sábado, 12 de febrero de 2022

Proyecto Lujuria 5.1: Amamos tu culo al desnudo, Osmar


La idea de viajar, inicialmente, era para cambiar de aire. Osmar había tenido tres días muy confusos tras los sucesos de la ducha en los que hacía su vida de todos los días casi en modo automático, excepto actuar. Pero a la hora de dormir, incluso la noche antes de aquel vuelo, cuando traía aquel roce, aquella sensación, aquellas palabras a su cabeza, lo que conseguía inmediatamente era una fuerte erección que no amainaba hasta que se pajeaba de tal forma que si su pinga hubiese sido de papel, quizás hasta se hubiera roto.

Durante esas tres noches, su vientre y pecho libres de vellos terminaron con ráfagas de su blanco y cálido semen. Hasta ahora que ve al sol a punto de salir detrás de la cordillera, a casi siete mil metros de altitud, siente la presión dentro de su bragueta. Quisiera liberarla pero es indebido.

El sueño comienza a vencerlo, hasta que una mano se posa en su rodilla izquierda. Se sobresalta: ¿Evandro?

“Es la Cordillera Blanca”.

Al mirar hacia su siniestra, Escalante le sonríe.

“¿Ves esas dos puntas que parecen formar una V? Es el Yerupajá. Ahí termina Lima y comienza Áncash”.

Osmar mira sin ver por la ventanilla:

“Qué interesante”, califica sin mayor ánimo.

A las siete de la mañana, el avión aterriza en el aeropuerto de Castilla, Piura. Ese solo nombre de cinco letras lo evoca hasta siete meses antes, quizás un poco más, cuando ingresó desde Ecuador, donde quiso sentar raíces en Guayaquil pero no pudo a pesar que tiene un par de contactos. Aunque le gustó el clima de la ciudad, no halló más trabajo que de mesonero. Duró una quincena no por falta de voluntad ni por carencia de aptitudes sino por la sencilla razón de que el dueño del negocio estaba dispuesto a explotarlo laboralmente.

Al bajar la escalerilla y caminar sobre el concreto de la terminal, puede sentir un aire ligeramente más tibio que el limeño y un cielo que promete estar despejado. De hecho, viste un calentador deportivo completo en el que debajo solo tiene una camiseta y más nada, no las dos y hasta tres capas de ropa que debe ponerse en Lima. Afuera los espera una camioneta doble cabina.

Una hora después, llegan a una especie de finca al pie de una empinada colina tapizada con árboles y algunos peñascos marrones oscuros, casi negros. Escalante lo invita a bajar, y a su encuentro salen César, el camarógrafo, y Abelardo Sosa, el dueño de la propiedad.

“¿quieren desayunar?”, los invita su anfitrión.

“Nos encantaría pero tenemos que ganarle tiempo al sol”, responde amablemente Escalante.

Y efectivamente, el astro rey ya irradia con fuerza a pesar de ser algo temprano esa mañana de domingo.

Un chico que arregla unas herramientas se queda viendo con curiosidad a Osmar. El señor Sosa lo presenta:

“él es Fernando y hoy los acompañará en lo que necesiten”.

Es alto, atlético y trigueño, cabello corto algo lacio, que a Osmar le evoca a Evandro.

“Mucho gusto, para servirle”, sonríe el mancebo, y su acento convence al actor y modelo que solo podría ser su otro amigo si fuese…

“él vino de Venezuela”, explica Sosa, “pero se adaptó muy bien al trabajo de la chacra, y estamos contentos con él”.

No, no es Evandro. Osmar respira con menos ansiedad.

La primera parte de la sesión se hace en lo alto de la ladera en aquella colina, a donde trepan en solo veinte minutos. Para buena suerte de los tres, su condición física en conjunto les ayuda mucho.

“Te puliste con la locación”, comenta Escalante a César.

“Ayer me la pasé con Fernando de arriba abajo viendo dónde hacer las tomas; hasta me sirvió de modelo prueba”.

“¿Es en serio, pendejo?”

“Luego verás”.

Más arriba, el peón y Osmar van ascendiendo también:

“Así que eres venezolano; ¿de qué parte?”

“Aragua. ¿Tú eres de Caracas, no?”

“¿se me nota?”

“No, pana, ya trabajamos antes. ¿Te acuerdas esa novela que se hizo toda en una hacienda con caballos?”

Osmar hace memoria y se le vienen las imágenes de golpe:

“¡Coño! ¡Tú eras el que nos preparaba los caballos, vale! ¡Claro que recuerdo!”

“Pensé que ya te habías… ¿cómo dicen acá? Ya te habías sobrado”.

“No, coño, nada. Estaba distraído. ¡Qué gusto hallarte acá! ¿Cuándo entraste?”

“Dos meses y medio, aunque oficialmente sigo en Ecuador. Me dijeron que estabas allá pero nadie me dio razón”.

“Luego te cuento”.

Los cuatro llegan a un pequeño paraje en medio del bosque de charanes, faiques, hierba alta seca y un hermoso paisaje del valle de San Lorenzo a sus espaldas.

“Aquí haremos las primeras tomas”, anuncia Escalante. “Tienes que caminar en medio del follaje como si pasearas por el bosque”.

Osmar asiente y se quita la ropa. Solo queda en zapatillas. Ya le habían dicho que bajo la hierba o había espinas o había alimañas. Además, sus pies estarían ocultos por algunos arbustos.

“Qué rico culo de ese huevón”, susurra César al ver cómo Escalante le pasa un poco de vaselina para darle brillo, mientras  Fernando se asegura que no hayan esas espinas o esas alimañas durante el trayecto que hará el modelo.

Escalante grita acción y César se pone detrás de la cámara de televisión primero, mientras Fernando funge de su asistente sosteniendo un rebotador plateado para contrarrestar el contraluz que Osmar ya tiene. Diez tomas en video, unas quince en foto. Los primeros registros no demoran más de una hora. Mientras Osmar se pone su ropa que Escalante tenía en custodia, César desmonta la cámara del trípode y se la entrega con cuidado a Fernando.

“Así cuando el modelo hace su trabajo, a uno le da gusto grabar”, comenta.

“Osmar siempre ha sido profesional”, replica Fernando.

“¿Ya lo habías visto calato antes?”

“Ufff, cientos de veces. Cuando los actores se cambiaban para sus escenas, veías de todo y como si nada. Claro que la producción nos prohibía tomar fotos y esas cosas”.

“¿De todo?”, curiosea César.

Fernando sonríe.

“¿También?”, César hace un gesto con los ojos señalando a Osmar.

“No, él era el más formalito, pero…”

“Vamos rápido a la escena del baño”, interrumpe Escalante.

En otros veinte minutos, ya están en un lado poco transitado de la propiedad, en toda la base de la colina junto a unos árboles y lo que parece ser el cauce seco de un arroyo, donde se ha dispuesto un par de bateas con agua y una jarra blanca de aluminio, de esas antiguas. Osmar ahora sí se desnuda por completo y se pone de espaldas a la cámara que se comienza a preparar.

“nada que hacer carajo: ese huevón tiene el culo”, vuelve a comentar César.

“Deberías ver el culo del patrón”, susurra Fernando a sus espaldas.

César se asusta.

“También te escuché arriba en el cerro”.

“No vayas a comentar nada”, pide el camarógrafo en voz baja.

“Fresco”, guiña un ojo el peón.

Para Osmar, recrear la escena del baño en esas condiciones le resulta más que una sesión de trabajo, una suerte de terapia. No es tan estúpido como para ignorar que su cuerpo, sus dos potentes nalgas, su actitud, su todo producen reacciones. Mientras el agua transparente lo moja, el flagrante jabón lo cubre de una rala espuma, mientras el viento lo seca, el sol lo calienta, mientras el cielo celeste claro con algunas nubes lo ve como vino al mundo, entiende que está sobredimensionando las cosas. Entre indicaciones de acción y corte, se promete a sí mismo que se va a tomar su vida con calma. Y también se promete que si esa campaña es el inicio de un relanzamiento de su carrera, cuando tenga dinero suficiente y una vez que haya sacado a su familia del infierno de la crisis, se comprará una finca en este mismo lugar para gozar lo simple de la vida.  Yo también me amo, se repite.

Y así, en medio de su trance, su pene cabezón se pone duro. No se disculpa, lo disfruta, mira a la cámara con una sensualidad auténtica, genuina, innata.

Los penes de Escalante, Fernando y especialmente el de César también se paran bajo sus ropas, y en el caso de César, moja toda su ropa interior.

  

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