sábado, 9 de abril de 2022

Proyecto Lujuria 7.1: Una mañana al desnudo con un surfista aficionado


Al llegar al condominio donde vive Gibrán, en Jesús María, Evandro destraba las puertas del Yaris, y como un rayo Osmar abre la suya y baja.

“Espera, Os”, le pide.

Alexis también baja y camina hasta la puerta de la calle donde su compañero ya está sacando la llave para entrar. Evandro les da alcance:

“Os, por favor, tenemos que hablar”.

Pero Osmar abre la puerta y se voltea hacia Alexis, muy serio:

“¿Entras o esperas?”

“Avanza, luego entro”.

Osmar camina hacia el edificio, mientras los otros dos chicos se quedan en la puerta de la calle:

“La recontracagaste, Evandro. Esta vez sí la recontracagaste, para… variar”.

“¿Qué necesidad tiene él de bajarse en cualquier lugar a esta hora de la noche, Alex?”

“¿Y quién eres tú para impedírselo? Ya hemos hablado de esto el otro día”

“Lo que me dijiste es que lo estaba haciendo dependiente”.

“Pues, hello, su carrera comenzará a despegar y por mérito propio… bueno, y de su culo”.

Evandro baja la cabeza y mira a un costado:

“Tengo que hablar con él; tengo que disculparme”.

“Evan, mira, lo mejor que podemos hacer a esta hora es irnos a la cama, tranquilizarnos, descansar, esperar a que amanezca, y ya en la mañana analizaremos cómo actuar: deja las cosas como están por ahora”.

“Me sonó a cumbia de desengaño, Alex”.

“Bueno, más tarde le dices que te equivocaste y… ya tú ve qué floro le metes, pero ahora sí reconoce que la cagaste, hermano”.

Evandro suspira. Quizás Alexis tenga razón.

 


Solo unas horas después, el torso desnudo de Osmar se cuelga en varios puestos de diarios y revistas en todo Lima y Callao. Con un titular muy explícito (Su piel al desnudo), las cuatro páginas centrales están dedicadas al actor y modelo que aparece en algunos afiches entre osados y sugerentes a lo largo de la metrópoli y algunas ciudades importantes del resto del país, y en los comerciales de trasnoche a nivel nacional. Además de las fotos de Alejandro Albújar, hay otras de archivo aportadas por el propio Osmar y un par que la propia revista ha incluido de su acervo en las que se ve al talento cuando aún hacía carrera en Venezuela.

Osmar ya había salido a media mañana a comprar no uno, sino cinco ejemplares del diario con la revista adjunta, y cuando pensaba refugiarse todo el día en el gimnasio, la alarma de mensajes de su celular suena. Con cierta molestia toma el aparato y abre el aplicativo: toda esa mañana Evandro no se ha cansado de enviarle cosas como “quiero hablar contigo” o “perdóname, necesitamos hablar” o “por favor, respóndeme”; pero el que acaba de entrar es distinto: “¿ya despertaste?”.

 


En media hora, llega a la esquina de Javier Prado Este y Paseo Parodi, donde lo espera un Alejandro muy deportivo. Al bajar del taxi y reencontrarlo, le sonríe con entusiasmo.

“Pensé que ibas a estar ocupado”, le dice el fotógrafo.

“No, los domingos trato de descansar”.

Ambos comienzan a caminar en dirección a Lince.

“¿Y ya recibiste comentarios por la nota?”

“Algunos mensajes, saludos, cosas en mis redes; creo que hasta el taxista me reconoció”.

“¿Te dijo algo?”

“No, pero tenía una cara muy… sospechosa cuando pagué la carrera”.

Alejandro sonríe:

“Este país de mierda adora ver mujeres calatas pero sigue escandalizándose si ve chicos desnudos, especialmente si son guapos como tú”.

Osmar sonríe y se sonroja.

Ambos llegan a un edificio y suben hasta el quinto piso, donde Alejandro alquila un amplio dormitorio solo ocupado por su cama, una mesa de noche, un armario desarmable, un archivador de metal (“lo compré en las subastas de la Sunat”, explica), un escritorio con una Mac, su silla, un estante con algunos libros y papeles, y un gran espacio libre al lado de la ventana. Osmar camina hasta ella y mira a través de las hojas abiertas de vidrio, por donde se cuela un aire fresco. La vista de Lima que en este punto tiene más edificios con diferentes diseños y colores, le recuerda por un instante a su lejana Caracas, aunque sin las verdes colinas que la rodean.

“Te ves guapísimo con esa luz”, Alejandro no ahorra el piropo.

“Gracias”, sonríe el modelo. “¿Me tomarás una foto aquí?”

“Solo si tú me lo pides”.

Osmar vuelve a sonreír viendo hacia la calle:

“Podríamos pensar en una sesión, pero quizás otro día; hoy quiero disfrutar esto, y me encanta este lugar”.

“El edificio es de la década de los sesenta, por eso los acabados son muy anticuados”, explica Alejandro.

“Lo importante es que lo sientas tu hogar”.

“Trato de hacerlo mi hogar; aquí estoy por trabajo. Mi hogar está en Negritos. Sería bonito que lo conozcas algún día”.

“¿Te sientes solo acaso?”.

Alejandro carraspea y va al archivador. Osmar nota que la expresión de su nuevo amigo ha cambiado.

“Perdona, no quise…”, se justifica.

“Descuida”, sonríe Alejandro. “Te dije que tenía algo especial para ti”.

El fotógrafo saca una caja rectangular blanca,sellada, y se la entrega al actor y modelo. Al abrirla…

“¡Naguará, chamo! ¡Están hermosas!”

Son todas las fotos de la sesión, en impresiones de veinte por treinta centímetros, algunas de ellas duplicadas pero en escala de grises.

“Y si tienes una memoria USB o si tienes espacio en tu Drive, te puedo enviar las versiones digitales”.

“Debe haberte costado caro”.

“No importa. Es mi… regalo de cumpleaños”.

“Ya pasó mi cumpleaños, pero gracias”.

“¿Te provoca hacer algo? No sé. Salir a caminar, conocer algo de Lima que no conozcas, comer algo”.

Osmar sonríe:

“¿Te aburre quedarte aquí encerrado?”

“Suelo ir a la playa a correr o ssimplemente escuchar el mar”.

“¿Y tu tabla?”

“La tuve que vender, pero tengo otra en casa, en Negritos. Cuando voy, a esa le saco la mugre”.

Osmar sonríe:

“Allá en Venezuela hay un sitio llamado Cuyagua, en el Estado Aragua. Cuando grabamos una novela cerca, íbamos los fines de semana. Uno de los actores me quiso enseñar surf, pero terminé tragando más agua que parándome sobre la tabla”.

Ambos ríen.

“La práctica hace al maestro”, asevera Alejandro.

“Es un sitio hermoso, chamo. Hay tortugas, un río…”

“Como El Ñuro, en Piura”.

“¿Está cerca de tu ciudad?”

“Una hora; tres cuartos de hora”.

Osmar repasa las fotos otra vez y se sonríe a sí mismo. Alejandro ha sabido captarlo. Entonces, esa sensación que va más allá de la vanidad, la satisfacción y el placer regresa a su cuerpo.

“Creo que te encantaron, ¿no?”

Osmar sonríe:

“Encantar se queda corto como verbo. No sé, chamo, se nota que tu trabajo fue hecho con cariño, con estilo, con calidad”.

“No te equivocas… en lo del cariño, quiero decir”.

Osmar mira a Alejandro. Guarda las fotos en su caja, las cierra y las deja sobre el escritorio. Se acerca al muchacho, y al ponerse frente a frente, lo abraza muy estrechamente.

“Perdóname, Osmar”.

“¿Por qué tengo que perdonarte, vale? Todo está OK”

“Estoy excitado con todo esto”.

Osmar sonríe de nuevo:

“Yo igual”.

El modelo se separa un poco, lleva sus manos hasta la pretina de la pantaloneta del fotógrafo, la desata, la extiende, mira adentro:

“Es grueso y largo: ahora se explica”.

Alejandro sonríe e imita la acción: mira dentro de la pantaloneta que Osmar se puso esa mañana.

“La tienes como hongo”.

Osmar ríe despacio y se separa un poco. Se desnuda por completo sonriendo como un inocente niño travieso. Alejandro, esperando interpretar la acción correctamente, hace lo mismo, aunque sonriendo encandilado: delgado pero formado, espalda ancha, no musculoso sino fibrado, vientre plano, piernas y pantorrillas como futbolista. Osmar se acerca y lo abraza otra vez, acariciando su espalda y yendo más abajo:

“Cuando te vi ese día en el gimnasio, me preguntaba si era tu jean, pero también tienes un culo grande como el mío”.

“No es cierto”, replica Alejandro, también acariciando las grandes nalgas de Osmar. “Tu culo sí es enorme”.

Los dos vuelven a mirarse de frente, se sonríen, aproximan sus rostros, se besan con ternura.

A continuación, ambos se revuelcan sobre la cama, juntando sus bocas y lenguas, acariciándose, disfrutándose. Alejandro prueba a recorrer con sus besos desde la nuca hasta las nalgas sin obviar la espalda. Cuando llega a los glúteos, los separa y va a la conquista del ano de Osmar. Es cerradito. Al mismo tiempo, toma el pene erecto del actor y lo masturba. Luego se invierten los papeles. Mientras ambos están abrazados y besándose en la boca, casi eyaculan simultáneamente uno en el vientre del otro.

“Me caes muy bien, Alejandro”.

“¿Y tú qué crees? Quisiera que te quedes todo el día aquí”.

“¿No te incomodo?”

“Para nada… Ahora esto sí parece tener calor de hogar”.

Tras bañarse juntos, salen a un sitio bien caleta en Barranco donde almuerzan algo, y Alejandro le presenta a una pareja de actores veteranos que justo pasaban allí el domingo. Tras departir con ellos, regresan al cuarto en Lince, descansan un poco y reviven la faena de la mañana un par de veces más.

  

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