Marcos abrió la puerta del dormitorio, sudoroso y sonrojado. Vestía sólo su calzoncillo, debajo del que se notaba la pinga aún dura.
Ricardo estaba eufórico.
- Primo, deja de pajearte, cámbiate, y ven conmigo.
- ¿Por qué?
- Hay un huevón que está buscando vigilantes.
- ¿Vigilantes?
- Eres licenciado del ejército. ¡La harías, huevón! ¡Vamos!
- Ya. Ahorita.
- Marcos se secó el sudor, se puso un jean y su polo CEÑIDO de camuflaje. Antes de salir del cuarto, se inclinó hasta ver debajo de la cama.
- Sal cuando escuches que cerramos la puerta de la calle. Antes no. ¿Entendido?
- Allí, bajo el colchón, Lidia, temblorosa y desnuda, le hizo sí con la cabeza.
Ricardo y Marcos llegaron a un inmueble de gruesas y altas paredes en la parte oeste de la ciudad. Llamaron.
Adentro, en una oficina fresca gracias al aire acondicionado, un hombre de unos 40 años revisaba unos papeles.
Súbitamente, entró un tipo muy fornido, alto, y algo blanco, cabello cortito, como los personajes de Tom of Finland pero versión netamente piurana. Tendría unos 30 años.
- ¡Jefe, llegó su amigo!
- Hazlo pasar, Rutilio.
- Ricardo y Marcos pasaron. El primero se deshizo en saludos con el que parecía mandar allí, cosa que le fue más que correspondida.
- Éste es mi primo Marcos, de quien te hablé. Es licenciado, sabe manejar armas.
- Ya veo. ¿Marcos? Párate allí.
- Marcos se puso al frente del jefe. Ricardo se sentó en uno de los muebles.
- Marcos, ¿puedes quitarte la ropa?
- ¿La ropa?
- Marcos vio a Ricardo y se asustó.
- Confía en mi. La ropa me puede engañar. Quiero ver tu contextura.
- Marcos vio a Ricardo de nuevo.
- ¡Apura huevón, como si en el ejército no te hubieras calateado!
- Marcos volvió a sudar, mientras se quitaba el polo de camuflaje, dejando desnudo su recio y lampiño torso.
- ¡Vaya, buena contextura! ¿Qué talla eres? ¿L?
- L… M… ¿sigo?
- Marcos volvió a ver a su primo, y luego al jefe.
- No. No es necesario. Dame tu teléfono.
- No tengo.
- Ricardo intervino.
- Pero llámalo al mío.
- De acuerdo. Yo te llamaré.
- El jefe despidió a los dos.
Ya de regreso, Ricardo estaba algo incómodo.
- ¿Por qué no te calateaste?
- Tenía roche.
- ¿Y cuando ingresan al ejército no les hacen el examen calatos, cuando se bañan no se miran calatos?
- Marcos no respondió.
- Ese huevón no te va a llamar. Esa es la clásica. Cuando dicen “te llamo”, es porque el rechucha su madre no lo hará.
- Tenía roche… de tí.
- ¿De mí?
En la oficina de la empresa de vigilancia, el fornido Rutilio atendía una llamada de su jefe.
- ¡A sus órdenes!
- ¿Llegaron las municiones?
- No, jefe.
- El aludido hizo una mueca de incomodidad.
- Jefe, ¿y ese chico… va a trabajar?
- No se, Rutilio. Hay algo que no me convence de él.
- El musculoso cerró la puerta de la oficina.
- ¿Como qué, jefe?
- No sé. Como que no lo veo tan… no sé… no es como tú.
- ¿Como yo?
- El jefe se acercó y posó sus manos sobre los grandes pectorales de Rutilio.
- Claro, pues. Tú eres distinto.
- El jefe comenzó a desabrochar la camisa de Rutilio, poniendo al descubierto las dos grandes masas de carne del pecho, su grueso six-pack, y tirando la camisa hacia atrás, los grandes y bien desarrollados brazos. Todo el conjunto estaba carente de vello corporal.
- El jefe comenzó a acariciar el cuerpo del vigilante.
- ¿Hace cuánto que no cachas, Rutilio?
- Ayer nomás.
- ¿Con tu señora?
- El jefe comenzó a desabrochar la correa, y desabotonar el pantalón.
- No. Con una jermita que conocí en Castilla.
- ¿Jermita jermita? ¿O… jermita con sorpresa?
- El jefe había logrado abrir la cremallera y bajar un poco el pantalón, lo que le permitió sobar el grueso miembro que comenzaba a endurarse debajo del bikini apretado que Rutilio llevaba.
- No me acuerdo, pero le gustó mi pieza, jefe. ¿Quieres saber cómo me la caché?
- A ver, muéstrame.
Cuando Ricardo y Marcos llegaron a casa, Lidia estaba preparando ensalada de frutas.
- ¿Desean un poco?
- Marcos la miró, y casi sususrró.
- No, gracias.
- Ricardo no se hizo de rogar.
- Marcos entró al cuarto, y verificó que no quedaran evidencias de la follada con la mujer de su primo. se puso su ropa deportiva, y salió al gimnasio con la esperanza de aclarar mejor su cabeza.
En la oficina de la empresa de vigilancia, el jefe estaba desnudo, arrodillado frente a Rutilio, quien había apoyado sus grandes nalgas en el escritorio.
El jefe mamaba la gran verga del vigilante. Más o menos, 21 centímetros de gruesa y dura carne.
Rutilio gemía, mientras contemplaba cómo su jefe hacía esfuerzos para abrir la boca y lograr tragarse todo el palo, pero apenas si podía con la cabeza y algo del cuerpo. Por eso con una de sus manos, se la corría con suavidad.
- Se la meto, jefe.
- El jefe sacó un condón, lubricante, y se lo dio a Rutilio.
- Échate mucho lubricante, porque esa huevada duele como mierda.
- Rutilio sonrió.
- El jefe se puso, luego, un montón de lubricante en su ano, se apoyó en su escritorio, y se acostó boca arriba, levantando las piernas.
- Rutilio puso su glande en la misma entrada del ano, y comenzó a empujar su falo hacia dentro. La cabeza entró con dificultad.
- ¡Au, mierda, me duele!
- Relájese. Suelte. Poco a poco.
- ¡Au, mierda! ¡Sácala, carajo! ¡Sácala!
- Rutilio no oyó órdenes, y siguió penetrando. Ya casi llegaba a la mitad. Mientras se la metía, bombeaba, y sostenía las piernas de su amante con fuerza.
- ¡Ru.. Rutilio! ¡Carajo! ¡Sácala, mierda! ¡¡Sácala!!
- Rutilio cerró los ojos, se concentró, y tras unos 15 minutos de bombeo, eyaculó.
- Cuando terminó, el ano de su jefe estaba ancho e inflamado.
- Eres un animal hijo de puta.
- Como a ti te gustan, ¿no? ¿Qué pasa con ese chico? ¿La tiene chica, cierto?
- El jefe se molestó, y ordenó a Rutilio salir de su oficina. El vigilante se volvió a vestir y se fue luciendo su mejor risa pendeja.
El primer día de gimnasio de Marcos fue auspicioso. Para sorpresa de Danilo, su enttrenador, hizo toda la rutina, y hasta probó ejercicios adicionales.
- Ya basta. Vas a sobreentrenar.
- Ya.
- ¿Qué comes, Marcos? Acá nadie aguanta esa rutina.
- Danilo sonreía, y Marcos lo hizo tímidamente, mientras miraba sus ojos marrones, y luego se veía a sí mismo en los espejos que tapizaban las paredes.
A las siete de la noche, Marcos regresó a casa de Ricardo. Se bañó y salió para cenar. Aunque se reía con las bromas de su primo, se sentía incómodo por Lidia; pero él ya tenía una decisión.
Cuando terminaron de comer, él ayudó a lavar los platos (mejor dicho, los lavó), regresó al cuarto, y se puso a arreglar sus cosas, todas sus cosas.
Llamaron a la puerta. Abrió. Era Ricardo.
- ¿Qué haces?
- Mañana me regreso al pueblo.
- Anda, huevón. ¿Qué vas a hacer en el pueblo?
- Trabajar.
- Olvida eso. Ya tienes trabajo.
- ¿Trabajo?
- Mi amigo dice que te presentes con tus papeles mañana. Te aceptó.
(CONTINUARÁ…)
Escrito por Hunk01. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com, búscanos en Facebook, o deja tu comentario aquí.
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