sábado, 29 de enero de 2022

Proyecto Lujuria 4.2: Evandro y Osmar, strippers


Un poco después de esa hora, en algún condominio de surco, un grupo de mujeres departe entre música de Christina Aguilera y algunas piñas coladas. Una rara combinación.

“Si te quieres divorciar, divórciate, le dije”, relata una mujer cuarentona de cabello recogido teñido y un vestido casi sastre. “¿Crees que quiero un solo centavo de tu mugre plata?”, blande su copa. “Te equivocas, papacito”.

“¿Y qué dijo?”, pregunta otra de cabello más corto, muy maquillada.

“Me dijo: tampoco esperes recibir un solo centavo. Pero el muy idiota olvidó notariar el acuerdo de bienes separados y… es bueno cuando tu caso lo ve una jueza”.

Todas ríen.

En eso, tocan el timbre de la casa. Una tercera mujer se levanta a atender.

“Me das el teléfono de tu abogado”, pide la segunda. “Como van las cosas, la separación será cuestión de unos meses… Eso sí, ni loca lo dejo cargadito, sino cagadito”.

Todas ríen.

“Somos hermanas, recuerda”, asevera la primera.

La mujer que salió a atender la puerta reingresa:

“Chicas, chicas… creo que estamos en problemas”.

“No me jodas”, reclama la primera mujer.

Entonces, entran a la sala un hombre alto, su cuerpo atlético dentro de un uniforme verde de policía, grandes lentes de sol (considerando que son nueve y media de la noche o por ahí), que se los quita. Detrás suyo, ingresa otro hombre en un atuendo parecido, aunque un poquito más alto.

“Perdonen, señoras”, dice con voz marcial, “pero los vecinos nos han reportado que hay un barullo aquí que está incomodando”.

“¿Y desde cuándo las Águilas Negras intervienen un hogar sin autorización judicial, suboficial?, reclama la primera mujer.”

“Porque nosotros no somos las Águilas Negras”, responde el hombre y coloca un raro aparatejo en el suelo. “Somos… las Águilas del Placer”.

El que lo ssecunda se agacha y toca el cubo de plástico y una música electrónica se escucha. Ambos uniformados se ponen en el centro de la sala, espalda con espalda, y comienzan a contonearse. Las damas entienden que eso no es una intervención policial verdadera y se arremolinan. Ambos se acercan a la primera mujer, la ponen al centro y bailan junto a ella; es cuando cada cual toma cada mano de la dama, la ponen sobre sus camisas.

“Jala”, instruye el supuesto policía.

La mujer obedece y dos pares de pectorales más tres pares de abdominales definidos (además de cuatro bien torneados brazos) aparecen no solo ante ella sino ante todas sus amigas. La música avanza. Los dos hombres se quitan los cinturones que aseguran cada pantalón y juegan con ellos.

“Jala”.

Tira de los pantalones y ambos adonis no solo permiten que el selecto respetable aprecie sus muy bien trabajadas piernas, sino que las mujeres que pueden ver sus espaldas puedan contemplar sus dos redondas nalgas en toda su gloria, en especial del chico más alto y que ha permanecido mudo toda la presentación. La homenajeada tendrá que imaginar qué hay debajo porque los bultos están asegurados con una licra blanca.

“¿quieres más?”

“¿Por qué no?”, responde la mujer.

El primero deja de contonearse, junta sus piernas y en un movimiento rápido se baja el hilo dental y logra sacárselo a pesar que los borceguíes siguen aferrados a sus pies. Entonces, el segundo hace lo mismo. Las mujeres enloquecen aunque no por mucho tiempo. La música acaba y el acto también. Ambos le dan un beso en cada mejilla:

“Feliz cumpleaños”, le sonríen al unísono.

Agradecen al resto del público, recogen su ropa, el cubo de plástico (que en realidad es un parlante uSB)  y se retiran a a un pasadizo de la casa donde se visten de nuevo. Quien fue a abrirles la puerta, les da alcance:

“, Soberbio, chicos”.

Evandro y Osmar se aseguran los broches de velcro que permiten quitar o poner los pantalones sin tener que meter cada pierna en una manga.

“Gracias”, responde el primero, muy sonriente.

 


Ya vestidos, los dos chicos salen al pasillo y se dirigen al ascensor.

“Cuando estemos seguros en el carro, te transfiero”, avisa Evandro a Osmar.

“Tranquilo, pana”, le responde.

La puerta se abre y ante los dos falsos uniformados aparecen dos verdaderos serenos. Osmar se asusta un poco mientras su compañero disimula muy bien su sorpresa.

“Suboficiales, buenas noches, ¿los llamaron por un incidente en este edificio?”, pregunta uno de los efectivos, quien se queda un poquito boquiabierto examinando la cara del sujeto que tiene enfrente. “Aguante… usted no es suboficial”.

Osmar se da por perdido. Evandro carraspea:

“Mire, yo le explico. Lo que…”

“¡Evandro Cruzado! ¡Claro! Usted es el de las novelas, esa serie. ¿Cómo no me había acordado de su cara?” Y volteando hacia su otro sorprendido compañero: “¡Evandro Cruzado, Rojas! ¡Hombre, el Felipe de Mientras no te vayas, el Ramón de Ronda de fuego”.

El segundo sereno parece caer en la cuenta.

Por su parte, Evandro sonríe aún medio asustado:

“eso le iba a decir… en realidad, venimos de un… casting”.

“Ah”, ahora se sorprende el sereno. “¿en este edificio?”

“A veces lo citan a uno en sitios inesperados, es parte de la carrera”.

“Ah, mire usted. Nosotros vinimos porque nos reportaron que hay una fiesta y los vecinos, usted sabe. ¿No habrá escuchado nada por ahí?”

“No”. Evandro se voltea hacia Osmar: “¿Tú?”

El aludido hace un gesto de ignorarlo todo.

“Bueno, investigaremos. ¿Se toman una selfie con nosotros?”

“Pero no podemos hacerlo con estos uniformes…”

“Decimos que estaban grabando una novela. Total, cuánta gente no se disfraza en estos días”.

Evandro y Osmar acceden y posan junto a los serenos.

  

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