sábado, 26 de febrero de 2022

Proyecto Lujuria 5.3: El peón tiene buenos pene y culo


Muy al norte, por insistencia de Abelardo Sosa, se sirve un almuerzo a los visitantes. Osmar se hidrata sentado más allá viendo el paisaje rural iluminado por la luz solar que cae de manera perpendicular, mientras que mucho más allá César muestra a Escalante las fotos de prueba que tomó a Fernando el día anterior.

“Estos venezolanos siempre se destacan por su culo”, comenta el director de reparto y escena.

“No sabes qué ganas tenía de meterle pinga”, agrega César.

“¿Y Abe no se dio cuenta?”

“Hicimos un trío anoche”.

Escalante se sorprende:

“¡No me jodas! ¿Y su esposa, sus hijos?”

“Los fines de semana van a Piura, así que la casa quedó solita para los tres”.

“¿Y qué tal pinga tiene ese venezolano?”

“Larga y gruesa: como te gustan, Arnold”.

El anfitrión y Fernando salen con unas fuentes de ceviche de caballa. Todos se arremolinan, excepto Osmar.

“Sí puedes comer esto”, le indica Escalante.

El modelo se acerca, toma su tenedor y se sirve. Realmente está delicioso.

“¿A qué hora sale su vuelo?”, consulta Sosa.

“Seis; tenemos que estar cinco en el aeropuerto”, responde Osmar.

“Qué lástima porque ya había separado una habitación para ustedes”.

“Solo haremos una toma extra, recogemos todo y partimos para Piura”, agrega Escalante. “Pero, cuando lancemos la campaña, o ustedes viajan o venimos a darnos una vuelta”.

“A mí me gustaría regresar”. Reflexiona Osmar. “Esto es casi como Venezuela”.

“Cuando quieras”, invita Sosa.

“Cuando llueve fuerte se parece a Venezuela”, sonríe Fernando.

“Quisiera regresar”, repite Osmar.

La toma faltante es un nuevo desnudo de espaldas parecido al que se hizo por la mañana. La intención de los productores es ver qué luz vende mejor todo. De paso que harán imágenes en video y foto de la línea Lust sobre el tronco caído de un faique. El sol de Piura tiene una mágica peculiaridad que para los amantes de la fotografía abre muchas posibilidades creativas, y casi sin usar filtros.

“Ni se te ocurra comentar de las fotos a su patrón”, advierte César.

Escalante mira a Fernando, quien está recogiendo la ropa de Osmar, nuevamente en su marca y totalmente desnudo para repetir la escena de la jarra y el agua sobre su cuerpo.

“Son amantes, ¿no?”

“Lo comparte bajo supervisión, pero no sabe nada de los desnudos que hicimos ayer por la tarde”

“”Lo despediría”.

“Del país”, asevera César.

Las dos escenas que faltaban grabar y fotografiar se concretan sin mayor problema. Ahora sí Osmar puede disfrutar su seco de cabrito con su jarrita de clarito helado.

“Exquisito”, califica.

“¿Y qué pasa si comías antes de la foto?”, sigue curioseando Sosa.

“Se me notaría un poco de panza… es la maldición de los modelos, especialmente si posamos desnudos”, sonríe el muchacho.

“Me disculpas lo que voy a decirte pero… tienes un hermoso culo”, se atreve el dueño de casa.

Osmar lo mira y sonríe sonrojándose:

“Gracias”.

Aprovechando la distracción de Sosa, y con el pretexto de ayudar con el orden de las cosas mientras llega la camioneta que va a regresarlos a la ciudad, Escalante tiene una breve reunión con Fernando.

“sí, César me explicó tu situación migratoria, pero esas fotos están muy buenas así que yo sí quisiera ofrecerte dinero no solo por publicar esas sino hacerte una sesión más producida”.

“¿Y cómo arreglamos lo de mis papeles?”

“Puedo enviarte plata. ¿Cuánto necesitas para reingresar a ecuador, ir a Guayaquil y hacer el trayecto pero por vía formal?”

“No sé… unos ciento cincuenta quizás… la vaina es cómo recibo el dinero si estoy como irregular en este país”.

César se aproxima:

“Osmar ya terminó de comer, chitón”.

Se escucha que Sosa llama a Fernando:

“¡Ya voy!”, responde el peón. “Permiso”, dice a Escalante.

“¿Arreglaron?”, casi susurra el camarógrafo.

“No”, responde Escalante.

“La cagada, no podremos hacer nada por lo de sus papeles”.

“Osmar ha congeniado con él”.

“¿Qué tratas de decir?”, sonríe César.

La camioneta llega puntual. Luego de poner y asegurar las cosas y el equipaje, Escalante, Osmar y César se despiden de Sosa y Fernando; enrumban de regreso a Piura. Patrón y peón regresan a recoger los platos y vasos del almuerzo.

“Arnold ha estado muy interesado en ti”, comenta Abelardo.

“Te parece”.

“¿Qué te ofreció?”

“Nada. Me estaba consultando unas cosas”.

“Mira, Fercho: conozco a Arnold desde el preuniversitario, y con tal de cachar con el primer muchacho que le guste, es capaz de poner su casa en hipoteca; entonces, entre gitanos no nos leemos la mano”.

El peón sonríe:

“Quiere que pose desnudo para él, pero le dije que no tengo papeles”.

“O sea que… tú quieres posarle calato, y seguro con la pingota que te manejas toda parada”.

“Yo soy pecuario, no modelo”.

“Tú eres mi toro cuando la vaca no está”.

Sosa pone su mano sin pudor sobre la bragueta de Fernando y comienza a sobarla:

“Vamos”.

En una cabañita algo cerca de la casa principal, los dos hombres se abrazan y besan apasionadamente mientras poco a poco se van quitando toda la ropa.

Sobre la cama del peón, quien está arrodillado, el patrón en cuatro patas deja que le metan una larga, gruesa y venuda verga en la boca, en tanto le mueven la cadera como queriendo horadar hasta la garganta mientras le acarician la cabeza.

Sosa tiene un par de nalgas como globos, producto de su pasado como futbolista, deporte que aún practica con la gente del pueblo todas las tardes que puede. Al medio de ellas, su ano es una especie de amplio hueco por donde una sola pinga no bastaría, pero Fernando se da maña para pasearle la lengua, chupárselo, comerle el orto por el que luego mete su falo y comienza a bombear .

“así, mi toro. Dale, mi chamo”.

Luego, Fernando se cacha a Abelardo en piernas al hombro mientras lo besa en la boca. El patrón aprovecha para acariciar los grandes glúteos de su  amante.

“Hermoso culo, quiero comérmelo”.

Fernando deja de meter pinga,baja las piernas de Abelardo y comienza a chuparle el pene y las bolas. La erección no demora mucho. El patrón también tiene un largo cipote, no tan grueso como el del otro muchacho, pero cabezón y algo curvo hacia abajo. Fernando se sienta encima de ese pene erecto y se lo mete a su ano. Comienza a rebotar. Sosa toma la pinga de Fernando y la masturba con rapidez.

“Oh”, ruge.

Toda su leche se dispara al interior del venezolano.

“Qué rica preñada”, gime el peón. “Voy a acabar”.

Fernando gruñe largo y su semen se dispara sobre el aún vientre plano y los dos formados aunque no tan masivos pectorales de su jefe. Vuelven a besarse.

“Bañémonos al toque antes que llegue mi espesa”, pide Abelardo. “Estuvo rico como anoche, como siempre”.

“Me vuelves loco”, seduce el peón. “Quiero coger otra vez”.

“Bañémonos. Quizá más tarde”.

  

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