El Aeropuerto Guillermo Concha está ante la ventanilla. La gente forma una larga fila al interior del avión, mientras la sobrecargo acciona la manilla. Han pasado cinco minutos desde que el personal de tierra pudo colocar la escalera. Todo el mundo está impaciente por bajar.
El Reverendo Rafael también está ansioso, pero prefiere esperar en su asiento a que la cola fluya y le dé espacio para terminar de plantar los pies en tierra, luego de un viaje lleno de turbulencia.
En la propia puerta lo asaltan el sol y el calor. Ya se lo había comentado el Reverendo Alexander. Menos mal que vino con una camisa delgada, igual los pantalones… ah, y sandalias.
Retira su maleta y en la salida, se le abalanzan los taxistas.
- A Máncora, mister.
- Talara, mister.
¿Le dicen mister por su tez blanca? Se sonríe, pensando que, como cualquier peruano convencional cederá a una tentación para la que no hay contrición que valga: un cebiche mixto.
Al fin, pone las ruedas de su maleta en el piso y comienza a rodarla fuera del estacionamiento. El Reverendo Alexander ya le había aconsejado que afuera podría conseguir taxi por la mitad de lo que su ‘comité de bienvenida’ le pide; sin embargo, sigue siendo caro. Empieza a sudar.
Traspasando la garita de peaje, las ofertas de transporte se dan en iguales términos.
- taxi, mister.
Un hombre más o menos gordito, con rostro amigable, le llama la atención.
- Zinco soles a Los Valles, detrás del Colegio San Miguel.
El taxista se sorprende. ¡Para nada el blanquiñoso tiene acento anglo, pero tampoco tiene pinta de surfer.
- Seis.
- Mejor no.
- Ya, suba
- ¿qué parte de Los Valles?
- - El parque.
- El vehículo arranca.
- -¿Ya ha estado aquí?
- - He vivido unos meses.
- - Ah… ya conoce.
- El Reverendo baja la luna de la ventana, y, de reojo, mira al taxista por el retrovisor.
- Hace calor.
- Verano, pues. En cualquier momento llueve y las pistas están hechas una mierda.
- ¿Tanto así?
- Imagine que el año pasado, el Gobierno Regional perdió diez millones de soles para obras de prevención. Simplemente a los funcionarios no les dio la puta gana, armar los expedientes técnicos.
- ¿Eso salió en la prensa?
- No. Yo lo sé. Yo trabajaba ahí.
- ¿Y qué pasó?
- No tengo carnet, p’e.
Los cinco kilómetros son una actualización de la realidad piurana, hasta que llegan al portón. El Reverendo paga al taxista, quien se apresura a abrir la maletera y bajar la valija.
- Gracias. Muy amable.
- Cuando quiera. Aquí está mi tarjeta. – El conductor le da una cartulina impresa: “Antonio Sxxx. Su taxi de confianza. Cel 969xxxxxx. 24 horas. English too”.
- El sudoroso pasajero coloca la tarjeta en el bolsillo de su camisa, y le da la mano.
- - Gracias Antonio. Muy amable.
- Hago tours también, por si le interese.
- Lo tendré en cuenta. – se termina de despedir.
Tras tocar el timbre, el musculoso Javier sale a recibirlo. Rafael duda.
- Perdone. Busco al Reverendo Alexander.
- ¡Ah, Alex! Usted debe ser el… ¿Reverendo Rafael?
Sí. Ambos no creen lo que veen. Un amo de llaves más tirado a un instructor de gimnasio de barrio, y un formador que parece tener la misma edad de los formandos.
Cuando el Reverendo Rafael pasa a la sala, su colega, Roberto, viene a su encuentro. Está algo turbado.
- Bienvenido. El Reverendo Alexander vendrá pronto. Fue a hacer unas gestiones.
- ¿Ya llegaron los chicos?
- Dos. Esperamos a los otros dos para las cuatro de la tarde.
El reloj de la sala marca veinte minutos para la hora.
La habitación que ocupará el formador queda en el segundo piso. Pero no estará solo.
En el dormitorio hay dos camas, un escritorio con papeles y una lap-top encima y su silla con rueditas. Detrás, la ventana con las mismas cortinas blancas de toda la casa. Parece una doble en un hostal de tres estrellas.
- Aquí está el baño. Seguro que quieres ducharte. El closet es amplio, así que puedes ocupar todo este vacío. Compartiremos el cuarto… si no te molesta.
El teléfono suena abajo y Roberto sale de inmediato.
No hay decoración –ni piadosa siquiera- sobre las paredes blancas. Rafael se sienta sobre la cama mejor tendida, y, mientras se desabotona la camisa, se percata que tiene un gran espejo en la pared del frente, debajo del que hay una cómoda ocupada por literatura, enciclopedias, devocionarios… ¿libros de fotografía? Bueno, la gente debe tener sus aficiones, ¿no? La Suya es cantar. Ojalá haya una guitarra.
Cuando Roberto regresa, Rafael está desnudo: tiene el cuerpo con los músculos fibrosos, como futbolista, delgado, abdominales marcados… no es atlético como el chico que vio antes en el dormitorio de la azotea, pero no deja de ser agradable a la vista. Su pene flácido, incircunciso y largo, descansa sobre dos grandes testículos que cuelgan, rodeados de una abundante mata de vello púbico castaño como su cabello crespo. El resto del cuerpo es tan blanco como su rostro (con ocasionales y diminutas pecas), con ojos marrones claros, labios pequeños y rosados. El recién llegado no se inmuta ante la súbita entrada de su compañero, porque tampoco le molesta compartir el espacio.
- Sí que hace calor en Piura – sonríe Rafael.
Agarra su toalla, se pone sus sandalias, y da media vuelta. Su espalda no llama la atención, aunque forma un conjunto armónico con sus nalgas firmes y abultaditas.
Todo pasa en segundos.
El Reverendo Roberto siente que su bragueta empieza a hacerse estrecha de nuevo para una reacción que, minutos antes, tampoco pudo contener, aunque su ropa lo disimula muy bien; pero, es evidente que la humedad que se forma allí adentro lo. incomoda.(CONTINUARÁ...)
©2012 Hunks of piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia.
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