miércoles, 19 de septiembre de 2012

Casa De-Formación (11): "Ángel" de la guarda

Hunks of Piura

La pantalla de la lap-top está limpia, pero Rafael siente que su conciencia no.

Alexander se sienta en la cama de Roberto, en silencio.

El formador entiende que la mejor manera de liberar tensiones es contándolo todo, sin ahorrarse detalles: cómo terminó consintiendo el video aunque le llegó involuntariamente, la ‘mordida de perro’ del bóxer de Roberto, el hilo dental de Pedro, el complejo que se había formado por ser dotado.

-          No creo que sea la persona correcta para guiar a tus chicos.

-           ¿En serio lo crees?

-           Sí… creo.

Alexander se calla por un instante; aunque no tan largo.

-          Cuando yo tenía doce años, me impresionaron dos cosas: Elvis y las Olimpiadas de Seúl. Teníamos un vecino policía, soltero, que trajo la música del Rey. Jamás había escuchado algo igual. Él terminó por enseñarme todas sus canciones, al punto de enamorarme de ellas. Pero fue un amor compartido. Cuando vi las competencias de gimnasia en la televisión me quedaba con la boca abierta. ¿Sabes lo que se siente ver a esos chicos y esas chicas, haciendo piruetas, con esa elasticidad, esa fuerza… esa belleza. Fui y le conté a mi profe de Educación Física. Me mandó al estadio de Sullana, tempranito a las seis, para ver si podía entrenar. Como yo estudiaba de tarde, ¡normal! Madrugaba, iba, desayunaba, hacía mis tareas, iba a clases, y cuando salía, me metía donde Eduardo -ése era el nombre del policía- para disfrutar a Elvis. Cenaba y me acostaba temprano para repetir la rutina. ¡Tanto fue mi entusiasmo que llegué a volverme experto en gimnasia! Lástima que no hubiera una cámara; pero, aún así, el colegio hizo que lo representara en las competencias. Siempre quedaba en los primeros lugares. Cuando pasaron las de Barcelona, no me perdí ninguna competencia de gimnasia, y me prometí: “Tú irás a Atlanta”… Pero, acabó el colegio, y me estrellé contra mi realidad. Aunque mi profe y el director le rogaron a mi vieja que me mandara a la universidad, ella no quiso, que no tenía plata… y era verdad. Mi viejo se cachueleaba en lo que fuera; mi vieja, también, a veces. Encima, ese año cambiaron a Eduardo, y me quedé sin Elvis. Pero, teníala gimnasia, así que seguí yendo al estadio… y comencé a trabajar, como mi viejo, en lo que saliera. Me hice una nueva promesa: “ahorraré y me compraré la colección de Elvis”. Como en esa época comenzaban a circular los compactos, sabía que iba a hacer una buena inversión. Era bien raro que llegara un compacto a Sullana o a Piura. Cassettes nada más. Pero, no renuncié. Volví a estrellarme: conforme aportaba plata, se iba, y a veces me quedaba sin un cobre en el bolsillo. Se venía la Navidad del’93. Una vez, en el estadio, un pata que sólo me saludaba, me hizo la conversa. Me habló de que podía conseguir buena plata extra. Yo dije: ya pues. ¡Ja! El “trabajo” consistía en meternos a una casa para robar. Lo que querían era que usara mi habilidad como gimnasta para saltar el muro, y abrir la puerta desde dentro, cosa que así nadie se daba cuenta. No sé en qué estaba pensando… Acepté. Cuando estaban acabando, oímos ruido al costado. Salimos coheteados. Pero, estos pendejos dejaron atrás a uno de sus compañeros. Como yo tenía que cerrar por dentro, cuando estaba sobre el muro, me di cuenta, y retrocedí para ayudarlo. El huevón era pesado. ¡Ni cagando iba a saltar! Le tuve que abrir la puerta, despacito, despacito. Cuando pensé que lo había logrado, ¡pum! Nos cae la tombería. Fue de sorpresa. Nos llevaron a la Comisaría. Cuando se dieron cuenta que era menor de edad, no me tocaron, porque al otro pata le sacaron su mierda. Dos días después: titular en páginas policiales. Alucina que cuando gané mis medallas no publicaron ni mierda, y ahora era la vergüenza de mi casa. Me llevaron al Hogar Miguel Grau, que es como el Maranguita de Piura. ¡Puro chibolo maleado! Me recagaba de miedo. Un día, uno de los cuidadores me llamó. “¡Inspección! ¡Calatéate!” ¡Mierda! ¿Qué pasaba aquí? Se me acercó al oído y me dijo: “Si me haces caso, nadie te tocará un pelo”. Me quité la ropa, y me comenzó a manosear. Fue la primera vez que tuve relaciones… y que aprendí a usar un condón… De ahí, siempre me buscaba para darme comida extra, o hacerme dormir en otro ambiente más seguro. A cambio, me lo debía montar. En ese momento no tuve más opciones, y la cosa se repetía casi todos los días. Cuando cumplí dieciocho, me pasaron a Castilla. Mi vieja me visitaba; mi viejo no me quería ver ni en pintura. Habían unos patas que llegaban a orar con los presos. Me invitaron. Los mandé a rodar: “Esas huevadas no sirven”, decía. Me acuerdo que el pastor de ese grupo me dijo algo así como que si Dios sabía que era inocente, no me abandonaría. No le creí y me reí en su cara. En mi celda había un pata que también estaba esperando proceso, pero a él lo visitaba un abogado de una ONG. Una vez, conversó conmigo, le conté mi roche. No me dijo nada. El día que llegó su abogado, me llamaron también a mi. Fue el primer trato humano desde mi época de escuela. Me dijo que vería mi caso, que no se había seguido el debido proceso –claro que en esa época no sabía qué quería decir eso. Un mes después (todavía me acuerdo), el pata quedó en libertad. Estaba arreglando sus cosas y me dijo: “Vas a ver que en un mes más, iremos a entrenar juntos al seminario y Jaime”. ¿Sabías que lo primero que un preso aprende a perder en la cárcel es la fe? Pues, no fui la excepción… cinco semanas después, el guardia vino y me dijo: “Miranda, te salió tu hábeas corpus. ¡Provecho!” En la oficina de la ONG, estaba el pata. Me abrazó y me dijo: “¡Ya ves? ¿Qué te dije? Mañana iremos al Seminario y Jaime”. El abogado nos consiguió un trabajito temporal, y comparecencia restringida… Un día, cuando él y yo conversábamos, le dije: “No sé qué hice para merecerme toda esta vida de mierda”… ¿Sabes qué me dijo?... ¡Rafael! ¿Sabes qué me dijo?

-           ¿Qué?

-           Me dijo: “usaste el mejor talento positivo que tienes, de la forma más negativa posible”. Me dejó mudo… me dejó mudo… me dejó mudo…

-           A todos nos pasa eso en algún momento ¿no?

-           Sí. Pero no de la manera tan cojuda como yo. Entonces recordé mis sueños, y cuando llegó esa nueva Navidad, fue directo: “¿qué regalo quieres?”… “¡Quiero estudiar!” se rió, y ese verano estaba postulando al Pedagógico de Piura. Entré, y me prometí que usaría mi carrera para evitar que tanto chibolo corriera la misma suerte que yo.

-           Diste un giro de ciento ochenta grados.

-           Y resulta que ese abogado pertenecía a la Iglesia del Buen Camino, y todos los veranos, con ayuda de ellos, organizamos escuelas deportivas. Ah, y, como es deportista, me jalé al pata que conocí en la cárcel…

-           Y que, si no me equivoco, influyó en tu liberación.

-           ¡Bingo!Luego descubrí mi vocación, me metí a los Círculos del Buen Camino… y… el resto es historia… veintitrés años después… desde Seúl.

-           Ahora entiendo lo de la misión… pero… ¿y lo de la erección?

-           ¿Has leído las Constituciones?

-           Bueno, dice que está prohibido el contacto carnal con hombres o mujeres, de parte de los consagrados.

-           Correcto. Pero… no dice nada sobre tu mano, ¿o sí?

-           ¿Mi mano? ¿Te refieres a…?

-           ¡somos varones, Rafael! El pene se nos parará siempre, incluso cuando no lo deseemos. Y si pasa, por algo estamos aislados de los chicos.

-           Pero, ¿el culo de Pedro, el de Roberto, el video?

-           Mira: uno sólo arma la carpa cuando quiere ir de campamento, ¿no crees?

Rafael sintió una luz al final del túnel.

-          ¡Tienes razón!

-           Son simples escrúpulos.

-           De todos modos, perdóname por lo que viste.

-           Descuida. Ya, si se repite, entonces, tendremos que hablarlo más seriamente.

-           Claro… Gracias Alexander, me hizo bien esta conversación.

Ambos se estrechan la mano.

-          De nada. Siempre cuentan conmigo… ah, y, aquí entre nos, llámame Alex. Sólo a Roberto lo llamo con su nombre completo.

-           OK, Alex… Rafo.

-           ¿Perdón?

-           En casa me dicen Rafo.

-           OK, Rafo. Vamos a jugarle una partida de parchís a los chicos.

-           ¡Vamos!

Ambos salen del dormitorio, pero antes Rafael se detiene en seco.

-          ¿Y qué pasó con el chico que te ayudó a salir de la cárcel? ¿Lo sigues viendo?

-           Claro. Todos los días.

-           ¿Ah sí?

-           Ajá.

-           Entonces son buenos amigos.

-           Casi hermanos, aunque él nunca quiso consagrarse.

-           ¿Y dónde está él?

-           Ahorita en el gimnasio. De aquí viene.

-           ¿Lo podré conocer?

-           ¡Ya lo conoces!

-           ¿En serio? ¿Quién es?

-           Jorge.


 

 

 

Escrito por N-Ass. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares y situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com o deja tu comentario aquí.

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