viernes, 7 de enero de 2022

La hermandad de la luna 8.1

En una esquina poco transitada de la Zona Industrial de Collique, la camioneta del fiscal Juan García permanece estacionada. Él, al volante, mira impaciente su reloj de pulsera.

“¿Será cumplido?”, pregunta algo nervioso.

“Si no viene en diez minutos, nos vamos”, le propone Tito.

“Sería una verdadera pérdida de tiempo”.

“Tienes miedo, ¿no?”

“La cagada sería que alguien llame a Emergencias y nuestro plan se va al carajo”.

El celular del gladiador vibra. Lee el mensaje.

“Está por llegar”.

Un par de minutos después, ambos divisan a un muchacho de tez blanca, cabello corto, alto, buen cuerpo, vistiendo una polera blanca, jeans y zapatillas.

“Ahí viene Edú”.

Tito baja del vehículo y lo ataja antes que cualquier otra cosa.

“Hola”, le saluda el muchacho.

“Hola, a los tiempos”, le responde el gladiador, dándole la mano derecha y haciendo el intento de esculcarlo con la izquierda a lo largo de su costado.

“Es el colmo, chico”, reclama Edú. “No vengo armado”.

“No lo hago por mí sino por mi amigo”.

“Sigo en forma, si eso quieres verificar”, ironiza el muchacho.

“Eso no lo discuto… mejor sube”.

Ya a bordo de la camioneta, y tras las presentaciones de rigor, Edú saca la carpeta lila de su polera y la entrega a Tito, quien la abre y hojea.

“Sí son los documentos”, verifica y se la entrega a García quien también la revisa varios segundos.

“No mmentiría en eso, Tito”, arguye el chico.

“Todo parece estar en orden”, opina el fiscal. “El único problema es que son fotocopias. ¿Tienes idea de cómo llegó esto al centro de reciclaje, Edú?”

“Como todo el material: los recolectores lo traen y nosotros tenemos que clasificarlo según su tipo si es que no ha venido preclasificado”.

“Me refiero a que si sabes de qué parte viene, dónde se recogió”.

“Ni idea. Al centro llega material del Gran Collique, y es bien complicado determinar de dónde”.

Juan resopla de frustración.

“Pero sí es el documento, ¿no?”, intenta celebrar Tito.

“Legalmente hablando, todavía no podemos usarlo como prueba porque no es el original. Si tan solo hubiese un escrito, un título, un testimonio en original, eso ayudaría mucho. La utilidad de esto es a nivel de un documento de trabajo, algo que nos indica dónde podemos buscar, pero ningún fiscal utilizaría esto a menos que el original haya sido destruido. Y aquí viene la pregunta del millón: ¿dónde está el original?”

Tito se queda perplejo.

“Miren, panas, yo solo hice lo que creí correcto. De ahí si les sirve o no, no es mi problema”, rezonga Edú. “Regreso a mi trabajo”.

El chico va a abrir la puerta del carro, cuando García lo impide desde el tablero.

“¡Déjame salir, chico! ¡Esto ya es secuestro!”

“Tranquilízate, Edú, y escúchame bien: no es tu culpa que el documento tenga fotocopias, y entiendo tu punto sobre la procedencia, pero quiero que hagas algo por nosotros, y es que trates de preguntar entre los recolectores si alguien recuerda algo, alguna pista que nos dé idea de dónde vino, dónde lo entregaron”.

“Insisto: ya hice lo que tenía que hacer y mi colaboración concluye aquí. Déjame bajar, vale”.

Juan quita los seguros y permite que Edú los deje casi sin despedirse. Tito abre la puerta del copiloto, y le da alcance.

“Toma por la información”, da unos billetes de forma asolapada.

Edú mira al gladiador a los ojos:

“Yo también conocí a Manolo, y tú sabes a qué nivel, Tito; así que lo hago en su memoria, a ver si eso ayuda a saber quién y por qué lo mató”.

El gladiador se queda con los billetes en la mano y su informante se aleja caminando por la vereda solitaria.

“¡Espera!”, le grita y corre a retenerlo otra vez.

“¿Y ahora qué carajos quieres?”

“Necesito saber qué pasó la noche cuando llevaste a Christian al hospital”.

“No diré nada más”.

Edú trata de avanzar su camino y Tito lo retiene fuerte del brazo. García se acerca con la camioneta, por si las dudas.

“No quiero saber qué hiciste con Christian, sino saber cómo fue que se desmayó y todo eso”.

“No tengo mucho tiempo libre, Tito”.

“Nosotros tampoco; por favor, ayúdanos… por la memoria de Manolo… por favor”.

Subido de nuevo a la camioneta, que Juan ha movido de ubicación por seguridad, Edú narra desde que lo reconoció en medio de la concurrencia al G4G, solo cinco días atrás hasta que fueron al privado.

“Yo le exigí condones porque, tú sabes bien, Tito, que con quien sea, solo tengo sexo protegido. Él no quería pero igual se fue al baño. Yo me había quedado en posición y, de pronto, sentí como si alguien me poseyera, como metiéndomela por el culo, pero fuera de esta dimensión, como si me hubiesen llevado a las selvas de mi país. Cuando llegué al orgasmo, vi a Christian desmayado en el suelo, sin camiseta, y con la cajita de condones a su lado”.

“¿Los condones que se venden en el baño del club?”, pregunta Tito.

“Asumo que sí”.

Imágenes de la víspera llegan a la cabeza del gladiador.

“¿Y por qué te importa la marca de los condones?”, se sorprende Juan.

“¿Qué pasó con ese paquetito de condones, Edú? ¿El que Christian tenía?”

“Ni idea, porque yo me preocupé por sacar a tu amigo de ahí, porque Saúl se cagaba de miedo. Llamé a emergencias, lo puse en el  pasillo hasta que llegaron los paramédicos”.

“Un momento”, interrumpe Juan. “La Policía dice que tú lo llevaste hasta el hospital”.

”No, no lo hice”.

“Y Saúl dice que tú saliste fugando”, añade Tito.

“Tampoco lo hice”, niega Edú. “Saqué a Christian por la entrada de servicio porque Saúl no quería que la gente lo vea”.

El fiscal y el gladiador se miran a los ojos, totalmente confundidos.

“¿Dices que te sentiste como en una selva cuando algo te poseyó?”, averigua Juan.

“Oigan, me hago tarde”.

“Por favor, Edú, solo una pregunta más y te prometo que te dejamos libre”.

“Pues sí, pero si vas a preguntarme si consumo drogas, la respuesta es no. Tito lo sabe bien”.

“No, mi pregunta es si luego de eso notaste algo raro en tu ropa”.

“¿Juan? Tengo veintiocho años y llevo la mitad de mi vida recibiendo huevo por el culo: no sangré, si eso quieres saber; y tampoco tuve escozor, irritación o problemas para cagar. Y no diré nada más: mi residencia sale en tres meses y si me embarco en un lío legal por su culpa, mi madre y mis hermanos no tendrán qué comer. ¿Me entienden?”

Juan destraba las puertas traseras por segunda vez y deja ir a Edú, quien retoma la vereda por la que vino.

“Explícame eso de la caja de condones”, emplaza a Tito.

“Creo que mejor te cuento toda la historia”, suspira el gladiador, tras tomar una bocanada de aire con aroma a fresa.

Mira un video aquí. 

Elga termina de ordenar unos papeles en la finca y los guarda en una carpeta de cartulina cuando Adán toca su puerta.

“¿Ocupada?

“No, ya cerrando la jornada. ¿Qué pasó?”

“Bueno, quiero… pedirte disculpas por… por lo de Frank”.

Elga sonríe:

“¿Disculpas por Frank? ¿Y qué hay que disculparle a Frank?”

“Es que…. Como que yo te lo puse en bandeja”, tú sabes….”

Elga ríe:

“Ay, Adán. No hay nada que disculpar”. Ella se pone de pie y se acerca al cuerpo de luchador. “Fue la mejor bienvenida que me dieron a La Luna en años, ¿escuchas?, ¡en años!”

“¿En serio?”

“Tranquilo, el chico estuvo soberbio… me encantaría probarlo de nuevo, aunque… me gustaría saber quién fue su maestro”

Adán sonríe.

“Te juro que no fui yo”.

“¿Fue Manolo?”

“No lo sé. Quien lo presentó fue Carlos, que es su tío. Nosotros lo conocemos del pueblo y del gimnasio, pero su talento sexual pues… no sé”.

Elga sonríe seductora dando la espalda a la cámara.

“¿Y tú… has mejorado tu talento, Adán? La estirpe no solo tenía su fama bailando”.

“Sería… de ponerme a prueba”, sonríe seductor el cuerpo de gladiador.

“¿Por qué no subes?”

“Me encantaría, elga, pero debo regresar a casa a cuidar a mi sobrina Flor mientras Tito viene a hacer su guardia”.

“Flor ya es una mujer”, obvserva Elga.

“No es por eso. Lo que pasa es que la semana pasada, dos trabajadores de Cruz Dorada quisieron atentar contra ella”.

Elga se ensombrece:

“¿Cruz Dorada?”, se le quiebra la voz.

“La Policía inventó todo un cuento; ahora que Tito venga, te lo puede contar… y a lo mejor… mostrarte su talento”.

La jefa comienza a sudar frío. Adán se despide y se retira. Elga regresa a su escritorio y se sienta pensativa, cuando su celular suena.

“Dime, Crhis”.

“¿Qué quiere ese reconchasumadre?”

Elga se toma unos segundos y mira a la cámara muy seria.

“Venía a informarme algo sobre el tractor”.

“Ah, OK. ¿Es algo grave?”.

“No… puedo resolverlo sola. Te llamo luego”.

Mira otro video  

No hay comentarios:

Publicar un comentario