sábado, 8 de enero de 2022

Proyecto Lujuria 3.1: Remordimiento tras el trío


A la una y cuarto de la madrugada, los dos invitados salen del condominio.

“Y nuestro concursante Osmar, de Caracas”, se lleva cien dólares a su marcador”, anuncia Evandro en voz baja y casi burlonamente. “¿quiere mandar saludos a alguien?”

“Ya, no jodas”, sonríe el otro galán.

“No entiendo”, comenta Evandro ya dentro del auto, resoplando antes de abrocharse el cinturón de seguridad. “Decías que ni el culo de Alexis te para la pinga, pero se te paró con ese chibolo”.

“Prefiero no hablar de eso, Evan”.

“Perdona por sacarte de libreto”.

“Fresco, pana”.

Evandro mira el rostro algo desencajado de Osmar:

“Algo no está bien”.

“Pana, vamos a la residencial… de veras, me cago de sueño”.

“¿qué harás por la mañana”.

“es domingo…” Osmar mira sonriendo tristemente a Evandro: “Dormiré hasta tarde”.

Su amigo sonríe también. Vuelve a resoplar. Tiene la sensación que algo o bien se cagó entre ambos, o… mejor ni pensar en eso. Gira la llave. El auto arranca. Acelera. Diez minutos después, ambos por fin llegan a casa.

 


Cuando Osmar despierta en su cuarto, lo primero que hace es ver su celular: diez y media de la mañana. Sí ha podido dormir sus ocho horas reglamentarias pero luego  de pasar sesenta minutos revolcándose sobre la cama tratando de digerir el trío de esa madrugada.

Tras arreglar su estrecha habitación,  en la azotea del edificio residencial, baja el ascensor y se va trotando con una mochila vacía hasta una lavandería en la avenida Salaverry, frente a una puerta lateral del hospital Rebagliati y como a media cuadra del Steel Fit Gym. Con el pretexto de hacer una limpieza a fondo, se la pasa casi todo el día en el establecimiento, ahora cerrado al público, donde se prepara almuerzo y cena, toma un baño, y tras revisar redes y hablar con su familia en Venezuela (“Me contrataron para una campaña de publicidad nacional… es un producto nuevo pero confiaron en mí”), regresa al edificio a eso de las cuatro de la tarde. Al abrir la puerta, un sobre manila pequeño queda sellado con la huella de su zapatilla. Se agacha, lo recoge y lo abre: cinco billetes de veinte dólares.

 


A la mañana siguiente, coincide con evandro en la base del edificio.

“Gracias”, le susurra.

“¿Por qué?”, consulta su amigo con un mal actuado cinismo.

“Olvídalo… hoy toca… vamos”.

El resto de la mañana ambos cruzan palabra solo lo indispensable; incluso Gibrán, quien se acerca a saludarlos con entusiasmo, respira tensión en el aire y, a pesar de la sonrisa de Osmar, prefiere portarse como un alumno más.

 


Esa tarde, el instructor, ahora enfocado en su faceta como actor, prefiere ir en taxi al teatro. ¿qué mierda está pasando en su cabeza? Al llegar, solo Alexis está preparándose.

“¿Aún no llega Evan?”

“¿No vinieron juntos?”

Osmar prefiere no dar más rollo.

Al término de la función, cuando se despide de todos, evandro lo separa a un lado:

“Te llevo”.

“evan, no es necesario…”

“Carajo, Os; dije que te llevo. No discutas”.

Osmar hace un gesto de disconformidad que Alexis detecta pero prefiere hacerse de la vista gorda.

  

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