viernes, 1 de junio de 2012

La Parcela (2): Sazonando un culo

Wilfredo estaba a punto de blandir la varilla de fierro como objeto disuasivo ante los dos extraños, mientras que su fierro de la entrepierna había regresado a ser ese pacífico músculo blando de 9 centímetros de largo, moreno con manchitas marrones.
Era evidente que los dos tipos agarrados que estaban esperando afuera eran supremamente mas fuertes que él.
- Nando, parece que nos equivocamos.
- ¿Nando?
Wilfredo se relajó, dudó. El desconcertado blancón fornido trató de explicar.
- Sí, yo soy Nando. Fernando, pero más me dicen Nando. ¿En serio Jano no le dijo sobre mi?
- Esteee... bueno sí, el joven alejandro mencionó que vendría un Nando con un amigo.
- Ése soy yo. Y este es mi amigo, Raúl.
- Ah, mierda. Disculpe la equivocación. Es que he oído sobre los asaltos, y...
Wilfredo sacó la llave de su bolsillo, cuyo peso le dejaba media nalga derecha velluda al descubierto. Jaló el picaporte, y abrió la puertecilla.
Los dos muchachos entraron, y era como estar en un mundo distinto: un hermoso y tupido jardín enmarcaba una casa de material noble, enlucido, pintada de blanco, con tejas en el techo, de un solo piso. Pero justo a la derecha del portón, había una especie de casa más pequeña de un solo piso con la ppuerta y la ventana cerradas.
- Pasen para llevarlos a su cuarto.
Entraron por el costado izquierdo de la casa grande. Wilfredo les abrió una puerta.
- Ésta es la cocina y el comedor.
Bajo una ventana cubierta con blancas cortinas, una estufa a gas, una mesa de mayólica celeste y un lavavo de aluminio en la pared del fondo. Al medio de la habitación una mesa de madera con dos bancos en hilera a cada costado y una silla solitaria de madera en el lado más angosto, con una ventana también cubierta con blancas cortinas, que daba a un jardín interior, y que servía como separador a la otra ala de la casa, donde habían tres puertas.
- La de la izquierda es mi cuarto, la de la derecha es el water, y al centro está su cuarto.
Entró allí y abrió la ventana.  El espacio tenía paredes de un color crema cálido, suelo de cemento rojo con cuadrícula, y una puerta del otro lado. En el suelo se apiñaban tres colchones y trapos que parecían ser sábanas blancas.
- Yo mismo limpié el cuarto ayer, pero como ustedes vivirán acá, se encargarán de eso.
- Y... ¿hay dónde bañarse?
Ante el requerimiento del alto, blanco y fortachón, Wilfredo abrió la otra puerta. Había una especie de patio con un cobertizo, algunos sillones de paja raída, y una puerta al fondo tapada por una cortina plástica.  A sus espaldas, toda la parcela delineada por una fila de limoneros.
Wilfredo abrió la cortina.
- Hola.
En la habitación forrada de mayólicas blancas bajo un cielo raso se veían dos regaderas, y un pequeño foso, colgadores del otro lado.
Debajo de una de las duchas, Gabo, mojado, desnudo, y de espaldas a los visitantes, se enjabonaba las nalgas.
Mientras Wilfredo tragaba saliva ruidosamente, Nando y Raúl se miraron brevemente, y contestaron el saludo al unísono.
- Es-es-este es mi sobrino Ga-Gabo.
- Hola chicos. Disculpen.
- Descuida.
Nando, el blanco fortachón, le lanzó una mirada pícara.
Los tres regresaron al cuarto, y dejaron sus mochilas. Nando se estiró, luciendo toda la musculatura debajo de una camiseta manga cero y un jean ceñidos.
- Será necesario inspeccionar toda la plantación. ¿qué están produciendo?
- Limón, mango, frejol chileno, palta...
- Palta o aguacate... ¿y qué tal palta da acá?
- Buena; pero no es temporada aún.
- Claro... ¿Puede acompañarnos para hacer una especie de catastro?
- Pero, primero desayunemos.
Los dos muchachos aceptaron. Wilfredo pidió retirarse. salió hacia su cuarto, y justo detrás de él, iba Gabo en una breve toalla. Miró hacia el cuarto de los recién llegados y buscó de nuevo los ojos de Nando. Fue correspondido al menos por unos segundos.
- Una bebita ese huevón.
- ¿Buen culito tiene.
- Tranquilo, 'on. Mejor prepárate para ver el terreno.
- ¿Cuanto te dijo Jano que era?
- 25 hectáreas. Nos tomará un par de horas. Casi son las nueve. Antes de mediodía nos desocupamos, y por la tarde hago los cuadros.
En el cuarto del costado, Wilfredo regañaba en voz baja a Gabo por el roche.
- Ten cuidado, so mierda.
- ¡Ayshh! Seguro se van a bañar juntos y se verán calatos, ¿no?
- Yo me voy con ellos a ver el terreno. quédate aquí atento para cuando llegue Jerry. Dile que se haga algo suave nomás. Ah, y limonada en cantidad.
- Ya, tío.
Todos desayunaron velozmente un plato con cuatro humitas recalentadas, un generoso pedazo de queso y café negro pasado algo tibio. Lo devoraron en un cuarto de hora y salieron al fondo de la propiedad, menos Gabo, quien se quedó solo en la cocina, alucinando con el cuerpazo de Nando.
La campana sonó unos veinte minutos después. Gabo, vistiendo un bibidí desteñido y una bermuda de tela, que resaltaba sus glúteos fue a atender.
Era Jerry, un chico de unos 27 años, delgado pero con una incipiente masa muscular, aunque sin llegar a ser atlético; era trigueño, no tan alto, peinado en copete modelado con fijador. vestía un polo de mangas cortitas con un curioso diseño de una cruz en llamas, y un jean que, sin pegarse al cuerpo, revelaba unas piernas poderosas y fuertes, amén de un trasero levantado.
- ¡Gabito, amigo!
- ¡Hola Jerry!
Gabo le ayudó con una canasta de nylon donde llevaba algunas cosas para cocinar.
- ¿Y el resto?
- aquí en mi mochila.
Jerry le mostró el objeto de color negro, colgado de su hombro izquierdo.
Ya en la cocina, Jerry dispuso todo para preparar los alimentos.
- Dijo mi tío que algo ligero. Ah, y mucha limonada.
- ¿Cuántos son?
- A ver... mi tío, yo, el chico blanco agarrado, el otro moreno cuerponcito, y tú.
- Cinco en total. Así que ya llegaron los chicos. ¿Y Janito?
- No sé. No ha llamado todavía.
- ¿Cómo es eso que hay dos cuerpones?
- Ah sí. Si los vieras. Uno blanco alto, musculoso; el otro moreno, algo más bajo, pero no tan cuerpón.
Jerry se rió.
- Ay, ese Jano. espero que no se le haya olvidado que necesita jornaleros, no modelos. ¿Y dónde están?
- se fueron a ver toda la parcela, hace como media hora.
- Ah... ¿y cuál te gusta?
- Aysh, ¿qué dices?
- Ay, Gabito, Gabito, Gabito. Y eso que no te pregunté cómo te fue con el arrecho de tu tío, anoche.
- Pueeessss... cachamos.
Jerry se acercó a Gabo, en actitud intimista.
- O sea, ya te rompió ese culito, ¿no?
- ¿qué dices?
- Anoche, con el cañazo, también te pusiste arrecho. ¿Te acuerdas cuando se fue el Wilfredo al baño, y te dejaste tocar las piernas?
- Estaba borrachito.
- Tienes ricas piernas.
Jerry se acercó hasta que su torso hizo contacto con el de Gabo. Juntó su boca a la del chico y le dio un beso francés. Gabo reaccionó sobresaltado.
- Pueden venir.
- Se han ido a ver la parcela. Demorarán.
Gabo se relajó y se unió en un abrazo, mientras sellaba sus labios con los del cocinero. Comenzó a sentir un gran bulto en sus pantalones, pero no pudo precisar si era suyo.
- ¿Ayer cumpliste 18, cierto?
- Sí. ¿Por qué?
Volvieron a besarse. Jerry acarició la espalda y el trasero a Gabo.
- Tienes el culo rico. ¿Te comiste la anaconda de Wilfredo?
- ¿Cómo sabes que es grande?
- Los chicos del pueblo lo saben: lo han visto calato bañándose en el canal luego del fútbol.
Jerry comenzó a besar el cuello a Gabo, quien sentía una excitación creciente, pero diferente de la que experimentó la noche anterior, y esa mañana temprano con su tío.
Los dos avanzaron hasta llegar al borde de la mesa de la cocina.
- Voltéate.
Gabo obedeció. Jerry juntó su cuerpo y comenzó a sobar su bulto duro contra las nalgas del otro muchacho, mientras las manos le exploraban el duro abdomen, y pellizzcaban las tetillas erectas.
Entonces, de un solo tirón, bajó la bermuda y el calzoncillo tipo suspensor, hasta dejarle las nalgas al aire.
- Agáchate y abre tus piernas.
Jerry tomó cada nalga con sus manos, las separó y, arrodillado, le practicó un beso negro. Su lenguas se hacía una cuña de carne queriendo horadar el ano dilatado de Gabo, quien se retorcía de placer, mientras se apoyaba en la mesa del comedor.
- ¡Ay. Así. Ajjj. Ay, qué rico. sigue. Sigue!
Jerry siguió metiéndole lengua al ano unos minutos más, se puso de pie, abrió uno de los bolsillos de su mochila, sacó un condón, se desabotonó el pantalón y se lo bajó  hasta las caderas, boxer con pretina incluído, se colocó el preservativo, sacó un chisguetito y se untó un gel a lo largo de su falo de 18 centímetros, y comenzó a magreárselo.
- Quédate como te dejé. No te va a doler.
Se levantó su camiseta, descubriendo su abdomen de tabla de lavar, puso el glande en el ano de Gabo y poco a poco comenzó la penetración. El lubricante hizo sencilla la maniobra, y en diez segundos, el orificio del chico era placenteramente invadido por segunda vez en menos de cuatro horas.
Los dos comenzaron a gemir y a jadear.
- ¿Te gusta, Gabito?
- Sí, Jerry. sigue. Cachas rico, huevón.
- Ahhh... me encanta tu culo.
- Tienes una pinga rica.
- Claro, Gabito, ideal para sazonarte ese culito.
Jerry, poco a poco, le daba más velocidad a su penetración, en tanto que Gabo paraba más el culo, como queriendo recibir más que el pene.
Con el movimiento, la bermuda y el jean cayeron a las rodillas de cada quien.
Jerry procuraba demorar tanto como podía, total, lo que iba a hacer esa mañana, teniendo en cuenta el requerimiento de Wilfredo, no tomaría mucho tiempo. Sin embargo, su cerebro no pudo aguantar lo planeado. Cuando Jerry se disponía a disparar su semen dentro del culo de Gabo, una silueta esbelta y recia se apareció en la puerta.
Jerry se quedó helado.

(CONTINUARÁ...)
©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones son mera coincidencia.
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