viernes, 8 de abril de 2022

La hermandad de la luna 10.3

Adán ingresa al gimnasio. Está concurrido, a pesar de todo. Bueno, el turno tarde siempre es más concurrido que el de la mañana y faltan todavía por llegar los de la noche. Se acerca a Owen y lo jala al pasillo de la casa, a puertas cerradas.

“Pablo ya me lo contó todo: ¿por qué no quieres acompañarlo?”

Owen deja la farsa sobre sí mismo:

“Porque la batalla va a jugarse aquí y ustedes me necesitan, Adán”.

“¿Y si te detienen?”

Owen sonríe y se desvanece. Adán gira para saber a dónde se fue. El supuesto fantasma reaparece desnudo justo en la puerta que comunica pasillo con sala, siempre sonriente y luciendo sus brazaletes dorados en ambas muñecas.

“Tú ya conoces mi secreto, Adán. ¿Por qué me subestimas?”

Owen gira hacia la sala y mira a Pablo, quien no termina de dar crédito al prodigio que acaba de ver, y no se refiere al físico del ser teletransportado necesariamente.

“quedan dos horas para que anochezca, pero podrías adelantar tu viaje”.

Una motocicleta suena afuera. Owen vuelve a desvanecerse y Adán entra a la sala, aún perplejo.

“Creo que el negro tiene razón”.

El cuerpo de luchador va a abrir la puerta e ingresa Frank con la motocicleta. El más joven se extraña de ver a Pablo en la sala.

“Es largo de explicar”, se adelanta Adán. “Por ahora lo único que te diré es que necesitamos nos prestes tu caballo de metal”.

Súbitamente, se escuchan varios fierros cayendo en el gimnasio y alguien que grita de dolor. Los tres corren a ver de qué se trata.

Mira un video aquí. 

En la posta médica de Santa Cruz, el capitán Castro despierta luego del descanso que le ordenó el médico. Tiene moretones en ambos lados de la sien y un intenso dolor muscular en la zona abdominal. Aún así se incorpora con cierto esfuerzo hasta sentarse en la camilla. Mira su reloj: seis menos diez de la tarde. Busca su celular, pero no lo encuentra. Ingresa una enfermera a la sala.

“Hola, ¿por casualidad has visto…?”

“¿Sus cosas, capitán? Las tiene uno de sus subordinados afuera. ¿Lo hago pasar?”.

“Si fuese tan amable, por favor”

“Claro, pero no se levante hasta que el médico le dé de alta; reclínese”.

La enfermera sale. Veinte segundos después, Castro mira con asombro y temor a la puerta cómo alguien bien fornido se le acerca hasta prácticamente rozarlo.

“Suspenda o posponga, capitán”, El Carnes le devuelve su celular, su billetera y su arma muy discretamente.

“No puedo; la Fiscalía va a proceder”.

El Carnes se le acerca más.

“El ingeniero dice que suspenda o posponga, o de lo contrario no podrá protegerlo”.

“Pero si todo iba bien”.

“Iba. Prenda su celular que lo llama en unos minutos”.

Un alboroto se oye afuera. El sentido de curiosidad, más que del deber, se activa en el comisario y, a pesar de su dolor, sale al pasillo. Un muchacho en ropa deportiva ingresa en una camilla empujado por dos apresurados técnicos de enfermería, y en su rostro la angustia por una lesión  está más que plasmada. Lo llevan a Tópico. El Carnes también asoma medio cuerpo hacia el pasillo.

“Buenas tardes, caballeros”, dice alguien a sus espaldas con un español masticado.

El comisario y el Carnes giran lentamente y se quedan petrificados: Owen secundado por Adán ocupan casi todo el pasadizo de la posta.

El Carnes, en una desesperada y estúpida reacción, quita el arma a Castro, y éste comienza a forcejear con el matón.

“¡No seas imbécil!”, le grita el policía y lo empuja hacia el cuarto que estaba ocupando, pero el sobresaltado forzudo no quiere soltar la pistola. Adán busca ingresar, pero Owen lo detiene con un solo brazo.

“No”, le pide moviendo la cabeza además. Empuja al cuerpo de luchador hacia el tópico.

“¡Se va el negro!”,se desespera El Carnes. “¡¡Se va, carajo!!”

“¡Suéltala, mierda! ¡¡Suéltala, te digo!!”, arrecia el capitán mientras procura que no alce su brazo.

La enfermera corre para controlar la pugna y… la pistola se dispara. La mujer grita aterrorizada. Owen y Adán salen de Tópico y regresan al cuarto en el que se habían detenido inicialmente. La enfermera está sumamente nerviosa mientras junto a la camilla, los cuerpos de El Carnes y Castro se separan lentamente ya manchados por la sangre.

“¡Pide ayuda!”, urge Adán, pero Owen lo traspasa y entra al cuarto.

El cuerpo de el Carnes se desploma en el suelo; respira agitado. Castro lo mira con terror. El arma se desliza por los enormes muslos del herido. Owen se arrodilla y pone su mano sobre la inserción del protuberante pectoral izquierdo y el hombro de ese lado.

“¿”¿es aquí?”

El Carnes lo mira suplicante, ahogándose.

Owen cierra los ojos y la víctima comienza a respirar con normalidad poco a poco, además que la sensación de dolor y ardor van aminorando. Owen abre los ojos y clava la mirada en El Carnes.

“Gracias”, susurra el matón.

Owen le sonríe.

Entran un par de técnicos de enfermería. El celular del comisario suena insistentemente, pero no puede contestarlo porque está sin sentido sobre el suelo donde aún corre sangre. La posta médica comienza a ser un alboroto.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario