domingo, 17 de octubre de 2021

El retorno al sitio prohibido del abuelo

Modelo: Luángel.
Fotos: Firdusi.


La gente piensa que la Especialidad de Historia es aburrida. Se equivocan. Puede ser más interesante de lo que sospechan, especialmente cuando hay verdades históricas que nos ocultan por falsa moral, para que no se nos derrumbe la imagen casi santificada de los primeros pobladores y esas cosas. Pero yo aprendí que ni los héroes eran tan santos ni los enemigos eran tan siniestros.


La cosa es que durante las clases virtuales, mi profe nos dejó realizar una monografía sobre algún hecho, personaje o sitio histórico. Mis compañeros optaron por trabajos que pueden hacer consultando Google o en los libros de la casa. Eso no está mal. Yo decidí hacer algo más osado.


Recuerdo que cuando era niño y pasaba vacaciones con el abuelo en el campo, me contaba historias de grandes guerreros, conquistadores. Ya saben, esas cosas que a uno lo hacen alucinar y poner rostro de sorpresa. Pero una tarde, uno de mis primos me dijo algo que despertó mi curiosidad: “Te voy a mostrar el sitio prohibido del abuelo”.


Yo tenía 14 o 15, mi primo sí 16 o 17. Como supondrán, a su sola mención, aluciné. ¿qué era eso del sitio prohibido del abuelo? 
“eso sí”, me dijo. “Le dices a tu vieja que nos vamos a deslizar en las dunas, ni por broma le digas nada del sitio prohibido”.
Acepté.


Al día siguiente, muy temprano comenzamos la caminata. Como hora y media avanzando por un camino de tierra. A pesar que lo atormentaba con preguntas, mi primo no me soltó más datos sobre el lugar. 
“Va a gustarte”, me repetía. 
Vestíamos ropa de deportes. Subimos una lomita y llegamos a una especie de pampita donde habían varias piedras, algunas paradas y medio raras. 
“son pingas”, me dijo mi primo. 
Yo pensé que me estaba hueveando, pero al acercarme mejor y examinarlas, pues sí: parecían pingas.
“Aquí los antiguos hacían una ceremonia secreta”, me explicó mi primo, “una orgía entre patas”. 
¿Cómo mierda podía ser posible eso? 
“Así iniciaban a los guerreros del ejército de los gentiles”, siguió contándome mi primo. 
“¿Y cómo era esa ceremonia?”, le pregunté notando que cierta euforia se apoderaba de su rostro, y viendo cómo el bulto en su short crecía mas y más. 
 “Pero… esa ceremonia solo es para elegidos”, me sonrió.
“¿Yo no lo soy?”, lo reté.
“No sé”, me replicó.
“entonces, ¿por qué me trajiste?”, le insistí.
“Para continuar la tradición”.
“¿qué tradición hablas?”


Me llevó hacia una parte de la explanada donde habían más piedras y se quitó toda la ropa. Estaba calato. Su pinga se puso al palo casi al toque. 
“Calatéate”, me dijo. 
No sé por qué, comencé a sentir una sensación extraña. No cuestioné. Me desnudé por completo. 
“Ven, guerrerito”, me dijo. Me le acerqué. Me tomó de los hombros y me empujó hacia el suelo, buscando que me arrodille. Mi boca quedó frente a su pinga que estaba lubricando como mierda. 
“Chúpamela, guerrerito”, me pidió. Se trataba de un pene grueso y cabezón, todo recto, unos 16 cm. Ni siquiera lo pensé. Comencé a mamárselo. Mi primo gemía.



Tras chupársela por buen rato, me hizo ponerme en perrito, se arrodilló detrás de mí, me acarició las nalgas, me las abrió. Me hizo el beso negro. Ya se podrán imaginar cómo mi cuerpo adolescente vibró, se electrizó, gozó. A continuación, puso su pinga en la entrada de mi ano y comenzó a empujar, metiéndolo. Sentí un poco de dolor al inicio, pero como estaba bien lubricado, entró como las huevas. 


Me bombeó por largo rato,yo disfruté. Tras varios minutos, él gruñó y yo sentí su miembro palpitar en mi recto. 
“Las di, guerrerito”, dijo. 
Fue la primera vez que me preñaban el culo.


Regresamos a casa, pero antes pasamos por las dunas donde nos revolcamos para que nadie sospechara. Obviamente ni loco se lo conté a nadie más, pero me quedó la curiosidad por el sitio prohibido. Averigüé todo lo que pude, pero no encontré información. Quizás por eso opté por esa carrera. En cierto modo supuse que al ingresar a la universidad, tendría acceso a más información pero nada.


Antes de la cuarentena conocí a un pata en la playa con quien nos hicimos amigos. Eventualmente terminamos tirando una noche de copas, una noche loca. Como su familia tenía casa de playa y ese fin de semana estaba solo, aprovechamos y terminamos haciendo todas las poses. Resulta que el pata es estudiante de Arqueología. Esa noche, después de disfrutar sus 17 cm en mi anito, y con menos borrachera, nos pusimos a hablar sobre historia, los documentos secretos, las crónicas españolas, cómo muchos caciques indígenas fueron quemados vivos por consentir la sodomía homosexual ritual, y me acordé del sitio prohibido. Le desperté la curiosidad.


Quedamos que regresaría en dos semanas para visitar la zona y registrarla, pero justo comenzó la cuarentena. Cagada la cosa. De todos modos, nos mantuvimos en contacto hasta que el gobierno dijo que se abrían las carreteras. Contra el consejo de su familia, se vino para el norte, y sin avisar a nadie más, hicimos la excursión. Pasé la voz a mi primo pero no se animaba. Él ahora tiene 21 y ya se acompañó, encima tiene un bebito. Pero me dio indicaciones para llegar.


Caminamos entre la arena y llegamos. Ahí estaban las piedras. “Rituales de fertilidad”, dijo de inmediato mi amigo. Una energía inusual se apoderó de mi cuerpo, como si algo me llamara. “Ven”, le dije. Él estaba tomando fotos a las piedras y sacando su GPS para hacer registro, y lo dejó todo por seguirme.
Lo llevé donde mi primo me llevó, y le dije que hiciese lo mismo que yo. Me quedé calato. Él hizo lo mismo. Su cuerpo delgado pero fibrado lucía rico. Su pinga ya estaba al palo. Tomó su cámara y me hizo una sesión de fotos que aquí se las comparto. Cachamos allí en medio de fantasmas, viento, arena y recuerdos. Me la metió por el culo. Se vino tres veces seguidas. Me había dejado tanto semen dentro que, cuando me puse de pie, se me escurrió por las piernas. Inexplicablemente, él se arrodilló y me lo limpió lamiéndome el cuerpo. Regresamos. Lástima que se nos olvidó fotografiar cómo me metía su pinga.


Todavía quedan muchos cabos sueltos en mi monografía. Por ejemplo: si mi abuelo izo la ceremonia alguna vez, cómo mis tíos se llegaron a enterar, quién de ellos se lo contó a mi primo. Y lo más fascinante: cómo fue antes de mi abuelo. Por supuesto, la cosa es cómo plantearé mi monografía para que mi profe no se dé cuenta cuál es el enigma del lugar, pero ya me las ingeniaré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario