martes, 10 de julio de 2012

Casa De-Formación (1):No es malo ser culón

1

El sol  de las dos de la tarde despertó a Manuel. Casas y mototaxis pasan velozmente ante su ventana del bus. Hace calor. Comienza a transpirar y busca el seguro para que le entre un poco de aire. ¡Mala suerte! Está lejos de él.

-         ¿Llegamos a Piura?- inquiere a un chico a su costado, quien también viene resoplando de agobio, mientras se jala el cuello de la camiseta.
-         Sí. Ya falta poco para el Terminal.

El bus logra imponerse al tráfico, y se detiene ante el portón del gran corralón donde están todos los vehículos para regresar a la sierra, pero Manuel no planea hacerlo hasta que sienta que ha cumplido con una misión, inspirada por el sacerdote del pueblo, el Reverendo Baldomero.

El bus, por fin, se detiene. Toda la gente baja. Manuel ponne sus pies en la tierra empedrada, se arregla su mochila, se abotona bien la camisa, y se dirige a la bodega para recoger la caja forrada en un saquillo de polipropileno. Es para que compartas con los otros reverendos y tus amigos, le dijo su madre.
La caja no es liviana –ya lo había notado al salir de Santo Domingo- más el calor. ¿Era, acaso, su primera penitencia?

Sus recios brazos adolescentes sostienen el paquete mientras se abre paso entre otros viajeros, cargadores, jaladores, taxistas que lo llaman sin cesar… un alboroto completo.

¿Dónde estará el Reverendo Roberto? Lo recordaba vagamente de cuando fue a hacer el retiro vocacional a su pueblo. Además, todo el tiempo estuvo encasacado. De lo que sí estaba seguro era de su tez bronceada, su cabello corto algo crespo (y no muy abundante), de su metro 78 de estatura; pero el resto se lo tapó el frío.
Desorientado, el chico de casi un metro 70, ojos marrones claros, cabello castaño, blanco de rostro y mejillas sonrosadas, ingresa por una de las puertas de la construcción de un piso, donde el tumulto es similar al del exterior; y la bulla, ni siquiera escuchada en las fiestas más ruidosas del pueblo.
Mira a un lado, al otro. ¿Dónde estará el Reverendo Roberto? Si no ha llegado, ¿cómo irá a la Casa de Formación del Buen Camino, donde debe desarrollar su vena vocacional? Le dijeron que era una vía llena de penitencias; mientras sus otros dos amigos desistían, él sentía ‘el llamado’. ¿Ésta era esa prueba? ¿y, si se había equivocado? En media hora salía el último bus a Santo Domingo, y podía comprar el pasaje de regreso. Pero, ¿volver derrotado era su opción?

De pronto se para frente a un teléfono público, lo mira unos segundos. Sin embargo, ¿cuál es el número de la Casa? Todas las comunicaciones para su llegada fueron coordinadas por los Reverendos Roberto y Baldomero… la gente lo topa al pasar, y eso es inevitable debido a su robusta complexión. Nadie acertaría a que acaba de cumplir los diecisiete. Recuerda las historias de los ladrones del Terminal, y aferra la caja con más fuerza, mientras una vena se le marca en la sudorosa frente. Siente una mano en el hombro izquierdo, pero no ve a nadie.

-         ¡Manuel! ¡bienvenido!

Da media vuelta, esta vez sudando frío. Vuelve a respirar cuando reconoce el rostro del Reverendo Roberto, vestido con una camiseta, pantalón de mezclilla, ni gordo, ni flaco: esbelto y de una amplia sonrisa.

-         Dame esa caja. El carro está aquí afuera. ¡Ven!

Manuel lo sigue, intentando evadir a las personas que ingresan por otra puerta estrecha.
No caminan mucho. El reverendo pone la caja sobre el cofre de un viejo Nissan azul de cuatro puertas, mientras busca la llave en su bolsillo.
En ese instante, un chiquillo con ropas cortas sucias se les acerca. Trae un trapo en la mano. El sentido de alerta de Manuel se activa, y se coloca junto al paquete.
-         ¿Ya se va?- dice el mozuelo al religioso.
-         Sí. ¿Lo limpiaste?- replica el Reverendo mientras abre la puerta.
El niño, casi adolescente, afirma con la cabeza, y el afable hombre de fe (así les dicen) le da un sol. Ambos se agradecen.
Entonces, sin perder su sonrisa, el relajado ocasional conductor se voltea hacia Manuel.
-         Sube, yo acomodo la caja en el asiento de atrás. ¿Qué tiene?
-         Quesos, quesillo, dulces, frutas.- Al fin, Manuel puede respirar tranquilo mientras se instala en el asiento del copiloto.
-         Comeremos rico – replica el Reverendo Roberto, sin dejar de sonreír. –Ponte el cinturón.-
Manuel no sabe qué hacer. Vuelve a sudar frío. Su correa esta puesta entre los pasadores de su pantalón. El Reverendo se ríe, y alarga su torneado brazo para jalar la hebilla del cinturón de seguridad, mientras le muestra cómo abrocharlo y desabrocharlo. Manuel se sonroja, y es imposible disimularlo.
-         Esto evitará que te hagas daño si nos accidentamos.
-          ¿Nos accidentaremos?
-          ¡No, para nada…! Es simple precaución. Yo manejo bien, pero, a veces, el resto no.
¿Quizás esta sería la penitencia?

Salen del Terminal y se van por las venas de asfalto de Castilla, cruzan el casi inexistente río, luchan contra el tráfico de la Avenida Sánchez Cerro, y doblan por una suerte de laberintourbano hasta llegar a un parque de algarrobos frondosos, jardines cuidados, casas de cercos altos que no dejan ver las fachadas. Este sitio es tranquilo. Nada que ver con el Terminal, donde Manuel estuvo a punto de dar media vuelta.
El Reverendo Roberto detiene el auto frente a un portón de madera y toca la bocina tres veces. Tiii, tiii, tiiii. Al abrirse, un chico de melena a la nuca, rostro recio, amplios hombros, pecho y brazos, vistiendo un bibidí blanco, les da la bienvenida.
Bajan del vehículo, ya a salvo en la cochera techada de la casa.
-         él es  Jorge. Nos apoya acá… él es Manuel, viene de Santo Domingo.
-         Qué tal. Cómo estás.
Manuel y Jorge, quien apenas sonríe, se estrechan la mano.

Este ‘pata’ es tan alto como el Reverendo Roberto, pero con cabello negro (lacio y abundante), ojos de igual color, barba de un día, y músculos bronceados y voluminosos que salen por la breve prenda superior y un short negro que marcan un paquete abultado, un gran culo y gruesas piernas, algo rarísimo para el recién llegado. El cuerpo está tapizado de finos vellos brillantes… hasta donde se podía ver.

-         Vamos para que te instales-, continuó el religioso.

-         Mientras lo sigue a retaguardia, entran por una ampia cocina con una mesa y varias sillas plegables. El espacio tiene las paredes blancas con cortinas de igual color, que le dan una iluminación fresca.  (La cocina de su casa está apiñada en la cuarta parte, o quizá menos.)
Ingresann a la sala, de hermosos modulares rojizos contra un fondo naranja pastel en las paredes, iluminadas naturalmente por otra amplia ventana de cortinas blancas que se descuelgan desde el techo del mismo color , donde está  una estilizada araña muy contemporánea. Aquí hay otro comedor, mucho más fino, y un armario al fondo donde Manuel ve platos de diferentes tamaños.

¿Éste es el mundo de penitencia… o la penitencia será ver este lugar por primera vez y no regresar jamás?

Casi se estrella contra el marco de la puerta, cuando la luz le advierte que están saliendo a un patio techado por la mitad, con un lindo jardín de fondo. En una esquina, hay una extraña máquina con poleas y cuerdas, y algo que parece servir para sentarse, además, de barras y discos de metal de diferentes diámetros, eso sí, todos gruesos.

¿O será ésa?

Manuel camina distraído, tanto, que no se da cuenta que termina chocando con el Reverendo, por detrás. El remezón con la espalda y los glúteos firmes lo despierta.
-         Ten cuidado con esta escalera.
-         Perdone.
-         Descuida. Mira los escalones.
Con la mano izquierda sujetando el tirante de su mochila, emplea la otra para agarrar el pasamanos y verificar que sus pies pisan cada grada mientras hace una trayectoria de espiral.
En algún momento,, levanta la mirada, y el primer plano lo ocupan las nalgas, ni pronunciadas pero tampoco insignificantes del hombre de unos 27 años, que le antecede.
Y pensar que en Santo Domingo, los chicos de la promoción le pusieron Culón; pero, comparándose, está por ahí. Y no es el único.

Llegan al final, donde  hay un patio más pequeño y tres puertas que salen hacia él. Van a la del fondo.

Al abrir, un muchacho desnudo, de cuerpo digno de escultura de Miguel ángel, termina de secarse con una toalla, y busca rápidamente algo con qué taparse.
-         Disculpe. No escuché que llegaban.
-         No. Discúlpame a mi por no tocar, pero vengo con peso-, contesta el Reverendo, a quien la voz se le ha atascado un poco.
Manuel se quedó sorprendido no sólo del físico del chico, sino de que tampoco tuviera un trasero imperceptible.
-Yo soy Jonathan. Pero me puede decir John,- dice el efebo, quien se vuelve a poner la toalla, y ayuda a Roberto a colocar la caja sobre la otra cama.
- Gracias. Él es Manuel. Viene de Santo Domingo-, intenta continuar el anfitrión.
Jonathan se abre paso y se acerca a Manuel. Tiene el cabello oscuro y húmedo, es mestizo, ojos negros con largas pestañas, rostro agradable, dentadura perfecta, por lo que su sonrisa se torna seductora. Lo dicho: el cuerpo era digno de escultura renacentista, marcado, con el correcto canon y volumen, sin vellos. Ttoma la mano de Manuel y la agita.
- Mucho gusto. Espero que seamos buenos amigos.

(CONTINUARÁ...)

©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia.

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