jueves, 17 de septiembre de 2020

Felices los 4 (9)

Rafael obliga a Ingrid para dar unos últimos pasos desesperados y hasta mortales.



    


A eso de las once de la mañana, Ingrid trata de distraerse en su tienda del centro comercial. Tras el corre-corre de Eduardo más temprano, Ángel siguió entrenándola como si nada hubiese pasado, solo que esta vez su rostro estaba más adusto, algo que para ella no pasó inadvertido. Encima, la llamada de un agitado Rafael diciéndole que había surgido una emergencia y que regresara sola a casa, que apenas esté libre le daba alcance o que se verían para la hora del almuerzo. Ninguna era buena sseñal, ella lo sabía de sobra, pero era importante tener la mente ocupada en algo más productivo como el negocio, así que ahora toca acomodar prendas y hacer un poco de limpieza mínima  cuando entra un joven moreno, alto y atlético vestido en un llamativo uniforme de sereno municipal. Se saludan.

“¿Supervisión de comercios?”, sonríe Ingrid.

“No, perdone por entrar así”, se justifica el chico. “Es que pasaba por aquí y aproveché para preguntar por ropa interior”.

Ingrid se extraña pero lo disimula como de costumbre:

“Claro, tenemos variedad. ¿qué buscaba?”

“Una tanga hilo dental”.

“Ah, claro; ¿para su enamorada, esposa?”

“No, buscaba una tanga hilo dental masculina… para mí”.

Ingrid se sorprende más… pero disimula.

“Pues, ahorita no me queda, pero puedo pedirle una”, responde mientras la vista se le cae, casi desvergonzadamente, a la cadera del comprador potencial. “Eres ttalla media, ¿no?”

El sereno duda, y da la vuelta: Ingrid resopla disimuladamente viendo un par de prominentes y firmes nalgas bajo el pantalón marrón.

“¿Usted cree que sea medio?”

“Creo que sí”, dice la vendedora tragando saliva. “El caso es que ahora no me queda, pero, como le decía, le puedo conseguir para dentro de dos o tres semanas”.

El muchacho da media vuelta otra vez:

“Genial. ¿Puedo dejarle mi teléfono para que me avise?”

“¡Claro que sí! Faltaba más”.

Ingrid saca su celular y escribe el número que le dictan.

“¿Cuál es su nombre?”

“Miguel Vilca”, responde el sereno.

Ingrid se queda pasmada.



    


A la hora del almuerzo, por más que quisiera contarle la incidencia a Rafael, prefiere guardar silencio como le pidieron.

“¿qué saben del caso?”

“Nada”, responde secamente el policía.

“Sabías que Eduardo salió de improviso esta mañana mientras yo estaba entrenando?”

Rafael tiene la mirada fija en la comida, pasea el tenedor por entre los granos de arroz sin llevarse bolo alguno a la boca. Se detiene unos segundos. Sigue con la vista fija en la vianda.

“Ingrid, cierra la tienda del todo y acompáñame a la casa. Vamos a arreglar un par de maletas y nos vamos de la ciudad”.

“¿Así de repente? ¿A dónde?”

“¡Eso es lo de menos! ¡Tú solo obedece!”

“¿Perdona, Rafo? ¿Y desde cuándo me hablas así?”



Sin previo aviso, Rafael desenfunda su pistola del cinto y le apunta.

“Tú solo obedece… y sabes muy bien por qué”, trata de tranquilizarse él. “No quiero trucos”.

Ingrid sospecha que su marido sospecha, y puede que hasta ya lo sepa todo, así que decide tranquilizarse; respira hondo y lento, trata de sobreponerse a los nervios que le produce ver el cañón del arma apuntándola.



“No importa qué y quién, pero me gustaría que me digas por qué, Rafo”.

El policía no puede creer lo que su pareja le pregunta:

“¿No te has dado cuenta, amorcito, cómo vive la gente de nuestro círculo social? ¿No te has dado cuenta que nosotros nos partimos el lomo como mulas mientras otros solo se dedican a gozar? ¿No te da rabia que ellos lo tengan todo y a nosotros nos falte todo?”

“Tenemos esta tienda, Rafo; tenemos tu trabajo…”

“¿Y crees que es suficiente? ¿No te da cólera llegar a una casa que encima de ser pequeña, ni siquiera es tuya, por la que tienes que pagar mes a mes a una persona que ya tiene un título de propiedad y que solo te la ha dado en préstamo a cambio de que le des tu dinero? Hasta pagamos por usar nuestra propia tienda”.

“estamos empezando, Rafo”.

“¿Por cuánto tiempo más, Ingrid? ¿Y qué me dices de mi trabajo? ¿Llegaré a comandante alguna vez en mi vida? ¡Nunca! Lo más que puedo aspirar es a ser un puto brigadier- ¿Y todo por qué? Porque no tengo plata”.

“¿Y por eso atacaste a Dali y Miguel?”



La mujer nota cómo los ojos de Rafael comienzan a transcurrir del reclamo a la ira.

“¿sabes cuál fue el error de Eduardo, mi querida Ingrid? Que era un cojudo sentimental. Solo ‘quería darles un susto’, como si dando sustos se hicieran negocios. ¿Sabías que la pareja perfecta se estaba separando?”

Ahora son los ojos de Ingridd los que transcurren de la tensa serenidad a la inocultable sorpresa.

“¿Separándose?”

“Sí, amorcito; Dalila descubrió hace un año lo que yo había descubierto hace años: a Lalito le gustaba recibir por el culo. ¡Sí! Y era capaz de pagar con tal de tener una verga que lo tuviera bien contento. Obviamente para Dalila eso no era negocio porque de pronto siempre tenía alumnos becados, incluyéndome. Y antes de que preguntes, también se la metí, y no una sino varias veces. ¿De dónde crees que salió cierto capital para vender más cosas aquí? No tenías margen de regreso y mi sueldo de mierda no me permitía sobregiros. ¡De alguna parte tenía que sacar! Y lo saqué, metiéndosela, porque no había otra forma. ¿Me entiendes?”



Ingrid se aguanta las ganas de llorar.

“No lo entiendo, Rafael, pero podríamos hacerlo de otro modo…”

“¡¿Y de qué modo, mujer?! ¡¿De qué modo?!”

“Haciendo lo correcto, Rafo; de ese modo”.

“Por eso nos iremos de aquí, y nos iremos lejos; Eduardo me pagó bien por el trabajito y nos da suficiente colchón para comenzar casi de cero: te prometí que pronto nos iríamos de esa casa alquilada y ese momento ha llegado hoy”.



Varios pasos se escuchan tras la puerta seguidos de unos golpes fuertes sobre el metal enrrollado.

“¡rafael Silva! ¡Policía Nacional! ¡Sabemos que estás dentro! ¡Abre la puerta y sal con las manos en alto! ¡nadie saldrá lastimado!”



El policía mira a su pareja, quien ahora no puede ocultar ni el miedo ni las lágrimas.

“Nos iremos de aquí, te lo prometo”, le dice en voz baja.



    


Cuando la puerta se abre, Ingrid aparece en primer plano y Rafael a sus espaldas sujetándola del cuello y apoyándole su arma a la cabeza. Frente a ambos, tres policías apuntándoles, el pasillo del centro comercial despejado y con otros dos grupos de tres efectivos impidiendo que los curiosos interrumpan.

“Mierda”, murmura el policía al medio de los tres que intentan detener a su colega.

“Ya saben cuál es el procedimiento en estos casos… colegas”, sonríe Rafael. “Un intento de ascenso y ella muere”.

“¿Cuáles son tus condiciones, Silva?”, reacciona el que parece estar a cargo.

“Toda la vía norte libre hasta que ustedes no tengan jurisdicción. Ni ustedes ni este gobierno de mierda”.

Segundos de tenso silencio continúan al pedido.



“Déjalo salir”, ordena alguien en el intercomunicador del efectivo a cargo. “Nos encargaremos de él antes que cruce la frontera”.

“Tiene una rehén: su mujer”, apunta el policía en campo.

“Mierda”, rezongan por el intercomunicador.

Más segundos de tenso silencio.



“Déjalo ir”, ordenan luego de buen rato.

El policía a cargo suda frío.

“Déjenlo ir”, instruye a los otros dos efectivos. “¡Háganle pasillo!”, ordena a uno de los grupos de tres que contienen a la multitud.



    


Los uniformados le abren paso. Rafael respira profundo pero no baja la pistola de la cabeza de su mujer.

“Cuando diga tres, caminas; seremos libres en un par de horas, mi amor. ¿Entendido?”

Ingrid no responde.

“¡¿entendido?!”

“Sí”, dice temblando la chica.



Rafael marca el paso e Ingrid comienza a caminar delante suyo. Los policías no bajan las armas y les escoltan la espalda a cierta distancia. Conforme se acerca hacia la salida, Rafael se da cuenta que no tiene un vehículo en el que pueda escapar más que su motocicleta. Se desespera. Algo está fallando en su plan, y puede tratarse de un fallo mortal.



“¡Quédate en el suelo y no te levantes!”, ordena a Ingrid a quien avienta contra el pavimento, se gira hacia su espalda y dispara. Le da a uno de sus colegas. Le responden.



Una balacera se produce en el centro comercial.



La gente sale despavorida…

 


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