viernes, 22 de abril de 2022

La hermandad de la luna 10.5

En la finca, Elga y Carlos cenan algo ligero.

“entonces, te quedas más tranquila”.

“Puede decirse que sí”.

El celular de la mujer suena. Ella hace un gesto de incomodidad pero contesta.

“Dime, Crhis”.

“Ya compré los pasajes: salimos mañana a mediodía a la capital y por la noche a Miami, luego haremos conexión a Madrid. Alista tu equipaje o dime qué te empaco acá”.

“Pero, Christian. ¿Tan rápido?”

“¡No me contradigas! Mañana te paso viendo”.

“¿Y… la venta?”

“No te preocupes; mañana te paso viendo”.

El abogado corta la llamada y Elga se queda algo pasmada.

“¿Malas noticias?”, averigua el capataz.

“Pésimas”, responde la mujer.

Se escucha el timbre del portón. Carlos abre y entra Tito en su bicicleta.

“¿Crees que sea posible habilitar el cuarto que ocupaba Flor?”

“¿Qué pasó?”, se alarma Carlos.

“¿Dónde está elga?”, replica el gladiador.

El capataz luce desconcertado.

Mira un video aquí. 

Casi hora y media después, la camioneta de Juan se estaciona a un costado de la puerta del AMW. A su lado está Alvin, quien carga su mochila. Ambos bajan e ingresan. Al biólogo le llama la vista las tres fotos que están al fondo del salón, además del cuerpo armonioso de Owen, quien lo saluda sonriendo a la distancia. Adán los recibe y los hace pasar a la sala, donde están Frank y Flor, algo tensos. El cuerpo de luchador entrega  la bolsa plástica a Alvin, quien la guarda en otra más gruesa con cierre hermético de plástico. Introduce todo el contenido en la mochila.

“Si la muestra coincide, el resto será presionar a Cruz Dorada para que nos revele su identidad, y denunciarlo por acoso junto al otro sujeto”, adelanta Juan.

“Luis Alfonso Valdivia Serrano”, recita Adán.

“¿Qué cosa?, se asombra el fiscal.

“El nombre del baleado”.

“¿Cómo lo conseguiste”.

“Tendrías que ser un comando de estirpe para entenderlo”, guiña un ojo el cuerpo de luchador.

“¿Y dices que Owen le paró el sangrado?”, averigua Alvin.

“No sé cómo lo hizo, pero lo hizo”, responde Adán.

Y a propósito de Owen… ¿será que… podemos tomar una clase con él?”, consulta Juan.

Adán y Frank se miran desconcertados.

“Sabemos lo que piensan, pero Juan tiene un plan”, tranquiliza Alvin.

Frank y Adán, y encima Flor, se miran más desconcertados aún.

“¿Trajeron ropa para entrenar?”

Juan y Alvin asienten con la cabeza, sonriendo.

“Pero antes conversemos”, propone el fiscal. “Vamos a pagar por nuestra clase”.

“Y comenzaremos diciendo que de no ser por tu foto, Frank, no tendríamos más que pistas sueltas”, dice Alvin.

“Y no fue lo único bueno que hizo”, añade Flor besándolo en la mejilla.

“Mejor aún”, califica Juan. “Así que hemos pensado lo siguiente…”

Tres cuartos de hora después, un carro de la Policía se estaciona en toda la esquina donde está la casa de Tito; seis efectivos bajan. Adán está en el gimnasio preparándose para cerrar aunque aún hay tres alumnos; en el sofá de la sala, Frank y Flor tienen tiempo para besarse y desnudarse por completo a pesar de la tensión. Tocan la puerta principal.

“No temas”, le dice el enamorado. “Anda al cuarto”.

Flor le hace caso, y cuando está oculta, Frank se asoma a la puerta.

 “Soy el fiscal Leonardo Vargas, de la Fiscalía Distrital Mixta de Santa Cruz, y vengo a detener al ciudadano sudafricano Owen Mgombo”.

Un sujeto con chaleco del Ministerio Público encima de su ropa sport le muestra un papel. Detrás del funcionario hay tres policías.

“Déjenos pasar”, el fiscal exhorta al joven de bello torso que lo atiende.

“¿Me permite su orden, por favor?”, pide Frank respetuosamente.

La luz eléctrica parece oscilar.

 “Te conozco”, le responde Vargas. “Tú no eres abogado ni eres el dueño de esta casa”.

“¿Me permite su orden, por favor?”, insiste Frank más pausadamente. “Tengo derecho a revisarla”.

Uno de los policías saca su celular e intenta llamar. El aparato está muerto.

“Vete a la otra puerta”, le dice a uno de sus compañeros. “Se va a escapar por allá”.

Frank devuelve la orden y abre la puerta protegiéndose tras ella. La luz eléctrica continúa oscilando con levedad.

“Pase, por favor”.

El fiscal y los dos policías ingresan a la sala y lo primero que les sorprende es ver en pelotas al más joven. Uno de ellos lleva una cámara goPro asegurada a la cabeza.

“¿Podría vestirse, por favor?”, pide el hombre con una medalla que consiste en una estrella dorada de seis puntas sujeta al cuello por un listón celeste.

“Así suelo estar en casa”, replica Frank.

“ésta no es tu casa sino la de José Alberto Carrillo”, espeta el fiscal a cargo.

Uno de los policías ingresa a la cocina y luego al baño; el otro abre la habitación de Tito y parece estar revolviendo cosas.

“¿Y esa puerta?”, inquiere impaciente el fiscal

“¿Quiere que se la abra?”, pregunta Frank.

“¡Me respetas, muchacho!”

“¿Y yo qué hice ahora? ¿Se la dejo o no se la dejo abierta?”

Vargas comienza a molestarse.

“Ábrela, so malcriado”.

Frank sonríe y jala la puerta del pasadizo. El fiscal ingresa y se topa con la bicicleta de Adán; avanza hasta la lavandería y no encuentra a nadie.

“¡Abran esta puerta!”, grita al hallar otra que está cerrada por dentro.

Frank, aún totalmente desnudo, va por el pasillo cuando ambos escuchan a Flor dando un grito desgarrador.  El primero da media vuelta.

“¡Tombo so reconchatumadre!”

“Mierda”, masculla el fiscal y va corriendo también.

Cuando llegan al pasadizo de la casa, el policía con la cámara sale pidiendo disculpas, y Frank se le abalanza dándole un puñetazo en la cara.

“¡Me quiso manosear!”, llora a voces Flor desde dentro del dormitorio.

El otro policía intenta que Frank no vuelva a agredirlo, pero el más joven se zafa e ingresa al dormitorio. Flor está desnuda sobre la cama apenas cubierta por una sábana.

“¡Ese policía me quiso manosear! ¡Me quiso manosear!”, grita llorando.

Adán entra de golpe por el pasillo y se queda en la puerta. Frank sale del dormitorio. Los dos tienen encorchetados al fiscal y los dos policías quienes los miran asustados. Por si fuera poco, en la puerta de acceso al gimnasio se suman Juan y Alvin, mientras el tercer alumno rompe el cerco del portón y comienza a alborotar al vecindario.

“Usted no sale de acá, doctor, hasta que ese policía se vaya preso por abusador sexual”, le dice Adán con firmeza y furia, en estricto tono militar.

Juan se adelanta y saca de su short su identificación en alto.

“Ministerio Público. Segunda Fiscalía Provincial Corporativa de Collique. Usted, señor fiscal y estos dos efectivos se van detenidos mientras se aclara este altercado”.

“Pe-pe-pero, colega, vinimos a detener a un prófugo”.

“¿Señor fiscal, guarde silencio, por favor”, insta Juan.

“Pero, García, el instructor acá es sudafricano y está de ilegal”.

“¿Cuál sudafricano?”, Adán mete su cuchara. “Nuestro instructor no es sudafricano y tenemos sus papeles para probarlo”.

“Todos guarden silencio, he dicho”, interviene Juan García.

Vargas entiende que ha caído en una celada, mientras Flor sigue llorando a voces desde dentro de su dormitorio. Una multitud de gente comienza a formarse alrededor de la casa de Tito y el gimnasio.

“el policía la quiso forzar”, comienza a expandirse el rumor.

Los otros cuatro efectivos en el portón del AMW se ven perdidos cuando la gente comienza a bloquear uno de los carriles de la avenida. Alvin sale a requerir a tres de ellos para ejecutar la detención por flagrancia.

“¡Que se lleven preso al policía violador!”, grita la vecina de Tito.

 “¡Sí! ¡Que se lo lleven preso!”

El policía que queda solitario junto al portón solo atina a pedir orden a la multitud, mientras, milagrosamente se reactiva la señal de los celulares y la luz eléctrica parece estabilizarse. Veinte minutos después, Tito llega en su bicicleta (abriéndose paso a gritos entre la gente que lo rodea) e ingresa por el portón del gimnasio, mientras que por la otra, un magullado comisario Castro llega en otro vehículo e intenta extraer al fiscal local y dos de sus efectivos ahora detenidos, pero la multitud se lo impide así que da media vuelta hasta regresar a la estación en la plaza principal. Juan es quien sale y convence a la gente que es necesario trasladar a los detenidos porque si se mantienen dentro de la casa de Tito sería una arbitrariedad, pero la multitud no escucha razones; entonces, sale Adán y lo logra: montan a los tres detenidos en el mismo camión preparado para Owen. El administrador de Santa Cruz Directo no pierde detalle de la noticia y la transmite en vivo mediante su fanpage.

  

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