viernes, 27 de mayo de 2022

La hermandad de la luna 10.11

La carceleta del Poder Judicial en Collique no es tan fría como parece, ni tan lúgubre como la describen. Es mas bien un espacio tibio y silencioso. Tras las rejas del pequeño cubículo, Christian Esteves tiene un colchón sobre el que puede recostarse y descansar, aunque no quisiera porque la misma pesadilla se repite cada vez que cierra sus ojos. Un policía ingresa y hace sonar los fierros.

“Tienes visita, doctor”.

Elga lo espera en una salita blindada; carga una bolsa plástica como las de las tiendas por departamentos, y luce bien rellena.

“¿Cómo estás?”, lo saluda.

“Decidiendo si me declaro esquizofrénico, aunque ahora eso dejó de ser atenuante; pero al menos no me mandarán con la lacra”.

“¿Por qué declinaste tener un abogado?”

Christian sonríe:

“¿Y qué diablos soy yo? ¿¿Manolo Rodríguez no me pagó toda una carrera de Derecho para que la desperdicie pidiendo otro defensor? Lástima que usaré todo mi talento para defenderme de su propio fantasma”.

Elga entrega la bolsa:

“Hay una frazada, fruta y la gaseosa que tanto te gusta… la verde sin azúcar; me costó trabajo convencer al policía para dejarla pasar”.

El abogado se extraña.

“No recuerdo haberte dicho mi sabor favorito de gaseosa”.

Elga carraspea y se pone de pie:

“Vendré en la medida en que me dejen venir. ¿Quieres que contacte a tu familia?”

“No hace falta. Gracias… No estoy loco, elga… Todo lo que vi y sentí realmente ocurrió”.

La mujer se toma unos segundos.

“Lo sé, Chris… Te creo al cien por ciento”.

“¡No estoy loco, Elga!”

Ella está a punto de dar media vuelta cuando frena en seco:

“Quizás no tengas que pelear con el fantasma de Manolo”.

Christian se desconcierta.

“¿Qué carajos quieres decir?”

Segundos de silencio apenas interrumpidos por el ruido lejano de la calle…

“No hay tal fantasma, Chris”.

Elga sale y deja al joven totalmente solo y descompuesto. En poco tiempo, el policía a cargo lo regresa a su celda. Descubre el contenido de la bolsa y se concentra en la botella plástica que contiene la verde gaseosa: una seña gráfica que él conoce de más.

“¡¡Noooo!!”, se desespera y llora. “Maldito hijo de puta”, musita.

Mira un video aquí. 

A la mañana siguiente, un paquete de preservativos cae de una máquina dispensadora. Tito la recoge y examina con cuidado. Tras él, están los cubículos con los inodoros y los urinarios; junto a él, un espejo de pared a pared encima de dos lavabos. La luz de la mañana entra blanca por una pequeña ventana al costado de un extractor de aire. El gladiador mira su imagen reflejada: no pareces tener cuarenta y cinco años, se dice mentalmente. Entonces, la puerta se abre y un joven alto, guapo y esbelto ingresa.

“Me dijeron que estabas acá”, saluda Edú.

Tito le muestra el paquete de preservativos.

“¿Sigues jurando que tú no dejaste esto en el jardín de mi casa hace una semana?”

El recién llegado se pone serio.

“Chico, ¿me llamaste para esto? ¿En qué idioma te digo que no fui yo? Si supiera guaco, te lo diría en guaco, pero te lo repito en castellano: desde aquélla vez que me echaste como un perro del AMW, no he vuelto a pisar Santa Cruz”.

Tito baja la mano y guarda el paquetito en el bolsillo de su pantalón.

“No, no te llamé para eso. ¿Sabías que existía un acuerdo entre Manolo y Saúl respecto a este lugar?”

“¿Al baño?”, ironiza Edú.

El gladiador ríe despacio.

“No, a esto que llamó GGG, JaJeJí, o como mierda sea…”

“G4G, o yi for yi, un acrónimo que viene de Gentlemen For Gentlemen o Caballeros Para Caballeros, que, sospecho, fue acuñado por el mismo que bautizó a tu gimnasio como AMW, Ancient Moon Warriors, los Antiguos Guerreros de la Luna. Lo de La Luna es creación de Manolo, definitivamente, pero esa obsesión con el inglés, chico, es creación de Christian”.

“El acuerdo entre Manolo y Saúl”, prosigue Tito, “era que Saúl podía generar todo el dinero que quisiera, pero la quinta parte de todo lo que ganara iba a la cuenta de Manolo porque resulta que nunca renunció a la propiedad de ese lugar; simplemente la hizo franca, o algo por el estilo”.

“La hizo una franquicia: dejaba que un tercero opere el negocio con los valores de marca del suyo, por lo que tenía derecho a un porcentaje de las ganancias”.

“Claro, pero en papeles, Saúl era el propietario”.

“Por eso se llama franquicia, Tito”.

“Por eso te llamé, Edú… Creo que conoces de más lo que ha pasado con Saúl, cómo terminaron encontrando su cuerpo con un balazo en la cabeza en la casa de La Santita… Pero también conoces de administración: cuando tú tenías a cargo el gimnasio, levantamos clientela como mierda”.

“¿Quieres que asuma la franquicia del G4G?”

“No sé si tus papeles te lo permiten… Pero lo que sí puedes hacer es administrarlo porque al no existir quién asuma la propiedad, digamos que… ésta revierte a su dueño anterior, o algo así me explicaron”.

“¿Saúl no tiene herederos, acaso?”

“No tienen derecho a nada porque, al igual que yo, solo ponía su nombre para el papel, pero la propiedad siempre fue de Manolo”.

“¿Ambos son, o eran, testaferros?”

“Por eso Christian jodía a Saúl hasta que lo mató, o eso parecen indicar las pruebas, y parece que eso iba a pasar conmigo, pero… Owen nos salvó”.

“A ver, chico. Es mucha información. ¿Qué hacía exactamente Christian y… quién es ese Owen?”

“Al parecer, Christian extorsionaba a Saúl a espaldas de Manolo, y Saúl murió creyendo que todos habíamos violado el acuerdo de no joderlo. Conmigo, Christian no lo hizo porque sabía con quién se metía. Y Owen… Owen es una larga historia… ¿Te interesa el negocio?”

Edú se toma unos segundos.

“¿Podemos hablarlo fuera de aquí?”

Tito asiente:

“Vamos a la salita de reuniones porque es más cómodo… además, si llegamos a un acuerdo…”

“¿Qué pasará?”, se intriga edú.

“Tenemos condones”, sonríe Tito palmeándose el bolsillo derecho delantero de su jean. 

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