domingo, 6 de febrero de 2022

ASS (14): "¿te tomo todas tus medidas?"

Edú llega a entrenar al gym; seduce a Alejo y es cachado por Miguel.

 


A las cinco y cuarto de la tarde de ese lunes, tres toques de timbre suenan en el gimnasio AS. Alejo, quien ha llegado con las justas a cubrir el turno poco más de tres horas antes verifica su lista de reservas y no tiene a nadie programado, pero la contraseña es la contraseña. En el patio bajo techo ya hay cinco personas entrenando.

“Hola”.

Alejo se sorprende al ver a un chico delgado formado, guapo, en bibidí, short, medias y zapatillas.

“Soy Eduardo… edú. ¿Tú eres  Alejo? Vivo en casa de Pedro”.

“Ah”, reacciona el otro mancebo musculoso, también guapo, cabello rizado, quien rápidamente entiende que es el nuevo chico llegado a San Sebastián. Le da acceso.

“Quiero tonificar, hacer un poco de fitness”, indica Edú.

“OK”, confirma Alejo, sacando una ficha vacía de un cajón en el escritorio de la antesala y sala de calentamiento. “Igual tengo que tomarte medidas. Es control de rutina”.

“Mostro”.

Alejo saca una cinta métrica y pide a edú que entre en la habitación contigua, donde hay una camilla de masajes, una pequeña repisa cubierta y un tallímetro-báscula en una esquina.

“Quítate las zapatillas”.

“¿Me vas a pesar? Tendría que quitarme la ropa”.

“Sería lo ideal pero si tienes roche…”

“No, para nada”.

Casi de inmediato, edú se quita las zapatillas, el bibidí y el short. Debajo tiene un suspensor que solo le tapa la pinga y los huevos pero le deja sus redondas nalgas al aire. Alejo se gana el pase, traga saliva y procura respirar hondo para evitar que se le pare la verga. Justo tocan la puerta de la habitación.

“Párate en la bandeja”.

Mientras Edú se pone de pie, Alejo reconoce el toque en la puerta. La abre:

“¡Padre Alberto!”

“¿estás ocupado?”

“No. Pase”.

El sacerdote entra sudado en su ropa de entrenamiento: un enterizo alicrado que le marca toda la musculada anatomía. Obviamente, se queda viendo a Edú semidesnudo parado en el tallímetro. Se saludan.

“Venía aavisarte que el viernes tienes… Legión de María”.

“Ah”, capta Alejo. “Más bien disculpe que hoy…”

“Tranquilo. Lo hablamos más tarde”.

El cura se despide de alejo y de Edú. Al reanudar la toma de medidas, el segundo no puede contener su curiosidad:

“¿ése es el Padre Alberto?

“Sí”, sonríe Alejo. ¿Por qué?”

“ric… cuerpazo tiene”.

“¿Mejor o peor que el mío?”, sonríe Alejo nuevamente.

Edú se lo queda mirando: “Parece que iguales”, responde.

Alejo ríe despacio, y, sin pprevio aviso, se saca el bibidí y el short. Debajo solo tiene una tanga roja en la que destaca un buen bulto. Justo en ese momento suena su celular; lo busca y gira para atenderlo (dejando que edú se gane con su enorme culo):

“¿Hola…? Sí, soy yo… ¿Para cuándo…? Ya. ¿Me das cinco minutos y te devuelvo la llamada…? Chévere”.

Alejo cuelga y regresa a tomar las medidas; entonces se percata de una protuberancia en el suspensor de Edú:

“¿Se te ha parado la verga o me estás hueveando?”

Edú se deja de recatos y se quita el pedazo de tela: sus 18 centímetros están al palo. Alejo le vuelve a sonreír y lo imita: sus 18 centímetros también están al palo y lubricando.

“¿Me permites tomarte todas tus medidas?”

“Claro”, sonríe Edú. “Toditas”.

Siete minutos después, ambos salen de la salita para masajes y justo Miguel llega de la calle; se sorprende al ver a Edú quien, como si nada, monta una de las bicicletas estacionarias.

“Migue”, Alejo lo saca de su embobamiento. “Necesito que… ¡Migue!”

El otro galán recién reacciona: “¿Qué hubo?”

“Necesito que me cubras después de la misa: tengo… paciente”.

“Ah… claro.

Miguel y edú cruzan miradas por demás evidentes. Aprovechando que Alejo entra un rato al patio bajo techo, se deja de formalismos:

“Ayer pichangueamos… fuiste con el viejo de Pedro”.

“Sí, me estoy quedando en su jato”.

Miguel le da la mano y se presenta; edú lo mismo.

“¿el otro pata tiene pacientes… ¿pacientes de qué?”

“Ah…”, Miguel ensaya una respuesta. “De… masajes. Los dos damos masajes. Si deseas… puedo…”

“Claro. De aquí, terminando de entrenar”.

Miguel mira el reloj de pared y hace cálculos: no le dará el tiempo. Busca a Alejo en el salón:

“Te cubro después de la misa, pero… cúbreme durante la misa”.

“¿Y la gente?”

“Yo lo resuelvo”.

Una hora después, en la sacristía del templo, que está a espaldas del gimnasio, el Padre Alberto se sorprende de ver a Alejo en lugar de Miguel organizando la ropa y los accesorios para la misa:

“¿Y ese milagro?”

“¿Puedo confesarme, Padre Alberto?”, sonríe el muchahcho.

Al mismo tiempo, Miguel espera impaciente en el escritorio cuando suenan los tres toques de timbre. Va a abrir.

“Gracias por venir, Paco”.

“¿él aceptó?”

“Aún no, pero yo me encargo”.

Veinte minutos después, mientras en la iglesia se reza el Rosario, edú entra apenas cubierto con una toalla al cuarto de masajes donde lo espera Miguel acomodando el aceite y con la habitación ya odorizada con incienso de rosas. Solo viste un bóxer.

“Ponte cómodo”.

Edú se desnuda y se recuesta boca abajo en la camilla mientras Miguel unta sus manos en aceite y comienza a apretarle los trapecios y realizar el procedimiento a lo largo de la espalda hasta trabajar los glúteos. Deliberadamente coloca uno de sus pulgares cerca del ano. Edú está marcando mil:

“¿Se puede masajear el cóccix?”

“No, los huesos no se masajean sino los músculos”.

“¿Y… abajito del cóccix?”

“¿Quieres que te masajee ahí?”

“¿Se podrá?”

“Claro”.

Miguel masajea la raja del culo a Edú, y no evita que sus dedos toquen el propio ano.

“Ahí se siente rico”, suspira edú. “Masajea ahí”. Y el atleta se abre de piernas y levanta el culo.

“Esa quebradita está buena para masajearla con un rodillo”.

“¿Tienes uno?”

“De carne. ¿Quieres… probarlo?”

“sí”.

Miguel arrastra a Edú hasta el filo de la camilla y lo pone en ángulo recto, se baja el bóxer, y comienza a frotar su pene erecto de 18 centímetros allí mismo. Ambos comienzan a gemir.

“¿solo es masaje superficial?”, logra preguntar edú entre jadeos.

“También puedo hacerlo profundo”.

“Hazlo”.

Miguel se unta más aceite en su pinga y la va metiendo de a pocos en el ano de edú: comienza a cacharlo. Ambos siguen gimiendo en ese ambiente donde solo huele a vapor de rosas. El activo prueba a ser un poco más agresivo y nota dos cosas: que el pasivo no opone resistencia y que su pene entra y sale de ese hueco con suma facilidad.

“¿Tienes ganas de vaciarte?”, consulta Miguel.

“No. ¿Tú?”

“Ya no aguanto más”.

“Préñame”, pide edú.

En medio minuto, la leche de Miguel se dispara en las entrañas del nuevo alumno.

“?Cuánto te debo?”

“mmmm… ¿Me podrás hacer otro favor?”

Y para terminar,te dejamos con un video porno. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario