martes, 22 de septiembre de 2020

Felices los 4 (12)

Dalila y Miguel reconstruyen sus vidas; pero la vida suele dar sorpresas.



    


Dos semanas después, un sábado por la mañana, la enfermera que había llegado a la tienda de Ingrid compra un par de blusas.

“Qué lindos colores ha elegido”, dice Dalila mientras pasa la tarjeta de débito por el POS. “Va a rejuvenecer de golpe, especialmente si usa el cabello suelto”.

“Ay, gracias. Qué halagador”.

“Y si viene la semana que entra, le tendré unas faldas plisadas que no se las puede perder”, Dalila devuelve la tarjeta.

“Entonces, caeré por acá… ¿Irá esta noche?”

“Claro que sí”, sonríe la nueva vendedora. “De hecho que iré”.



    


Y esa misma noche, Dalila llega a la Clínica María Milagrosa, sube al segundo piso, camina hasta el cuarto número 25. Toca la puerta. Un enfermero joven, guapo, cuerpo formado, la abre.

“¡Emi! Buenas noches. ¿Despertó?”

“Sí, señora Dalila. Adelante”.



La visitante ingresa. Sobre la cama, Ingrid descansa mirando su celular, mientras los aparatos que vigilan sus signos vitales titilan y pitean alrededor.

“¡Amiga!”, se emociona la convalesciente.

“¿Cómo estás, Ingricita?”

“Como si hubiese dormido todo un año. ¿Tu mami y tu cuñado?”

”Aún en casa terminando una… gestión; pero eso no importa: ¿ya estás lista?”

“Creo que sí… aunque extrañaré a Emilio”.

El enfermero sonríe y se sonroja.

“Ay, sí”, se enternece Dalila. “Es un chico lindo, amable… y tiene hermoso trasero”.

Emilio ríe:

“Ya va a comenzar, señora Dalila”.

“Y lindas piernas”, añade Ingrid. “¿Crees que no lo he notado?”

Las dos mujeres ríen.



“¿Te fue a ver la familia de Rafo?”, retoma la paciente.

“Sí, pero para eso está mi cuñado. Aunque no sé si eso me ayudará en el negocio: ahora quiere demandar a media ciudad”.

Ingrid ríe.

“Gracias, Dali. En mi vida pensé que iba a quedarme en mi propia habitación de clínica”.

“Aprovecho lo bueno que dejó haciendo Eduardo”, suspira la otra mujer.

“¿Y arreglaste con la familia de Lalo?”

Dalila vuelve a dar otro suspiro.

“¿Me creerías si te digo, Ingrid, que todo su plan magistral resultó siendo un fiasco?”



    


Dos horas más tarde, en el cuarto que alquila Miguel, Ángel termina de hacer su maleta. El instructor está junto a la puerta viendo toda la escena sin mover más que los músculos de sus ojos.

“Eduardo es un imbécil. Bueno, fue un imbécil. ¿Cómo se le ocurre ir a la notaría a cambiar los papeles usando mi nombre artístico? A ver. Dime tú?”

“Yo toda la vida he sido Miguel Vilca… Luis Miguel Vilca”.

“Pues no, Migue. Yo solo soy Ángel cuando estoy en el bar, cuando entreno en el gym, cuando poso calato o cuando hago una performance en vivo. Pero en papeles no soy Ángel. Me hizo pasar el roche de mi vida. ¿Podrás creer que hasta llamaron al Ministerio Público? Simplemente, es un imbécil. Bueno, fue”.

“Tampoco te lamentes… Digo, no es que te vas con las manos vacías, ¿o sí?”

Ángel pone su maleta en el suelo.

“Hubiese hecho del Olympus otra cosa… ¡una gran empresa! Claro, tú como instructor”.

El celular de Ángel suena. Lo contesta:

“Ahorita bajo”.

Cuelga.

“Una semana con Toño me hará bien”, se acerca Ángel a Miguel y lo besa en la boca. “Gracias por todo”.

“Regresarás, Angelito. Eso lo doy por sentado”.



    


La puerta del dormitorio suena. Miguel la abre: entra Amado. Ángel mira a ambos y se va.

“¿Convenciéndote de su inocencia?”, sonríe el moreno, alto, atlético que acaba de entrar.

“Convenciéndose de que realmente es un ángel”, ríe Miguel, quien se acerca a su amigo, lo abraza y lo besa en la boca. “A mí ya no me convence de nada”. Lo vuelve a besar”.

“Yo no sé si estoy convencido”, responde Amado.

“Tranquilo… Si no fuera por que tú tomaste la foto que delató a Rafo, ahora mismo yo estaría de patitas en la calle”.

“¿Qué significa eso?”

“Que tú mandas”, sonríe Miguel.

Amado vuelve a besarlo y acariciarlo.

“Pues mando que vayamos saliendo para hacer ese show de una vez porque no creo que aguante este hilo dental tanto tiempo”.

“¿Ya te lo probaste?”

“No ssé cómo puedes aguantar esa tira en medio del culo”.

Miguel ríe.

“Cuando tienes que comer, créeme que hasta puedes aguantarte una pinga dentro de tu culo”.

“Pensé que eras solo activo”.

“Solo cuando no paso necesidad”.

Miguel apaga la luz y va a abrir la puerta cuando Amado lo detiene.

“¿Qué pasa ahora?”

A tientas, Amado besa a Miguel en la boca. Lo abraza y es correspondido. Ambos se aferran con firmeza, se van desnudando: las poleras, las camisetas, los jeans con trampillas de velcro, a los que solo hay que jalar para despegarlos del cuerpo. Miguel besa el cuello y luego cada tetilla, se arrodilla ante Amado. Sus manos palpan la suavidad de la prenda que no puede contener una gran erección, la baja un poquito. Palpa el pene liberado: es recto, largo, grueso. Pasa la yema de su índice derecho por los testículos: son grandes y suaves. Se mete el falo a su boca. Amado no es capaz de describir la sensación que significa ser felado en ausencia de luz. No importa si Miguel apenas ha alcanzado tragarse la mitad de su longitud. Agradece cuando las gruesas manos del instructor le bajan la tanga. Se permite girar suavemente mientras su compañero sexual busca sus nalgas. No protesta con apoyarse sobre la cama con sus manos y abrir un poco las piernas al mismo tiempo que siente por segunda vez una lengua recorriéndole ambos glúteos y yendo hacia el centro mismo. Jadea, gime por ratos. Suena el teléfono; no le hace caso. Es ahora Amado quien se arrodilla ante el pene cabezón de Miguel, y sí consigue tragárselo todo, conquista el firme y redondo trasero del instructor; mete su lengua y prueba ese ano mientras Miguel se acomoda sobre la cama en posición de feligrés musulmán.

“Métemelo”, le pide.

Amado aprovecha la copiosa lubricación de su miembro y va empujando poco a poco. Miguel se queja pero pide más. Amado comienza a moverse: se siente tan estrecho, tan caliente, tan diferente y tan placentero. Miguel intenta contraer con dificultad los músculos de su recto, pero logra apretar mucho más el miembro que se desliza en sus entrañas. Amado goza con chasquear su ingle contra los glúteos de su amigo, más fuerte, más fuerte y… justo cuando está forjando el orgasmo, la puerta del dormitorio se abre de golpe. Los dos amantes se quedan estupefactos. Un destello blanco ilumina la habitación. Esa misma madrugada de domingo, la foto del sereno y el instructor de gimnasio desnudos y en una situación sexual se vuelve tendencia en las redes sociales.

 

 



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