sábado, 16 de octubre de 2021

La hermandad de la luna 6.8

Las noches del domingo en el G4G no son ttan concurridas como las de la víspera, pero tampoco hay mucho espacio libre. Saúl entra al gran salón y mira satisfecho que, a pesar de los últimos y raros acontecimientos, la clientela no ha mermado.

“Hola, Tony”, le topan el hombro.

Saúl gira y se encuentra con el rostro sonriente de un tipo alto como él, ojos claros, cabello crespo corto y con grandes entradas, camiseta pegada que dibuja una trabajada musculatura.

“¡Joey! ¿Pero que´significa esto?”

Ambos ingresan al saloncito privado. Saúl enciende la lámpara en una mesa.

“¿qué les pasa que, de pronto, decidieron incumplir el trato?”, reclama el anfitrión.

“No es por molestarte”.

“Lo mismo me dijo Édgar anoche, y todo terminó con Chris nuevamente colapsado en el hospital”.

“Sí, me contaron”.

“¿Qué se traen entre manos? Primero, Chris regresa, luego trae a Manolo; ahora ustedes”.

“¿Por qué dejaste que Christian regresara?”

“¿Acaso no lo sabes? Casi me hace un escándalo. Le dije que me reservaba el derecho de admisión, y me mandó una carta notarial diciendo que si le negaba el acceso, me denunciaría aplicando el artículo no sé cuantitos del código no sé cuantote. No niego que paga su cuenta, pero jode”.

“Te entiendo, y créeme que yo mismo no quiero estar aquí, pero es Christian precisamente lo que me trae. ¿Dices que solía venir con Manolo?”

“Casi semanalmente, incluso la noche en que supuestamente lo asesinaron”.

“¿A qué te refieres con supuestamente?”

“Es un decir.

“¿Viste si había algo raro entre ellos esa noche?”

“Ay, Joey. No creerás que Chris es el asesino. Ese muchacho podrá ser todo lo antipático que quieras, pero asesino, no. Incluso esa noche estaban con arrumacos y besitos, y casi cachan en el privado. Si me preguntas por un sospechoso, podría hasta ser yo, y ganas no me faltan por lo que ya sabes; pero Chris, no”.

El otro hombre mete la mano a su bolsillo (con cierta dificultad) y saca la bolsita plástica.

“Éstos son los condones que hay en la máquina del baño, ¿cierto?”

Saúl toma la bolsa y la examina.

“¿Quién le puso ese papel con el nombre de acá?”

“No lo sé”.

“Sí, es la marca que hay en el dispensador; pero, ¿cómo sé que son los de esa máquina?”

El hombre solo sonríe al darse cuenta que el uso de la prueba no prueba nada, y decide llevar el cuestionario por donde comenzó:

“Supe que Christian vino después de que encontraran a Manolo muerto. Se desvaneció, ¿cierto?”

“Sí, estaba con un venezolano que se hizo humo, igual como el negro del sábado que apareció como fantasma y se fue lo mismo”.

El hombre se extraña.

“¿qué venezolano?”

“Ay, no sé, Joey. ¡Ah! ¡Sí! Edú

El hombre se queda perplejo.

Mira un video. 

En la salita de espera, en el laboratorio de análisis clínicos, Juan García se reúne con otro sujeto alto y muy atlético, ojos claros, cabello corto crespo y negro, iluminados únicamente con el haz de luz que entra desde la sala donde se realizan las diferentes pruebas.

“Sí, Édgar, sí estoy enterado del caso, pero no puedo hacer nada porque no tengo jurisdicción: mientras la investigación se desarrolle en La Santita, no hay mucho que hacer; a menos que la Junta de Fiscales lo derive acá a Collique. Y aunque ello pasara, la probabilidad de que llegara a mi despacho es remota porque todo depende de que me lo asignen o no. Y hay un asunto más grave aún: fui amigo de Manolo, así que no sería ético que yo investigue ese caso como fiscal; ¡me recusarían en primera!”.

El otro hombre se desilusiona.

“¿Tampoco se puede saber qué fiscal tiene el caso en La Santita?”

“¡Ah! Eso es sencillo, hasta creo que me lo sé de memoria: la doctora Dolores Salvavera”.

“Podemos hablar con ella, ¿no?”

“No, Édgar. No se puede hacer eso a menos que seas una de las partes en el proceso, y tú no lo eres”.

“Pero yo fui su empleado”.

“A lo mejor te llamarán como testigo, pero eso no significa que seas o la parte agraviada o la parte agraviante: solo ellas tienen acceso a la carpeta fiscal”.

“La justicia es una vaina, Juan”.

“La justicia, querido Édgar, tiene plazos, partes y reglas, y todo eso se llama Leyes. Escúchame: yo no puedo intervenir abiertamente en ese proceso porque me sancionarían, pero sí puedo orientarte como profesional en Derecho, de manera extraoficial, obviamente”.

“¿Y cómo te lo pagaría? Eso cuesta”.

Juan extiende su mano a la entrepierna del hombre:

“Tú sabes cómo me doy por pagado”.

Alvin Saldívar sale del salón de análisis. Ya no tiene su bata blanca; solo una camiseta y una pantaloneta manga larga sintética ceñidas y zapatillas. El chico también tiene un cuerpo atlético: brazos formados, torso bien esculpido, nalgas redondas, piernas con cierto volumen.

“Disculpen, ¿demorarán aún?”

“Estamos negociando los términos”, responde el fiscal aún con la mano en la entrepierna del otro hombre.

Alvin sonríe. Súbitamente suena un celular. El hombre atlético recién llegado saca el suyo y contesta.

“Habla”.

“¿Terminaste con el fiscal?”, le dicen por el auricular.

“Más o menos. ¿Tú?”

“Sí, ya. ¿Tienes ganas de un trío?”

El hombre mira a Juan:

“¿Podrá ser cuarteto?, dice al teléfono.

Espera unos segundos. Alvin carraspea y comienza a sobarse la entrepierna. El hombre sentado sonríe.

“Mas bien quinteto”, dice al teléfono.

Espera otro poco de segundos.

“Ya, vengan”, le responden.

  

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