jueves, 27 de diciembre de 2012

El Vigilante (9): Un culo de sacrificio

Hunks of Piura

A la mañana siguiente, antes de que la movilidad los llevara a la fábrica, Rutilio se acercó a Marcos.

- Oye, perdóname por lo de ayer. La verdad, no sé qué mierda me pasó.

Rutilio le extendió la mano, pero Marcos no le respondió, y salió sin decir nada, ni hacer gesto alguno.

 

Javier llegó nuevamente en punto de las ocho. Buscó la mirada de Marcos, pero le era más que esqiva. Su orgullo estaba afectado, pues normalmente los chicos que conocía le atracaban por las buenas, o por dinero.

En su oficina, Javier comenzaba a trabajar con Sandro, el chico de contextura normal, trigueño, cabello negro ni tan corto ni tan largo, ojos negros, un poquito amanerado. Le encantaba su puesto en la fábrica porque podía tener acceso a los directivos, y ver uno que otro culo debajo de los pantalones de vestir con caída de sastre.

-          Sandro, sobre lo que pedí que averiguaras. Mira, haz lo posible, no importa lo que te cueste. Como te dije ayer, te lo compensaré muy bien.

-           Sí, joven.

-          Al salir de la oficina, otra vez Marcos evitó cruzar la mirada con el joven Javier, mientras Rutilio se ganaba con la escena y se relamía discretamente.

 

A eso de las nueve de la noche, en el cuarto de un hotel cerca del Cementerio Metropolitano, sandro y Rutilio ingresaban.

- ¿Te parece bien ésta?

Rutilio hizo un gesto de aprobación, dejó una mochila en la mesa, y comenzó a desvestirse. Sandro lo imitó con cierto recato.

Ya calato, Rutilio ocupó toda la cama, manoseándose su enorme falo.

-          Chúpala, sandrito, como lo sabes hacer. Así, qué rico. No has perdido el toque, ¿verddad, perra?

-          Sandro trataba de meter lo más profundo posible el grueso pene erecto de 22 centímetros, y al succionar las bolas, sólo tenía espacio para una en su boca. Alternó verga y huevos.

-           Ponte el forro, quiero que la cabalgues, sandrito.

-          El oficinista le calzó un condón, se echó lubricante, le echó lubricante, y se sentó rozándole el glande para intentar dilatar su culo. Fue metiéndola de a pocos, y aún así sintió dolor. Entonces, Rutilio lo cogió de las caderas y movió la suya hacia arriba, taladrando más el orificio de sandro.

-           ¡No, Rutilio! ¡así nooo! ¡Me duele, carajo! ¡Ayyyy!

-          De nada sirvieron los ruegos. Rutilio comenzó a bombear rápido, mientras sandro no sabía cómo soportar el dolor, y se apoyaba en el masivo y formado cuerpo del vigilante.

-           Trágatela toda, puta. Así puta. ¿quieres pinga? Ahí está mi pinga.

-          Media hora de placer para Rutilio. Media hora de tortura para Sandro. Al final, el vigilante lo forzó a ponerse boca abajo y volvérsela a chupar, con tal de inundarle la boca con semen, pero sólo consiguió llenarle la cara de ráfagas del pegajoso fluído.

-          Cuando todo terminó, Rutilio abrió su mochila y dio a sandro un sobre Manila.

-           Ahí está lo que Madame Javier quiere. Dile que cuando guste, me lo  puedo hacer feliz, como a ti.

 

Al día siguiente, sandro alcanzó a Javier el sobre. Lo revisó, sonrió.

-          ¡Buen trabajo! ¿Cómo lo lograste?

-          Sacó una chequera y le dio a sandro lo mismo que le pagaría a un escort por una noche de pasión.

-           Gracias, joven.

-           Bueno, a trabajar. Siéntate.

-           No… puedo, joven.

-          Javier lo miró, sonrió, e hizo otro cheque por el doble de la cantidad anterior.

 

A pesar que hacía lo imposible por evadirlo, Rutilio cruzó palabra con Marcos en la movilidad de regreso a Piura.

- Oye, este sábado van a jugar un cuadrangular de fulbito. Sólo los de la fábrica. ¿Tú juegas?

Marcos salió de su ensimismamiento.

-          ¡Sí! ¡Apúntame!

-          Rutilio le sonrió y le palmeó el hombro.

 

La rutina de esos días para Marcos comenzaba antes de las seis, cuando se levantaba y ayudaba a hacer el desayuno, salir para su trabajo y volver a casa como a las seis y media. Cenaba, descansaba una hora e iba al gimnasio por otras dos horas. A las diez y media estaba de vuelta en casa para dormir. A pesar de la negativa de Ricardo y Lidia, ayudaba con algunos gastos mínimos, producto de lo ahorrado en la cosecha de camotes, cuando cuidaba la chacra de su primo Santos, cuando Lichi parecía ser su compañero y amante de por vida.

Ese sábado, su turno acabó a mediodía, gracias a una gestión del padre de Javier, para que pudieran ir a jugar con los otros compañeros de la fábrica. Marcos destacaba como un crack. Era eso, o quizás el resto de su equipo estaba completamente fuera de forma. A pesar de la desventaja, logró meter dos goles, y salvó honrosamente el marcador, pues el otro equipo los superó por un tanto más.

A las tres de la tarde, juzgó que las duchas del club donde jugaron estaban vacías y entró a bañarse. Evitó lo más que pudo a la gente cheleando.

Estuvo largo tiempo en la ducha, pensando en esta nueva vida, relajándose, aunque preguntándose por qué alguien como el joven Javier se estaría fijando en él. ¿Y si eran intrigas de Rutilio? Durante esos primeros días, ya le había sacado línea. Era un pata inescrupuloso, algo cizañero, de cuidado, que sólo basaba su talento en lo físico, porque solía olvidar ciertos procedimientos clave en el ingreso de vehículos a la fábrica.

Marcos se vistió y caminó hasta la puerta del club, para esperar a un compañero que prometió jalarlo hasta la ciudad, pues estaba muy lejos. Pasaron casi veinte minutos y nada. Se acercó al vigilante del local.

-          Causa, ¿viste un station amarillo con parrilla negra?

-           ¿Con calcomanía de una tabla de surf? Hace rato que se fue. Como media hora.

-           Mierda. Gracias. ¿Cómo regreso a Piura?

-           Tienes que caminar a la carretera, ahí espera los colectivos.

-           Gracias.

-          Marcos comenzó a caminar el sendero hasta la carretera a pesar del inclemente sol. Menos mal, mañana descansaba. Entonces, la bocina de un auto lo detuvo.

-           ¿Marcos? ¿Vas a Piura? ¡sube!

-          Era el joven Javier.

-           Sandro, pasa atrás.

-          El asistente de gerencia obedeció. Marcos no supo qué hacer.

-           Marcos, sube. Será difícil que encuentres carro de vuelta a Piura.

-          Al fin, el muchacho abordó el vehículo y se sentó en el asiento del copiloto.

-          A pesar de los esfuerzos de Javier por integrarlo, todo el camino se la pasó hablando con sandro. Marcos apenas si sonreía y miraba de reojo.

-          En el cruce con la Avenida Circunvalación, sandro pidió bajar.

-           Marcos, tengo que ver un amigo acá por Los Tallanes… Tú…. ¿por dónde vives? Te puedo dejar.

-           No, gracias. Me quedo en la Grau.

-           Vamos, hombre. Normal. Puedo dejarte.

-           Mi zona es peligrosa. Me quedo en la Grau.

-          Javier no insistió. Sabía que Marcos mentía, pues la casa de Ricardo estaba justo en el barrio enfrente de donde supuestamente iba a ver a su amigo.

-          Al final, Marcos se quedó en la entrada de Los Tallanes, por el lado de la Grau, disimuló meterse a comprar a una tienda y se aseguró que el auto de Javier desapareciera de su vista.

-          En el behículo, el joven ejecutivo suspiraba por el chico que tuvo tan cerca, aunque sea por quince minutos.

-           Marcos. Marcos. Eres harina de otro costal. Y eso es lo que necesito.

-          Contraviniendo la ley, sacó su celular.

-           Conquistarte será cuestión de tiempo. Me aseguraré de que sea corto.

-          Marcó un número.

-           ¿Leo? Soy Javier. ¿estás libre?... Tú sabes para qué…

 

(CONTINUARÁ…)

 

Escrito por Hunk01. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com, o deja tu comentario aquí.

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