domingo, 10 de julio de 2022

ASS (36): Confiesa tus pecados más íntimos

Los secretos sexuales de Alberto y edú les permiten tejer nuevas alianzas.


 

“¿Cómo dices, pá?” Pedro abre sus dulces ojos con incredulidad.

“Ya te dije: el lunes vas a Piura apenas tengas tiempo y le presentas tus papeles a ese…”

“Papá,¿y por qué no me consultaste antes?”

Julio se para en seco y sonríe cachosamente a su hijo: “Oe, huevón: ¿y desde cuándo tengo que consultarte cosas? Si vives en esta casa, tienes que hacer lo que diga y punto, ¿entendido?”

Pedro lanza una mirada de impotencia y desafío: “entendido, pá”.

Pasando las once de esa noche, el muchacho está sentado como copiloto en la camioneta parroquial rumbo a Piura. Conduce el Padre Alberto. En el asiento trasero, Alejo le acaricia los enormes muslos a Marcano y a Miguel aprovechando la oscuridad.

“No puedo creer que Julio te haya pedido eso”, menea la cabeza el sacerdote.

“Lo que más me jode es que ahora me saque las reglas de la casa”.

“Oe, Pedro”, interviene Miguel, “ya tienes DNI azul: independízate”.

“Si tuviera de qué vivir, lo haría corriendo”, responde el chico.

“A ver, muchachos, no lancemos consejos precipitados”, aclara el Padre. “Pensemos fríamente las cosas y veamos salidas… Yo quiero a Pedro dentro del AS, pero tampoco puedo ofrecerle más…”

“¿Y dentro de ASs?”, pregunta Alejo al descuido.

Miguel le aprieta la pierna.

“¡Au, mierda! Mejor mámame el huevo, cojudo”, reacciona el musculoso en son de broma.

“¿Qué es ASS?”, curiosea Miguel.

“No es nada”, se entromete Miguel. “Es lo que le sobra a Alejo y que se lo voy a cachar hoy”.

Una cuadra antes de la discoteca donde esa noche darán el show porno, la camioneta se para.

“Bajen chicos”, avisa el sacerdote. “Aguas con los chismosos”.

Marcano, Alejo y Miguel descienden y caminan hacia el antro.

“Casi la cagas”, dice el último de ellos al musculoso.

“Puta madre”, reacciona Alejo. “¿Por cuánto tiempo más le piensan ocultar la vaina?”

“Vaina es la que te voy a meter por el culo, huevón”, sonríe Miguel.

La camioneta sigue su camino.

“Alberto”, inquiere Pedro. “¿Hay algo que debo enterarme y no sé?”

El Padre mira a su monaguillo: “Algo no; mucho más bien”.

La mano del sacerdote acaricia el muslo de Pedro.

En el camerino de la discoteca, Miguel está calato y dejándose untar crema depiladora en su pecho, axilas, culo y piernas.

“Solo te recortaré el vello púbico y te afeitaré las bolas”, avisa Flavio.

A su lado, Marcano y alejo tampoco tienen ropa; se depilan también pero solo en piernas y axilas.

“Sigo sin entender por qué tanto secretismo con Pedro sobre ASS”, comenta el venezolano.

“Porque piensa que estamos afectando al Padre Alberto”, responde Miguel.

“Pero si lo afecta que hagamos porno, ¿por qué nos ttrajo en la camioneta?”

“Porque el Padre Alberto es parte de ASS”, al fin se suelta Flavio.

Marcano se sorprende. Mira a Alejo quien evidentemente se avergüenza y a Miguel quien evidentemente se incomoda. La puerta se abre. Entra Willy.

“No saben a quién acabo de encontrarme mientras calibraba las cámaras”, informa sonriendo.

“¿A mi viejo con una escopeta?”, bromea Flavio.

“No. A Eliezer, el que se cacha en secreto a José Luis”.

Marcano, Alejo y Miguel se intrigan. Flavio se pasa el índice por en medio de la raja del culo y se lo lleva a la boca: “Justo donde lo quería”, sonríe.

Ya pasada la medianoche, Enrique entra a la sala de su casa en Los ejidos e invita un vaso con agua a un desconcertado Pedro.

“Ahora ya sabes por qué Angels Corporation es donante de AS”.

“entonces, el Padre…”

Enrique acaricia el muslo de Pedro: “Es una larga historia, pero sí: es el beneficiario, pero porque este proyecto ya lo conozco de México, cuando Beto lo impulsaba hace años”.

“entonces… ustedes ya se conocían”.

“Casi 15 años. Ahora, sobre la ideota de tu padre, mi sugerencia es que le hagas caso”.

“Pero… yo…”

Enrique acerca su cara a Pedro y lo besa en la boca: “Confía en mí”, le guiña un ojo.

Justo ahí, el Padre Alberto baja las escaleras con una ropa más sexy: “Ya estoy listo”, anuncia.

A 200 kilómetros al sur, en Chiclayo, Bartolo toma un vodka con naranja en un barcito gay cerca de la avenida Balta cuando, paseando su mirada por la concurrencia, identifica a alguien que fuma un cigarro mientras ve cómo dos patas cachan en una pantalla. Se le acerca sin roche.

“¿Edú?”, le pasa la voz.

El pata voltea como resorte y lo mira medio asustado. Veinte minutos después, en un hostal cercano, ambos entran a un cuarto y comienzan a besarse en la boca en medio de abrazos y caricias. Al mismo tiempo, se van quitando la ropa. Cuando están totalmente desnudos, comienzan a revolcarse en la cama mientras sus penes ya erectos se estrujan uno contra el otro.

“Tienes rico culo y rico cuerpo, pero no tengo condones”, advierte Edú.

“Tengo uno… ¿te la meto o me la metes?”

“Puedes hacerme vaciar sin que te la meta o me la metas?”

“Corrección, Edú: ambos vamos a vaciarnos al mismo tiempo sin meternos la pinga”.

Comienzan a mover sus pingas mientras la cascada de besos y caricias se sucede una tras otra.  Entonces Bartolo se sienta sobre la verga de edú masajeándola con la raja de sus nalgas; Edú se sienta para que el falo del otro chico se roce en su abdomen. Es la pajeada mutua perfecta sin usar las manos. Bartolo mueve su culo con una rapidez de bailarín; edú, a pesar de la postura, también cimbra su cadera mientras chupa las tetillas de Bartolo.

“Voy a eyacular, mierda”.

“Yo estoy enterito”, sonríe Edú.

“Ah, mierda. Ah, se me viene la leche. Ahhh”.

Bartolo riega su esperma entre su vientre y el de Edú, y se detiene. Besa a su amante ocasional.

“Perdona por adelantarme”.

“Pierde cuidado… quizás se debe a que me pajeé antes de ir al bar”.

“¿Por qué desapareciste de San sebastián?”

“Porque… porque tengo VIH”.

Bartolo se sorprende al primer segundo, pero recuerda que está entrenado para recibir y asumir ese tipo de respuestas.

“en vez de huír, deberías estar calificando para recibir tratamiento: el que tengas VIH, no significa que dejes de tener sexo, claro,con protección”.

“Si regreso,mi único apoyo y amante serías tú”.

“Te equivocas: creo que Marcano te apoyaría también. En mi caso… no sé si quiero regresar”.

“¿Y por qué no quieres regresar a San Sebastián, donde se come y cacha rico?”

“Hoy en el bus, tempranito, se la estaba chupando a alguien y…”

“¿Te descubrieron?” Edú casi se carcajea.

“No me parece gracioso”, reclama Bartolo. “Seré la comidilla”.

“Mira: si algo estoy seguro sobre San Sebastián es que donde menos pisas, hay un gay caletaza y calatazo. Eso sin contar las declaradas, las tracas”.

Bartolo mira fijamente a Edú: “Si tú regresas, yo regreso”.

“¿En serio me apoyarás?”

“Dicen que eres el mejor cachero de la ciudad… ¿por qué no hacerlo?”

Edú sonríe, besa de nuevo los labios de Bartolo, se acuesta encima suyo: “Ahora me toca derramarte mi leche, ¿te parece?”     

                    

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