viernes, 25 de febrero de 2022

La hermandad de la luna 9.3

 

Aparentemente, la noticia sobre Owen no ha afectado la concurrencia en el AMW. Si bien durante el invierno, peor aún durante la mañana de un día de semana no van más que cuatro o cinco alumnos, todavía no se ve un resentimiento que pueda afectar al negocio. Flor lo verifica y aprovecha para enseñarle un video en su celular a Owen.

“This was yesterday,” le dice en voz baja.

“D’ya suspect he’s behind that post?”

“Isn’t it too much coincidence, Owen?”

“So ya trust in me, Flor, don’t ya?”

“I’m not sure yet. What I say is this is too much coincidence.”

Entonces el celular de la chica suena.

“There’s somebody else who thinks like ya”., sonríe Owen.

Flor contesta.

“Dime, Chechi”.

“¿Viste lo que sacó Santa Cruz Directo?”

“Sí, justo aquí estoy con Owen”. (El aludido hace hola con la mano.) “Te manda saludos por cierto”.

“Tú qué piensas, Flor”.

“No sé qué pensar, Chechi. Más temprano lo hablamos y Owen dice que hay algo en la historia que no está completo”.

“¿Sigue contigo? ¿Puedes pasármelo, porfa?”

La chica entrega el celular al instructor.

“Es César”, le avisa.

Owen agradece y contesta.

“Hey, César, bro”.

Hello Owen. ¿Cómo es eso que la historia no está completa?”

“Haber otro wwebsite pero no estar activo ya”.

“Mmmm. A ver, dame el nombre. Veré qué puedo hacer”.

Mira un video aquí. 

Juan llega a su oficina en el Ministerio Público disculpándose con medio mundo por el retraso. Llega a su escritorio y se pone a organizar papeles cuando entra su secretaria.

“Por favor, dile a la gente que haré mi hora completa de atención al público y retrasa mis diligencias treint… ¡No! Mejor cuarenta y cinco minutos. ¿Recados?”

“Hace veinte minutos lo llamó un señor… Edú; como no estaba, solo dejó un mensaje, que usted lo entendería”.

“¿Cuál?”

“La Santita”.

El fiscal García entrecierra sus ojos. Se levanta.

“Por favor, contáctame con la doctora Dolores Salvavera y… pide a Sistemas que nos envíe un escáner, y que me lo instalen aquí mismo”.

“De inmediato, doctor García”.

Juan toma su celular otra vez y busca en su directorio.

“Hola, doctor. ¿Ya lo vio?”

“Sí, ya tengo el dato, Joey”.

“Yo también tengo otro: Cruz Dorada está detrás de todo”.

“¿Cómo lo sabes?”

Mira otro video aquí.

A media mañana, elga sigue revisando papeles cuando oye el timbre del portón. No le da importancia hasta que oye el ruido de un motor ingresando. Sale a la puerta.

“¿Y éste?”, se pregunta.

Christian estaciona la camioneta en el centro del patio principal y baja, camina al despacho.

“¿Qué haces aquí?”, se extraña Elga.

“¿Qué pasa? ¿No puedo visitarte?”

Christian cierra la puerta y en la caseta de vigilancia, Adán y Carlos solo pueden especular sobre lo que allí se está conversando, aunque parece transcurrir en buenos términos, a juzgar por la imagen de la cámara.

“¿Tiene derecho a visitarla, no?”, trata de suavizar las sospechas el capataz.

“A mí no me parece una visita de cortesía”, afirma el cuerpo de luchador.

Dentro del despacho, Christian muestra su celular a Elga, quien lo lee.

“¿Y esto cómo nos toca?”

“Nos beneficia porque perjudica a Tito. Ese negro es su gran aliado ahora, pero con esta publicación, ya no más”.

“Insisto, Chris: ¿y eso cómo nos beneficia? Nosotros estamos aquí arreglando papeles para una venta”.

“Y esa noticia nos cae como anillo al dedo porque Tito podría responder ante las autoridades, y Tito es el mayor opositor a la venta”.

“A mí me pareció que fue Carlos”.

“Nunca subestimes a La Estirpe, Elga”.

“Claro, lo dices con conocimiento de causa, y eso me lleva a preguntarte: ¿tú le diste estos papeles a este medio?”

“Quién sabe… Mas bien, con este dato, no tiene sentido que alarguemos lo de la venta. Nava me ha preguntado si es fijo que cerremos trato esta semana y le dije que sí, el viernes; pero si podemos sorprenderlo antes…”

“Christian, fui clara cuando te dije que no me presiones, que quiero tomarme mi tiempo”.

El abogado se acerca hasta la silla donde la mujer está sentada y se agacha a darle un beso en la boca.

“¿Sabes que estuve viendo opciones en Internet? ¿Qué piensas de Europa? El pata que me hizo las fotos hace años me invita a recorrer el Mediterráneo”.

“El pata que te hizo las fotos hace años estaba enamorado de ti”.

“¿Y no crees que eso nos conviene? Cerramos la venta, recibimos nuestra plata, vamos para allá y paseamos”.

“Yo quiero ahorrar mi plata, Christian”.

“Bueno, viajo solo”.

Súbitamente, el abogado se baja la cremallera de su apretado jean y se saca el miembro aún flácido.

“Hazle cariñito”.

“Ahora no, Chris”, ruega elga.

“No seas mala: te ha echado de menos”.

En la caseta de vigilancia, corren apuestas. Finalmente, Christian se baja el pantalón y deja ver sus perfectas nalgas.

“Me debes veinte”, dice Adán. “¿Llamo a los chicos?”

“No, igual lo verán mas tarde”.

Christian se quita la camisa y la deja sobre la silla de Elga, a quien pone de pie, quita el vestido de tiritas, quita la braga, la sienta en el escritorio y le mete el pene, mientras ella cierra los ojos no tanto por la excitación. Está pensando en alguien más, y el abogado parece advertirlo.

“¿qué pasa?”

“Nada, no tengo ganas, Chris”.

“¿No estarás cachando con estos hijos de puta, no?”

“¡No! No es eso; solo que no tengo ganas”.

Christian suspira incómodo, le saca el pene, se sube el bóxer y el pantalón y busca su camisa para ponérsela.

“Me voy”, le anuncia.

Elga vuelve a vestirse también. Cuando Christian reabre la puerta del despacho, gira.

“Espero que sea pena o cansancio, porque si es traición, te juro que no te la voy a perdonar en absoluto”, le dice algo ofuscado.

“No me presiones, Chris. Tú sabes muy bien por qué no debes hacerlo”, ella le guiña un ojo.

El abogado camina a abrir la puerta de la camioneta cuando Adán sale de la caseta de vigilancia como quien no está enterado de nada.

“¡ey, tú!”

Adán no le responde.

“¡Adán!”, insiste Christian.

El cuerpo de luchador se detiene y gira; camina con demasiada autosuficiencia hacia el abogado.

“¿Me llamabas?”

“No te preguntaré si ya regaste lo del sábado porque de hecho que ya lo hiciste; solo te diré que si eso me trae consecuencias, tú me las vas a pagar”.

Adán lo mira desafiante:

“¿Acaso me vas a matar como le pasó a Manolo?”

Christian se enfurece:

“¡So reconchatumadre!”

Alza el puño para golpear al cuerpo de luchador, pero éste reacciona con suma rapidez, toma el brazo y le aplica una llave que pone el trasero del agresor pegado a la ingle del peón.

“¿Así te gusta, ¿no?”, le susurra Adán. “Mi huevo bien pegado a tu culo, ¿cierto?”

“¡So reconchatumadre, ssuéltame!”.

Carlos corre desde la caseta y Tito y Frank vienen desde el fondo a toda velocidad; los separan: el capataz y el más nuevo contienen al cuerpo de luchador, y el gladiador al abogado.

“Vete, Christian”, le sugiere Tito. “No la cagues más”.

“¡ no la cagues más, Tito! ¡Tú no la cagues más!”, espeta enfurecido el abogado.

El aludido le tira un rodillazo en medio de las dos nalgas.

“¡Auuuu!”, grita de dolor Christian.

“Hazme caso: ya no la cagues”, le repite Tito.

Elga sale desde la casa grande y corre hasta ponerse en medio de todos los hombres.

“¿Qué pasa aquí?”, grita enérgica.

“El insolente de su empleado, señora de Rodríg…”, se queja el abogado.

“¡Ya, Christian! ¡Basta! Vete de una vez y regresa cuando acordamos”.

Christian mira molesto a Elga, mira a todos muy furioso. Se suelta de Tito y regresa a la camioneta.

 

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