Al llegar a la residencial, Evandro suspira de alivio. Es casi la medianoche.
“Gracias por
todo”, palmea la rodilla derecha a Osmar.
“No tienes de
qué”.
Evandro nota
que la expresión de su amigo se puede traducir como una mezcla de desconcierto
e incomodidad.
“Ni loco vas
a hacerme la escena del domingo”, advierte.
Osmar frunce
la boca:
“Prométeme
que no volverá a pasar”.
“¿De qué
hablas?”
“Por favor,
Evandro. Esto no es la obra de teatro. Sabes bien a qué me refiero. Te lo dije
en la playa: no soy gay, vale”.
“¿Te lo estoy
enrostrando acaso?”
“No, pero
estás asumiendo que lo soy”.
“Carajo,
Osmar. Nos excitamos y ya. Dime que no te ha pasado antes”.
El instructor
físico baja la cabeza meditando bien qué va a responder.
“Solo
prométeme que no va a pasar de nuevo, por nosotros, por ti, por mí, por Laura,
por lo que hemos construido, por lo que está por venir”.
“Osmar,
tómatelo con calma. Yo no te estoy pidiendo nada”.
“Dijiste que
me amas, Evan”.
“¡Y es
verdad, Os! Yo te amo. Te amo como mierda. Amor en todo el sentido de la
palabra, en toda su plenitud. No niego que eres atractivo y que me dejé llevar,
pero… mi concepto de amor a ti va más allá del sex…”
“Y yo te amo
también. Y precisamente por ese amor que te tengo, Evan, será mejor que nos
comportemos estrictamente como compañeros de trabajo, como entrenador y alumno,
como vecinos, como mejores amigos… pero no como enamorados porque no lo somos,
porque no quiero eso. Porque no soy gay”.
Ambos se
miran por largos segundos. Entonces Evandro rompe el tenso silencio:
“me llega al
pincho lo que pienses. Me llega al ojo del culo lo que creas. Me llega, huevón.
¡Me llega! ¿Oíste? Nadie, ni tú, especialmente tu, van a callarme: te amo,
Osmar, ¿entendiste? ¡Te amo, hermano!”
Inexplicablemente
entonces, Osmar comienza a llorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario