En una
esquina poco transitada de la Zona Industrial de Collique, la camioneta del
fiscal Juan García permanece estacionada. Él, al volante, mira impaciente su
reloj de pulsera.
“¿Será
cumplido?”, pregunta algo nervioso.
“Si no
viene en diez minutos, nos vamos”, le propone Tito.
“Sería
una verdadera pérdida de tiempo”.
“Tienes
miedo, ¿no?”
“La
cagada sería que alguien llame a Emergencias y nuestro plan se va al carajo”.
El
celular del gladiador vibra. Lee el mensaje.
“Está
por llegar”.
Un par
de minutos después, ambos divisan a un muchacho de tez blanca, cabello corto,
alto, buen cuerpo, vistiendo una polera blanca, jeans y zapatillas.
“Ahí
viene Edú”.
Tito
baja del vehículo y lo ataja antes que cualquier otra cosa.
“Hola”,
le saluda el muchacho.
“Hola, a
los tiempos”, le responde el gladiador, dándole la mano derecha y haciendo el
intento de esculcarlo con la izquierda a lo largo de su costado.
“Es el
colmo, chico”, reclama Edú. “No vengo armado”.
“No lo
hago por mí sino por mi amigo”.
“Sigo en
forma, si eso quieres verificar”, ironiza el muchacho.
“Eso no
lo discuto… mejor sube”.
Ya a
bordo de la camioneta, y tras las presentaciones de rigor, Edú saca la carpeta
lila de su polera y la entrega a Tito, quien la abre y hojea.
“Sí son
los documentos”, verifica y se la entrega a García quien también la revisa
varios segundos.
“No
mmentiría en eso, Tito”, arguye el chico.
“Todo
parece estar en orden”, opina el fiscal. “El único problema es que son
fotocopias. ¿Tienes idea de cómo llegó esto al centro de reciclaje, Edú?”
“Como
todo el material: los recolectores lo traen y nosotros tenemos que clasificarlo
según su tipo si es que no ha venido preclasificado”.
“Me
refiero a que si sabes de qué parte viene, dónde se recogió”.
“Ni
idea. Al centro llega material del Gran Collique, y es bien complicado
determinar de dónde”.
Juan
resopla de frustración.
“Pero sí
es el documento, ¿no?”, intenta celebrar Tito.
“Legalmente
hablando, todavía no podemos usarlo como prueba porque no es el original. Si
tan solo hubiese un escrito, un título, un testimonio en original, eso ayudaría
mucho. La utilidad de esto es a nivel de un documento de trabajo, algo que nos
indica dónde podemos buscar, pero ningún fiscal utilizaría esto a menos que el
original haya sido destruido. Y aquí viene la pregunta del millón: ¿dónde está
el original?”
Tito se
queda perplejo.
“Miren,
panas, yo solo hice lo que creí correcto. De ahí si les sirve o no, no es mi
problema”, rezonga Edú. “Regreso a mi trabajo”.
El chico
va a abrir la puerta del carro, cuando García lo impide desde el tablero.
“¡Déjame
salir, chico! ¡Esto ya es secuestro!”
“Tranquilízate,
Edú, y escúchame bien: no es tu culpa que el documento tenga fotocopias, y
entiendo tu punto sobre la procedencia, pero quiero que hagas algo por
nosotros, y es que trates de preguntar entre los recolectores si alguien
recuerda algo, alguna pista que nos dé idea de dónde vino, dónde lo
entregaron”.
“Insisto:
ya hice lo que tenía que hacer y mi colaboración concluye aquí. Déjame bajar,
vale”.
Juan
quita los seguros y permite que Edú los deje casi sin despedirse. Tito abre la
puerta del copiloto, y le da alcance.
“Toma
por la información”, da unos billetes de forma asolapada.
Edú mira
al gladiador a los ojos:
“Yo
también conocí a Manolo, y tú sabes a qué nivel, Tito; así que lo hago en su
memoria, a ver si eso ayuda a saber quién y por qué lo mató”.
El
gladiador se queda con los billetes en la mano y su informante se aleja
caminando por la vereda solitaria.
“¡Espera!”,
le grita y corre a retenerlo otra vez.
“¿Y
ahora qué carajos quieres?”
“Necesito
saber qué pasó la noche cuando llevaste a Christian al hospital”.
“No diré
nada más”.
Edú
trata de avanzar su camino y Tito lo retiene fuerte del brazo. García se acerca
con la camioneta, por si las dudas.
“No
quiero saber qué hiciste con Christian, sino saber cómo fue que se desmayó y
todo eso”.
“No
tengo mucho tiempo libre, Tito”.
“Nosotros
tampoco; por favor, ayúdanos… por la memoria de Manolo… por favor”.
Subido
de nuevo a la camioneta, que Juan ha movido de ubicación por seguridad, Edú narra
desde que lo reconoció en medio de la concurrencia al G4G, solo cinco días
atrás hasta que fueron al privado.
“Yo le
exigí condones porque, tú sabes bien, Tito, que con quien sea, solo tengo sexo
protegido. Él no quería pero igual se fue al baño. Yo me había quedado en
posición y, de pronto, sentí como si alguien me poseyera, como metiéndomela por
el culo, pero fuera de esta dimensión, como si me hubiesen llevado a las selvas
de mi país. Cuando llegué al orgasmo, vi a Christian desmayado en el suelo, sin
camiseta, y con la cajita de condones a su lado”.
“¿Los
condones que se venden en el baño del club?”, pregunta Tito.
“Asumo
que sí”.
Imágenes
de la víspera llegan a la cabeza del gladiador.
“¿Y por
qué te importa la marca de los condones?”, se sorprende Juan.
“¿Qué
pasó con ese paquetito de condones, Edú? ¿El que Christian tenía?”
“Ni
idea, porque yo me preocupé por sacar a tu amigo de ahí, porque Saúl se cagaba de
miedo. Llamé a emergencias, lo puse en el pasillo hasta que llegaron los paramédicos”.
“Un
momento”, interrumpe Juan. “La Policía dice que tú lo llevaste hasta el
hospital”.
”No, no
lo hice”.
“Y Saúl
dice que tú saliste fugando”, añade Tito.
“Tampoco
lo hice”, niega Edú. “Saqué a Christian por la entrada de servicio porque Saúl
no quería que la gente lo vea”.
El
fiscal y el gladiador se miran a los ojos, totalmente confundidos.
“¿Dices
que te sentiste como en una selva cuando algo te poseyó?”, averigua Juan.
“Oigan,
me hago tarde”.
“Por
favor, Edú, solo una pregunta más y te prometo que te dejamos libre”.
“Pues
sí, pero si vas a preguntarme si consumo drogas, la respuesta es no. Tito lo
sabe bien”.
“No, mi
pregunta es si luego de eso notaste algo raro en tu ropa”.
“¿Juan?
Tengo veintiocho años y llevo la mitad de mi vida recibiendo huevo por el culo:
no sangré, si eso quieres saber; y tampoco tuve escozor, irritación o problemas
para cagar. Y no diré nada más: mi residencia sale en tres meses y si me
embarco en un lío legal por su culpa, mi madre y mis hermanos no tendrán qué
comer. ¿Me entienden?”
Juan
destraba las puertas traseras por segunda vez y deja ir a Edú, quien retoma la
vereda por la que vino.
“Explícame
eso de la caja de condones”, emplaza a Tito.
“Creo
que mejor te cuento toda la historia”, suspira el gladiador, tras tomar una
bocanada de aire con aroma a fresa.
Elga
termina de ordenar unos papeles en la finca y los guarda en una carpeta de
cartulina cuando Adán toca su puerta.
“¿Ocupada?
“No, ya
cerrando la jornada. ¿Qué pasó?”
“Bueno,
quiero… pedirte disculpas por… por lo de Frank”.
Elga
sonríe:
“¿Disculpas
por Frank? ¿Y qué hay que disculparle a Frank?”
“Es
que…. Como que yo te lo puse en bandeja”, tú sabes….”
Elga
ríe:
“Ay,
Adán. No hay nada que disculpar”. Ella se pone de pie y se acerca al cuerpo de
luchador. “Fue la mejor bienvenida que me dieron a La Luna en años, ¿escuchas?,
¡en años!”
“¿En
serio?”
“Tranquilo,
el chico estuvo soberbio… me encantaría probarlo de nuevo, aunque… me gustaría
saber quién fue su maestro”
Adán
sonríe.
“Te juro
que no fui yo”.
“¿Fue
Manolo?”
“No lo
sé. Quien lo presentó fue Carlos, que es su tío. Nosotros lo conocemos del pueblo
y del gimnasio, pero su talento sexual pues… no sé”.
Elga
sonríe seductora dando la espalda a la cámara.
“¿Y tú…
has mejorado tu talento, Adán? La estirpe no solo tenía su fama bailando”.
“Sería…
de ponerme a prueba”, sonríe seductor el cuerpo de gladiador.
“¿Por
qué no subes?”
“Me
encantaría, elga, pero debo regresar a casa a cuidar a mi sobrina Flor mientras
Tito viene a hacer su guardia”.
“Flor ya
es una mujer”, obvserva Elga.
“No es
por eso. Lo que pasa es que la semana pasada, dos trabajadores de Cruz Dorada
quisieron atentar contra ella”.
Elga se
ensombrece:
“¿Cruz
Dorada?”, se le quiebra la voz.
“La
Policía inventó todo un cuento; ahora que Tito venga, te lo puede contar… y a
lo mejor… mostrarte su talento”.
La jefa comienza a sudar frío. Adán se
despide y se retira. Elga regresa a su escritorio y se sienta pensativa, cuando
su celular suena.
“Dime,
Crhis”.
“¿Qué
quiere ese reconchasumadre?”
Elga se
toma unos segundos y mira a la cámara muy seria.
“Venía a
informarme algo sobre el tractor”.
“Ah, OK.
¿Es algo grave?”.
“No…
puedo resolverlo sola. Te llamo luego”.
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