viernes, 21 de enero de 2022

La hermandad de la luna 8.3

En Collique, Juan García ha estado dándole vuelta a las experiencias sexuales, aparentemente sobrenaturales, de Christian y Edú. Lo que más le intriga es por qué en el primer caso sí aparece una sustancia que en el segundo no. ¿Acaso edú omite información? Además, ¿por qué Tito, o Joey como lo conoció siempre, insistía en el dato de la caja de preservativos? Necesita al menos una teoría, así que, mientras va al gimnasio, hace una parada en el laboratorio clínico de Alvin Saldívar. Siempre que necesita algo de ciencia, él es su fuente más confiable. Se estaciona frente a su local y espera pacientemente que atienda a su llamado. En cinco minutos, ya está abordando su camioneta en la que una resucitada banda inglesa hilvana la música de fondo.

“Sexo tántrico”, hipotetiza el biólogo.

 “¿Y eso cómo se come?”

“el tantra es toda una filosofía oriental que propone el equilibrio en todo como forma de vida, y pone el reto de trascender a lo espiritual desde lo puramente corporal. No es algo exclusivo del Oriente porque todas las creencias tienen una facción que plantea lo mismo: desde lo carnal se puede conseguir una mejor vibración del alma, pasando por una constante tranquilidad mental”.

“Quiero aprender”, se emociona Juan.

“Yo ccreo que esos amigos tuyos de anoche ya conocen la técnica”.

“¿Édgar y Joey?”

“Ustedes ni lo notaron, pero yo sí me di cuenta que ellos sí usan esa técnica”.

“¿Cómo así te diste cuenta, Saldívar?”

“Se notaba que trabajaban su respiración, que la hacían profunda y lenta, casi ni se movían; ustedes hacían toda la chamba. ¿No tuviste alguna sensación mientras me la chupaban?”

“Ahora que lo mencionas”, trata de recordar Juan. “Por ratos parecía como si oliera la hierba de las montañas, por ratos el cloro de la piscina… puede ser el desinfectante, ¿no?”

“Pues, si usan una lejía con aroma a pino o hierbas, quizás”.

“¿Tenía que sentir algo acaso?”

“Por lo general, durante la experiencia de sexo tántrico tratas de visualizar un lugar donde te sientas a gusto o en libertad, donde sientas que tu excitación crece pero a la vez es balanceada por así decirlo”.

“¿Tú pensabas en las montañas?”

“No, en la piscina”, ríe Alvin.

“Pero, ¿y el asunto de la sangre de grado?”

“Ése es un misterio desde el punto de vista científico, querido Juancho, pero sospecho que debe tener una explicación lógica”.

“¿Cuál?”

“Alguien se lo aplicó para hacerle creer que había sangrado”.

Joey me dijo que hay un lugar donde sí podríamos hallar sangre verdadera. ¿Tienes que hacer algo más tarde, como a las once?”

Mira un video aquí. 

en la finca, finaliza la primera ronda nocturna. Tito deja a Elga en la entrada de la casa grande y luego camina a la caseta de vigilancia.

“Sucedió otra vez”, es el primer comentario de Carlos.

“Ella está encubriendo a Christian”, responde Tito.

“¿Cómo lo sabes?”

“Quiso contarme un cuento”.

Por su parte, Elga llega a su habitación, la misma que alguna vez fue la de Manolo. Hay demasiada información que procesar y mucha no está en los papeles que ha revisado todo el día.

“La Estirpe va a oponerse, pero tú tienes el control”, le había advertido Christian durante la semana pasada.

Pero ella sabe que jamás había tenido el control. Que solo aceptó casarse con Manolo para impedir que Esmeralda se apropiara de La Luna durante el proceso de divorcio. Por eso, inicialmente la propiedad había estado a nombre de Tito, para evadir a la justicia. Su matrimonio, solo en el papel, únicamente ponía un candado contra la codicia de la primera familia del patrón.

“Aparte de los chicos, la única mujer en quien confío eres tú”, le dijo Manolo. “Ni siquiera en mis padres o hermanos”. Claro, si ellos prácticamente abían relegado a Rodríguez, como la relegaron a ella, cuando se enteraron de que el sexo era su negocio principal. Así que toma su celular, marca y se lo pone a la oreja.

“Están sospechando de Christian”, le dice a alguien. “¿Por qué no me habías dicho nada de la hija de Tito?”

Mira un video más.

En Santa Cruz, la plaza principal parece no tener mayor movimiento una noche de lunes, excepto los autos que van para o vienen de Collique, las mototaxis, las motocicletas, la gente yendo de aquí para allá. La Comisaría tiene su fachada cerca a la municipalidad, y en una banca desde la que se aprecia estratégicamente, el Carnes mordisquea unas galletas. De pronto, nota que un muchacho algo alto y atlético entra con mucho sigilo, demasiado diría él. Ya hace media hora que vio a otro, vestido de civil, delgado, que había llegado y entrado sin mayor aspaviento.

“¿El capitán Castro, por favor?”, pregunta al guardia de puerta el joven que acaba de llegar a la comisaría.

“¡Chira! ¿Dónde te habías metido?”, lo reconoce su colega. “Está con el chico de Santa Cruz directo, en su oficina”.

El muchacho que acaba de llegar se sorprende:

“¿Hay algún operativo en progreso?”

“Ni idea, Chira”.

Efectivamente, a puertas cerradas, el comisario transfiere al celular de un joven de veinticuatro años, a lo sumo, una serie de documentos en un idioma que no entiende mucho.

“¿Son auténticos?”

“¡Claro, muchacho! ¿Crees que voy a blufearte?”, tranquiliza el policía.

“Pero si es cierto lo que usted dice, ¿cómo fue que dejaron entrar a un terrorista?”

“No lo sé; lo que necesito es que lo difundas para que nosotros podamos actuar”.

El comisario saca dos billetes de cien.

“Gracias”, sonríe el joven.

“Ya sabes qué puede pasarte si dices de dónde sacaste la información”.

“Pierda cuidado, capitán”.

Cuando el muchacho sale, Chira camina hasta la puerta de Castro y toca tres veces seguidas, luego una pausa y otras dos seguidas.

“Adelante”.

“Suboficial Chira reportándose, mi capitán”, saluda con la mano derecha extendida tocando la sien del mismo lado.

“¡Vaya! Regresó el hijo pródigo”.

Affuera en el parque, El Carnes toma su celular y llama a alguien.

  

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