcos comprendió que algo había pasado y nadie se lo quería decir. Insistió en ver a su padre, pero su hermano lo bloqueó.
- Por favor, Marcos. Ya, vete. No sé qué mierda hiciste, pero alguien vino a amenazar a mis viejos por tu culpa, y por la de ese maricón de la catequesis.
- Desde dentro, escuchó a su padre gritar, evidentemente alcoholizado: “¡Yo no tengo hijos mostaceros! ¡Ningún hijo mío es mostacero, carajo!”
- Marcos se subió al camión, y comprendió que su pueblo ya no era su hogar. Ricardo lo miraba, pero no se atrevió a preguntar lo evidente.
- Marcos prometió no volver nunca más.
Al llegar a la ciudad, se instaló en casa de Ricardo, en el mismo cuarto donde estuvo dos días antes. No salió a cenar y no respondió la puerta cuando la tocaron.
Lidia, la pareja de Ricardo, se preocupó.
- ¿Y si le pasó algo?
- Déjalo, mujer. Le han pasado demasiadas desgracias.
- Ricardo se retiró a dormir, pues tenía que levantarse temprano a transportar unas cargas al mercado. Casi siempre se iba a acostar temprano, porque se levantaba aún de madrugada, para chambear, y a veces no pasaba la noche en casa debido a su trabajo, o se ausentaba por días.
A las seis de la mañana, Lidia escuchó ruido en la cocina. Tomó un fierro bajo su cama y se fue sigilosamente.
Al asomarse, vio a Marcos, de espaldas, y vistiendo un short ceñido y un bibidí, hurgando entre el menaje de la cocina. Lidia se conmovió, aunque tomó unos segundos para contemplar ese recio físico y ese trasero marcado. Se parecía al de su marido, al que gozaba de acariciar y pellizcar cada vez que le hacía el amor.
- Buenos días, Marcos. ¿Tienes hambre?
- No. Quería preparar desayuno.
- Lidia sonrió compadecida, dejó el fierro en la puerta de la cocina, y se puso a colaborar con Marcos para tener algo decente para comer, aunque tampoco vivía mal.
- Después de ello, Marcos salió a caminar sin rumbo fijo. Paseó por las calles del barrio, se cruzó con un parque, devolvió una pelota que se le escapó a unos vagos, y se encontró con una fachada que le llamó la atención.
- Estaba pintada con figuras humanas, de evidente desarrollo muscular. Se asomó. Adentro, un chico blanco, cabello corto, rostro agradable, de grandes músculos (como los de Ricardo, en particular brazos y culo) barría el suelo. Marcos paseó su mirada por el resto: máquinas de metal, espejos, posters de culturistas, un escritorio. Una radio pasaba reggaeton a todo volumen.
- ¡Hola! Bienvenido a Power House. Yo soy Danilo. ¿Te puedo ayudar en algo?
- Marcos se aturdió ante el abordaje de los ojos marrón claro que se le clavaban en los suyos. El tal Danilo vestía un bibidí muy corto pero suelto, licra negra y zapatillas de marca.
- Amigo, ¿te pasa algo?
- Marcos negó con la cabeza.
- ¿este es… un gimnasio?
- Es más que un gimnasio. ¡es Power House! Aquí sólo entrenamos campeones.
- ¿Campeones?
- Danilo hizo pasar a Marcos y le sacó una carpeta con fotos. Eran varios chicos con medallas. Según su anfitrión, se trataba de muchachos que habían representado al gimnasio y habían ganado galardones regionales.
- ¿Y sabes lo mejor? ¡Tú puedes ser un campeón! ¿Dónde has entrenado antes?
- En el ejército.
- Ah, fuiste cachaco. Hicieron un buen trabajo, pero, con todo respeto, yo lo puedo mejorar. ¿Te animas?
- ¿Cuesta algo?
- Sí. Bueno. La mensualidad es esta.
- Danilo le sacó un volante y le explicó las formas de pago. Marcos casi no lo vio y su mirada se concentró en una medalla que brillaba en el escaparate detrás del instructor.
- ¿Y si quiero concursar?
- Danilo frenó en seco, lo miró, y suspiró hondo.
- Se puede, pero eso cuesta mucho. A menos que representes a Power House y entrenes duro, no sé.
- ¿Cuánto cuesta?
- Tranquilamente diez veces más que la mensualidad. Es que necesitas suplementos, preparación especial, pero si vas por Power House…
- Sólo vendré a entrenar. ¿Puedo empezar esta noche?
- ¡Claro! Cerramos a las nueve. Vente como a las siete.
Marcos llegó a casa de Ricardo, con un kilo de pechuga de pollo y otro tanto de arroz. Lidia lo recibió, y le dijo que no era necesario que hiciera eso. Que sólo le dijera, y ella lo compraría.
Almorzaron juntos pues Ricardo aún seguía en el mercado.
Media hora después, Marcos se fue a descansar, quedó dormido, y comenzó a soñar. Se vio en un podio, vestido con una trusa de competición dorada, posando. La gente aplaudía a rabiar. Entonces, alguien le colocó una dorada medalla en el cuello. El fulgor casi lo enceguecía. Tanto era su entusiasmo que pisó mal, y… despertó.
- Lidia estaba sentada a un costado de su cama, vistiendo un top y un shortcito muy ceñidos, y paseaba sus manos por el torso desnudo, firme y suave del exsoldado.
- Marcos se quedó mudo.
- Cuando Lidia pasó su mano por encima del ceñido short del muchacho, notó la verga dura como respuesta a la estimulación. Lidia sonrió excitada, y se quitó su top, dejando en libertad sus dos redondas y firmes tetas.
- Marcos quería negarse a toda costa, pero estaba pasmado.
- Lidia se puso de pie, se quitó el shortcito. No teniia nada debajo. Marcos notó que ella casi no tenía vello en su vulva.
- Lidia bajó el short y el slip a Marcos, y dejó en libertad los 17 centímetros del campesino, que estaban babeando.
- No sé quién te dejó, papito. Pero yo te voy a consolar.
- Lidia subió a la cama, y puso su chucha encima de la cara de Marcos. Ella, por su parte, se inclinó hasta lamer la cabeza de la pinga de su huésped, y saborear el salado del fluído pre-seminal.
- Ambos practicaron el 69 por buen tiempo, hasta que ella giró y colocó su peluchito encima del miembro de Marcos.
- Métemela, papi.
- ¿Ricardo?
- Tranquilo. Él regresará más tarde. Aprovechemos.
- Lidia le dio un condón a Marcos, quien se lo puso, y acostándola boca arriba, le abrió las piernas y le metió su verga poco a poco. Ella lo abrazó con fuerza, mientras gemía, y sentía dentro de su vagina ese nuevo pedazo de carne.
- Marcos le besaba el cuello con los ojos cerrados, y, sin saber cómo, recordó a Lichi. Eso lo arrechó más, y comenzó a mover su cadera con tanta fuerza, que la cama comenzó a crujir. Lidia, ignorante de lo que pasaba en la cabeza de Marcos, se sintió en las nubes. De alguna manera, el movimiento de Marcos estimulaba tanto su clítoris, que se aferró a él, y se dejó llevar. Le acariciaba la espalda con violencia, y sus uñas se prendieron de las nalgas de su cachero, pidiendo más y más.
- El primer orgasmo era inminente.
- ¡Lidia! ¡Lidia! ¿Amor, donde estás?
- ¡Ricardo! ¿Y ahora?
- Marcos seguía desnudo, acostado sobre la mujer de su primo, y con la verga armada dentro del coño de su anfitriona.
- Se oyeron golpes en la puerta del cuarto donde los dos amantes se encontraban…
(CONTINUARÁ…)
Escrito por Hunk01. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com, búscanos en Facebook, o deja tu comentario aquí.
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