Gabo trató de adivinar la anatomía desnuda de Nando, pero la escasa luz de los corredores apenas si le dejó percibir su musculosa silueta: amplios pectorales, una cintura pequeña, las prominentes nalgas, las gruesas piernas… y su recto y erecto miembro de 18 centímetros, proyectándose hacia la ventana donde minutos antes David había tirado con, o mejor dicho a, Jano.
Nando arrojó la colilla de cigarro al jardín que empezaba a sus pies y que había disimulado su presencia.
A través de la ventana, se pudo ver cómo David salía desnudo del baño de Jano: contextura normal pero de músculos firmes, un incipiente abdomen en cuadritos, totalmente lampiño, y con el vello púbico recortado, que le destacaba un pene normal, y unos huevos de tamaño mediano.
David se acercó a la ventana y Nando, en un solo acto reflejo, escapó de su posición de espía agarrando a Gabo por uno de sus brazos.
Cuando David cerraba la cortina completamente, Jano salió de su baño, DESNUDO.
- ¿Hace cuánto que no lo haces?
- No sé. Más de un mes, creo.
- No me digas que desde la fiesta de Año Nuevo.
- Sí creo. ¿Por qué?
- No. Por nada… Vi que el condón estaba repleto de semen.
- Ah, era por eso. Pensé que era por el tiempo que duré. Puede ser que estaba aguantado, y que esa vez estábamos borrachísimos.
Jano sonrió, apagó la luz, y, tomando de la mano a David, se echó en la cama Ambos permanecían desvestidos.
En la oscuridad, el administrador acomodó su cabeza en el pecho amplio y velludo del dueño de la parcela.
- ¿Crees que Jerry nos haya escuchado?
- Normal. Si lo hizo, seguro que se pajeó.
- ¿Cómo lo conociste?
- Cuando me asignaron la parcela como herencia, fui a comer al pueblo, y el primer local que me pareció decente fue el suyo. Mejor dicho, el primero al que entré y me pareció decente.
- ¿Y cachaste con él?
- Esa misma tarde. Lo invité a que venga, y lo hicimos en la sala. Comenzamos con un 69, y luego se la clavé, y él me la clavó.
- ¿Y qué tal?
- Chévere. Medio violento para meterla, pero rico.
En las duchas del personal, Nando estaba de pie dentro del espacio enlosetado bajo una de las regaderas, contemplándose en los espejos de la pared de enfrente. Tenía los brazos levantados, y con la luz que se filtraba de los corredores, intuía su masividad, lo hinchado de su pecho, el acabado de su peinado, la tinta negra de uno de sus tatuajes.
De rodillas, a sus pies, Gabo se había encargado de que la erección del musculoso no decayera, usando su boca como herramienta. Minutos antes, ambos habían entrado escapando de que David los descubriera, y sin mediar más orden que pedir una mamada, el más joven de la parcela obedeció.
Claro que para Gabo, todo eso le parecía surrealista. Pero nada podía negar que el pene del chico más sexy de ahí estuviera aprisionado entre sus labios, mientras que sus manos acariciaban sus muslos y grandes nalgas llenas de vellos.
- Chúpame los huevos.
Gabo dejó la verga y se concentró en los testículos de Nando, también llenos de vello.
Sin dejar de mirarse en el espejo, Nando comenzó a pajearse., lento al inicio, pero poco a poco le fue incrementando intensidad.
En la penumbra reflejada en el espejo, trató de ver cómo su rostro cambiaba de una narcicista expresión de soberbia a un arrecho gesto de auto-satisfacción, mientras comenzaba a jadear despacio pero profundo.
- Apriétame las nalgas.
Sin soltar sus huevos, Gabo incrementó la presión de sus manos sobre los duros glúteos de Nando, quien, en un espasmo, disparó cuatro potentes chorros de semen hacia la oscuridad. Cuando ya había dado el cuarto, siguió sobándose su miembro mientras abandonaba su rigidez.
- Ya… suficiente por hoy.
Gabo aprovechó para robar una gota de semen mientras dejaba los huevos de Nando. Apenas si detectó el sabor ocre del fluído.
El musculoso abrió una de las duchas, se lavó de pies a cabeza, se pasó algo de jabón que encontró a tientas, y, sin secarse, salió de esa habitación sin cruzar más palabras con un Gabo que se quedaba solo, y extrañado por algo raro en su cabello. Al pasarse las manos, notó que era una de las ráfagas de semen de Nando. Se la limpió con la mano, y la lamió. Se quedó allí algunos minutos más, se lavó y se fue al cuarto de Wilfredo, quien seguía ausente de la cama que ambos compartían.
Cuando Gabo abrió los ojos de nuevo, la mañana estaba ya empezada, con sol radiante. Se puso su ropa velozmente y fue a la cocina. Jerry estaba preparando el almuerzo.
- Hola, dormilón.
- ¿Todos ya desayunaron?
- Sí. Son las nueve. ¿Qué te pasó? ¿Por qué se te pegaron las sábanas?
Gabo iba a revelar los detalles de la fellatio de la noche anterior a Nando, pero la primera oración se estancó en su garganta y no pudo salir.
Durante el almuerzo, Gabo ayudó a Jerry a servir la mesa. Cuando colocó el plato, el vaso y los cubiertos a Nando, buscó por todos los medios de cruzar su risueña mirada con la del fortachón… sin éxito. El aludido no dejaba de conversar con Jano y Wilfredo, mientras Raúl y Pancho les escuchaban atentamente.
David no estaba porque había salido a abrir las cuentas de ahorro para depositar los sueldos de los chicos.
Gabo se sentó a comer callado, decepcionado, desanimado. Casi no probó bocado.
Cuando todos abandonaron la mesa, Jerry se le acercó.
- ¿Me vas a decir qué tienes?
Gabo alzó sus ojos brillantes, a punto de soltar lágrima.
- Nada.
Gabo se levantó de la mesa y se fue a su cuarto, se tendió sobre su cama, boca abajo.
Por largo rato, lloró desconsoladamente.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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