domingo, 29 de enero de 2023

Gozando nuestros culos en simultáneo

Si su cuerpazo ya me había sorprendido, me sorprendió mucho más la pose que hicimos para disfrutar de nuestros anos.

 


Hola. De nuevo soy Gonzalo. Con esto de las protestas, la empresa para la que trabajo ya no nos está enviando al sur ni a la selva del Perú, así que ha decidido reforzar la chamba en el norte.

Mis jefes me comisionaron para ver unas vainas y yo acepté gustoso. Con un poco de suerte, podría darme un salto a esa playa solitaria, si seguía solitaria, para estar un rato cachando a ese pescador que conocí la vez anterior.

Lo primero que hice fue mensajearlo. Al responder me dijo que esos días estaba en alta mar, en plena faena, y que era complicado que nos reunamos. Ni modo, dije. No tiene sentido ir a la playa. Encima, llegando a Piura, mis jefes me escribieron que esté atento porque deseaban cerrar negocios con un cliente, así que no podía moverme de la ciudad. Y tal cliente no tardó en aparecer. Me llamó al celular y me pidió que me reúna con él.

Como para mí el calor acá está fuerte, me puse una camisa delgada y un pantalón delgado muy fresco. Me presenté a la oficina del cliente: un pata casi de mi edad, guapo, en una oficina muy ventilada y vestido en polo. Me recibió.

Cuando se levantó para saludarme, me percaté que vestía una bermuda. Mi ojo clínico al toque se dio cuenta que el pata tiraba su gym.

Hablamos del negocio, llegamos a buen trato; me ofreció celebrarlo:

“Te invito a comer a mi casa”, me dijo.

Como supondrán, yo no podía negarme porque acabábamos de cerrar parte de un trato. Así que me subí a su camioneta. Allí dentro pude confirmar que sus brazos y piernas eran puro gym. Lo mismo su torso. No pregunté. Cuando entrenas también, desarrollas un ojo clínico. Procuré ser discreto y comenzamos a hablar de otras huevadas.

Conforme avanzamos, me di cuenta que salíamos de la ciudad. En cuestión de media hora, o más, llegamos como a un fundo lleno de algarrobos. Y, escondida entre ellos, una linda casa con su jardín. Bajamos.

La sombra de los árboles atenuaron el calor un poco a la vez que refrescaban el aire. De más está decir que me sentía complacido respirando aire puro. El pata regresó:

“Mira, van a demorarse una media hora en traer el almuerzo… ¿estás apurado?”

“No”, le respondí. “Para nada”.

“Mostro”, me dijo. Se fue por ahí hablando por su celular.

Si hubiese estado solo, hacía rato que me hubiese calateado y recorrido ese fundo a mis anchas, pero… era solo un invitado.

El pata regresó:

“Adelante, por favor. ¿Quieres tomarte algo helado mientras nos traen la comida?”

“Claro, por qué no”.

Dentro de su sala hacía un poco de calor, hasta que viendo a la mampara del fondo creí notar algo parecido a una piscina o una fuente. Asumo que el pata se dio cuenta.

“¿Quieres darte un chapuzón?”, me dijo.

Yo me avergoncé un poco.

“No traje ropa de baño”, me justifiqué.

“Yo menos”, dijo el pata. “¿Si quieres, báñate calato”.

“Pero, ¿y tu familia?”

“Mi esposa está trabajando en Piura, mis hijos están en vacaciones útiles, esto solo lo ocupamos los fines de semana… salvo que te paltee estar calato; entonces, lo entendería”.

“No… no me paltea estar calato en una piscina”.

No quise ser majadero. Levanté mi culo de ese sofá y seguí al pata. Por cierto, tiene un hermoso culo, o al menos eso traslucía la bermuda que se puso.

Abrió la mampara. No era una piscina propiamente dicha, pero esa agua cristalina que brillaba al sol no podía desaprovecharse. Me quité mi camisa, mis zapatos frescos, mi pantalón y mi bóxer. Me metí al agua: estaba tibia.

La fuente no era profunda. Me senté y solo me cubría hasta el pecho. Qué rico sentir el agua cubriendo mi cuerpo desnudo. Cerré los ojos. Disfruté el momento.

“Tu trago”, me dijo el pata sacándome de mi meditación.

Estaba calato también. No me había equivocado: su cuerpo era puro músculo magro, bien esculpido en el gym con ese tono trigueño oscuro que resaltaba sus formas. Su pene parecía normal. Su vello púbico parecía recortado. Era más lampiño que otra cosa.

Se metió a la fuente junto a mí. Chocamos los vasos.

“Por el inicio de una fructífera relación… de negocios”.

“Porque todo salga bien… en los negocios, quiero decir”, respondí sonriendo.

Me preguntó qué me parecía la jato; le dije que bravaza.

“Vas al gym, ¿no?”, me lanzó.

“Sí”, le respondí extrañado. “Tú… también, ¿no?”

“Sí… algo”.

“Tienes un cculazo... ¡perdón! Un cuerpa…”

El pata se carcajeó. Yo me arroché más.

“No eres el primer pata que me lo dice”, me tranquilizó palmeándome el hombro. “Lástima que no pueda devolverte el cumplido”.

“¿Por qué?”, pregunté aún arrochado.

“No he visto tu culo aún”.

“¿Quieres verlo?”

“Si deseas”.

Yo sonreí y, sin tanto roche, me puse de pie dándole la espalda.

“Redondito, blanquito y lampiño… ¿puedo tocarlo?”, me dijo el pata.

“Sí, creo”.

Sentí sus suaves manos  primero tanteando, luego sobando, finalmente acariciando. Mi pinga se estaba poniendo dura. Entonces sentí  que con dos de sus dedos me separaba mis nalgas justo a la altura de mi agujero.

“Estás pito”, me dijo.

“¿Tú también estás pito?”, le devolví.

“A ver… mira”.

Giré. Él se había puesto de pie y se había apoyado en el filo de la fuente. Separó sus piernas, como en las cárceles gringas, y me miró sonriendo. Yo, ya sin roche y con mi pinga bien dura, me agaché a verlo. Le separé sus nalgas.

“Creo que también estás pito”, le observé.

“Bien pito”, me confirmó. “pero creo que tú te mueres por clavarme esa pinga en mi culo, ¿o no?”

“¿Por qué dices eso?”, me palteé.

“Porque la tienes bien al palo, y seguro con la leche a punto de derramarse”.

Yo me quedé helado.

“Ven, hagamos algo”, me invitó.

Fuimos hasta uno de los dormitorios, y así calatos nos echamos frente a frente. Nos revolcamos abrazados en la cama mientras nos besábamos en la boca. Nuestras pingas duras se presionaban una contra la otra. No saben lo rico que se sentía todo eso. Entonces dejó de besarme:

“Déjame hacerte un beso negro, y tú me lo haces a mí también”.

“si solo es beso negro, chévere; pero, ¿quién comienza?”

“Hagámoslo al mismo tiempo”.

Yo me quedé idiota. ¿Cómo iba a hacerse eso? Sin embargo, ese piurano tenía un método: haciendo el clásico 69, comprimiendo un poco los abdominales, era posible que nuestras lenguas pudieran alcanzar los anos y las nalgas del compañero mientras nuestras pingas se frotaban contra nuestros pechos y nuestras bolas bailaban en nuestros cuellos. Las caricias de su lengua en mi ano eran por demás placenteras; imagino que las mías en el suyo lo eran igual.

Ni en mis más arrechos sueños húmedos hubiera pensado en ese modo de darnos placer al mismo tiempo, mucho más cuando comenzamos a pajear nuestros penes a puro movimiento de cadera. Sudábamos, pero, qué mierda, esto era mil veces mejor que meterla en su ano.

Y así, entre lamida, caricia y frotación, no pude más y le solté todo mi semen en su pecho. Me prendí a su ano y sus nalgas como si fuese mi más querido muñeco de peluche.  Yo solo jadeaba.

Minutos después, pude sentir su eyaculación caliente en mi pecho. Él siguió haciéndome el beso negro.

Entonces sonó su celular. Se levantó y lo contestó. Pude ver toda su espalda, culo y piernas bien formados. ¡Qué cuerpazo me había comido esa mañana! Cortó.

“Bañémonos en la ducha: el almuerzo está por llegar”, me avisó.

“Oye… ¿te gustó?”

El pata me sonrió:

“¡Me encantó! Y ahora que vamos a estar haciendo negocios, lo vamos a repetir. ¿No crees?”

Yo sonreí. Definitivamente esa era una buena idea.

Mira otros relatos de Gonzalo |Tuitéanos | hunks.piura@gmail.com     

No hay comentarios:

Publicar un comentario