martes, 3 de enero de 2023

Ser Rafael 20.2: Ahora sí se lo que tengo que hacer


No sabía qué hacer.

Elena me abrazó.

“¡Rafo!”

Volteé.

Era… el otro hermano de Josué.

“Mi hermano salió en la moto”.

“¿Sabes a dónde fue?”

“No, pero se fue en la moto. Le dije que no, pero el muy cojudo se fue solo”.

El hermano de Josué me guiñó un ojo y sonrió levemente.

“OK. Gracias”.

Miré a elena en silencio.

Entonces, até cabos.

“¡Al Terminal de Castilla!”

Mi hermana me miró extrañada.

Diez para las dos de la tarde.

Llegamos.

El terminal estaba atestado de gente que salía, esperaba y llegaba.

“Toma esto”.

Me quité el saco del frac y se lo di a elena. Me desaté la pajarita y la guardé en uno de los bolsillos de mi pantalón.

“No, Negro, lleva el saco. Necesitas abrigo”.

“¿Ya sabes lo que tienes que hacer, Zamba?”

“Sí. ¿Tú sabes lo que debes hacer?”

“Sí. Ahora sí lo sé”.

“Listo. Aquí te dejo. Que Dios te proteja”.

Me dio un beso en la frente, y se fue.

“¡Zamba! Perdóname”.

“No, Negrito. Estoy orgullosa de ti”.

Abordé un bus.

Cuatro y media de la tarde.

Por fin llegué a la casa de paredes blancas y tejas rojas, luego de bajarme en la plaza de Canchaque, ir cuesta arriba, esquivar tres o cuatro perros bravos, aguantarme las miradas cuestionadoras de los pobladores, y hallar que la puerta… tenía candado.

Me senté en la vereda.

Miré al cerro Mishawaka.

¿Había decidido correctamente?

No pude más.

Me hice un ovillo, poniendo mi cabeza sobre mis rodillas y lloré amargamente, fuerte, como para que la cordillera circundante me escuchara, como para que la quebrada se detuviera, como para que algún ave bajara a consolarme aunque sea picotazos, como para que… una motocicleta se acercara y detuviera.

Alguien descendió.

Levanté mi mirada.

“Carajo, Rafo. ¿Qué parte de ‘no nos veremos hasta después de tu viaje de bodas’ no se entendió?”

Me recuperé tan pronto como pude. Enjugué mi rostro.

“Ya no habrá viaje de bodas”, dije.

Josué se acercó a mí. Comenzaba a emocionarse (conocía ese gesto a leguas).

“¿Y… Laura?”

“No. No vine por ella. Vine por mí”.

“¿Para qué?”

“Para no cometer el mayor error de mi vida”.

Josué se terminó de sorprender y estuvo a punto de quebrarse.

“Y… ¿éstas son… éstas son formas de venir?”

Sonreí con mi rostro nuevamente bañado en lágrimas.

“¡Yo también te amo, Josué! ¡Yo también te amo!”

Me levanté de un salto, fui hacia él. Lo abracé.

Él también me apretó fuerte con sus brazos.

Lloramos de alegría, juntos.

¡Juntos!

Como siempre debió ser.

Y la cordillera se hizo el más bello paisaje al atardecer, y las aves trinaron como nunca, y la quebrada bailó hermosa entre las rocas como jamás se vio… y la moto casi se saca la mugre por no asegurarla bien.

“Rafo, ¿te parece si tomamos un baño?”

“¿Tan mal huelo?”

Josué se rió.

“Necesitamos remover todo el pasado. Es hora de comenzar algo distinto, juntos”.

“Y luego tendremos que preparar la cena juntos, ¿no? Me muero de hambre”.

Volvimos a reírnos.

Nos besamos con intensidad y ternura.

Ah. Esos primeros planos siempre me han fascinado, aunque los protagonistas sean del mismo sexo.

El sol comenzaba a ocultarse.


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