martes, 30 de octubre de 2012

Casa De-Formación (17): Día de playa

Hunks of Piura

El auto de la Comunidad del Buen Camino ha dejado la carretera y ahora toma una especie de trocha de tierra flanqueada a la derecha por un enorme cerro.

-          Esa es la silla de Paita – El Reverendo Alexander funge de guía turístico. – Dicen que allí se aparece el demonio, o ven OVNIs.

Al Reverendo Rafael le inquieta llegar a ver al hermano mar, de quien se ha separado hace como unas cuatro semanas.

El vehículo  arriba a una tranquera rudimentaria, hecha con troncos de hualtaco, una soga y una piedra. En una caseta de adobe, un joven, con una camiseta ceñida que dice “Regimiento MGP 015 Paita”, un short negro parecido al que suele usar Jorge y sandalias, se acerca a la ventanilla del conductor.

-          Buenos días. ¿a dónde van?

-           Buenos días, ¿cómo te llamas?

-           Henry. Henry Yamunaqué.

-           Soy el Reverendo Roberto González. Venimos a la casa de los Vallellano.

-           ¿Tiene carnet?

Sin quitarle los ojos de encima, pues el mozo de piel prieta es agradable físicamente (de la cabeza a los pies), el Reverendo Roberto le alcanza el documento. Henry lo verifica, lo devuelve y eleva la tranca.

-          Pasen señores.

-           ¿Hasta qué hora trabajas?

-           De aquí hasta la una.

-           Si quieres nos vas a ver.

-           Ya señor. Gracias.

Mientras Alexander se hace el desentendido, Rafael no oculta su extrañeza.

-          ¿Y esa invitación?

-           Rafael, me extraña la pregunta. ¿Acaso Dios no hizo la playa para todos?

Rafael siente que no tiene argumentos en ese momento, pues el horizonte comienza a aparecer y la brisa corre hacia su cara. Alexander lo mira de reojo. Roberto sabe que las podía cagar en ese momento, pero no tendría otra oportunidad.

 

La casa de playa es una construcción sencilla, de adobe color blanco, edificada en lo que parece ser un pequeño promontorio sobre la playa. Hay una torrecita de hierro oxidado con un tanque de agua en su cima.

El auto se estaciona frente a la entrada. Los tres bajan, y al unísono aspiran tan profundo como pueden.

-          Bendiciones al Altísimo por la naturaleza.

 

Tras acomodar las cosas dentro de la casa (y descubrir que sólo hay dos camas), los tres deciden disfrutar de la playa. Bajan una pequeña cuesta de unos dos metros y tienen una gran porción de arena a su disposición. Ni un alma a lo que alcanza la vista, excepto ellos.

A la derecha hay una colina que se adentra en el mar, y algo que parece ser un túnel.

- Bien, Reverendos. ¡Patos al agua! – Alexander se desnuda y corre hacia el mar, llega a la primera rompiente y se clava. Tras unos segundos reaparece en una cresta y saluda a sus compañeros de comunidad.

Roberto se desnuda también e imita al superior. Rafael lamenta no haber traído ropa de baño, pero si éstos dos se han metido con las bolas al aire… ¿por qué él no?

 

Tras nadar, y acomodar grandes toallas sobre la arena, Rafael se olvida del pudor y comienza a volearse con Roberto, mientras Alexander mira la escena echado, tomando sol. A veces Rafael hace unas salvadas dignas de olimpiada que revelan un ano pito entre aquellas nalgas con pequitas. El superior debe cerrar los ojos y pensar en otra cosa para evitar una erección.

De pronto, siente que alguien le hace sombra.

-          ¿Tú no juegas?

-           No Rafael, pero se me ocurrió correr por la orilla. ¿Vienes conmigo?

-           No. Quiero descansar algo.

-           OK. ¿Y tú, Roberto?

-           Bueno. ¿Por qué no?

Los dos comienzan a trotar en dirección de la cueva. Cuando parecen estar a punto de llegar, Rafael siente que no está solo. Voltea y ve que alguien baja el desnivel. En sólo segundos, mira si hay algo contundente cerca: la cuchilla suiza de Alexander está a la mano. Se abalanza a cogerla y abrir la hoja de la navaja.

El sujeto se da la vuelta.

-          señor. Soy yo, Henry.

Rafael reconoce al portero y se tira al suelo: su trasero queda mirando al sol mientras adopta la postura de cuerpo a tierra, o, mejor dicho, a la toalla.

-          ah, s-s-sí. ¿Q-q-q-qué pasó?

-           Nada. Los venía a ver, como me dijo don Roberto.

-           Ah, sí. Se fue a trotar por allá.

Rafael señala hacia la cueva. En efecto, los dos religiosos desnudos se acercan hacia ellos.

-          ¡Henry, viniste! ¿Quieres trotar?

-           ¡No! ¡Mas bien quiero darme un baño!

-           Entonces, calatéate. ¡Vamos al agua!

Con una gran sonrisa, y sin hacerse de rogar, el chico se quita la camiseta, el short, un ceñido slip y corre al encuentro del Reverendo Roberto.

-          Algo me dice que las marcas de bañadores quiebran en Piura.

-           Así es, Rafael. Desafortunadamente, no hay bañadores para chalones.

-           ¿Chalones?

-           Vergones, pues.

Rafael y Alexander se ríen a carcajadas, y por fin el primero decide girar y mostrar las joyas de su familia, aparentemente, consagradas en celibato. Al fondo, Roberto y Henry salen y entran entre las olas, el segundo con mayor maestría que el religioso.

-          Nada que hacer. Ésta es gente de mar.

 

Tras el almuerzo, Henry y Roberto deciden caminar hasta la cueva, mientras los otros dos religiosos descansan un poco en la casa.

-          ¿Llevasu cámara?

-           Sí. Me has intrigado con lo que hay después de la cueva.

-           Vamos rápido antes que suba la marea.

Al bajar a la playa, los dos repiten el ritual de desnudarse, y emprender la marcha a paso ligero.

Al trasponer la oquedad, el espectáculo conmueve a Roberto: una suerte de abismo escalonado con piedras en tonos de grises a rojizos se elevan hasta donde alcanza su vista, formando una pared en forma de U, que se cierra en otra colina pétrea adentrada a la mar, y reaparece más allá a manera de islote, que las olas cubren y descubren rítmicamente. En el medio, un pedazo de tierra de unos 50 metros., que es toda la playa.

-          De la puta madre. ¿Cómo se llama aquí.

-           Aquí le decimos El Moridero, porque allá arriba vienen a morir los pelícanos, gabiotas, todas las aves de por acá.

Roberto prende la cámara y comienza a tirar fotos como desesperado.

-          ¿Sabes manejarla?

-           ¿Cómo es?

-           Miras por esta pantallita, presionas este botón, y ya.

Roberto corre a treparse cuidadosamente en una de las gradas, cuidando de no rasparse, y comienza  a posar.

-          ¿Pero así quieres las fotos?

-           ¿Cómo así?

-           Así pues. Calato.

-           ¡Como las huevas!

El moreno desnudo posa tanto como puede, y como puede. Eleva una pierna, se recuesta sobre la roca, se pone en cuclillas… el pene flácido y las bolas cuelgan en cada encuadre.

-          A ver, cómo salieron… Oye, no está mal. Tienes ojo para la fotografía.

-           Gracias.

-           ¿Te tomo fotos?

-           Pero…

-           Ah, perdón. Estás calato.

-           No, no es eso, sino cómo me las mandarás.

-           Yo te las traigo. Palabra.

-           ¿seguro?

-           Si, porque tenemos que regresar en quince días.

-           Ya pues.

-           ¿O es que te paltea posar sin ropa?

-           No, para nada. Ya lo hice antes.

-            ¿Sí? ¿Cuándo?

-           Cuando servía en la Marina, hace dos años.

-           ¿Y cómo fue?

-           Un día que salimos de descanso, nos fuimos a un bar a tomar unas chelas. Un gringo me hizo el habla, y me dijo pa’tomarme fotos calato. Fuimos a un telo y ya. Me tomó con ropa, con calzoncillo, calato, con la pinga parada, y ya. Después me pagó quinientos soles.

-           ¿Y las fotos?

-           No sé. Nunca más lo vi. Le di mi correo, pero nunca me las mandó.

-           Pero yo no puedo darte plata.

-           Normal. No te  preocupes. Yo sé que me las traerás. Mas bien, tómamelas… antes que suba la marea.

Henry toma posición y se luce como un modelo experimentado. Sabe cuándo sonreír, cuándo torcer la boca, o cuándo no hacer gesto alguno; maneja sus ángulos. Tiene pectorales, bíceps, abdomen, piernas y glúteos marcados e hinchados, sin ser un  cuerpo de culturista o algo por el estilo. Su verga, algo grande e incircuncisa, está coronada por una matita de vello púbico evidentemente recortado, y el escroto es lampiño.

Cada pose es sensualidad pura y natural. Roberto entiende por qué aquel gringo lo llamó. No deja de tirar fotos.

-          ¿Dices que también te tomó con la pinga parada?

-           Sí.

-           ¿Y no te dio vergüenza?

-           No.

-           Pero… ¿te costó ponerte la verga dura?

-           No. Se me para al toque.

-           ¿En serio?

-           Sí. Mira.

De la nada, Henry comienza acariciarse su miembro, y éste crece evidentemente. Rafael deja de obturar, entreabriendo su boca.

-          No dejes de tomar fotos, si no se baja.

-          El moreno acata la orden. Reinicia la sesión. Entonces, Henry muestra su falo completamente erecto, al que comienza a masturbar. Lo mira, y mientras se autocomplace, mira a la cámara con un gesto arrecho, de modelo triple X.

Roberto no puede contener su erección tampoco.

En un momento determinado, Henry se reclina sobre la roca, cierra los ojos, comienza a tener espasmos.

-          Las voy a dar.

Un gran chorrro de semen se dispara hacia sus pectorales, otro hacia su abdomen, otros dos inundan su ombligo y el último se dispersa entre su mano derecha, que aferra su miembro. Todo queda registrado en las fotos.

-          También estás arrecho, ¿no?

Roberto recién es consciente de su excitación, y se avergüenza un poco.

-          Disculpa.

-           Como las huevas. Ven acá.

El religioso se aproxima y siente que la mano del exmarino se apodera de su gran pene. Lo masajea fuertemente.

-          ¿Tienes condones?

-           Aquí no.

-           ¡Qué mierda! Sóbamela en el culo.

Henry se voltea y le ofrece las nalgas a Roberto, quien encaja sus casi veinte centímetros  en medio de la raja, balancea su pelvis. En un par de minutos, ráfagas de leche se proyectan sobre la espalda de Henry. Ambos jadean.

-          Me voy a lavar.

Apenas Henry corre un trecho, cuando por la puerta del túnel aparece Alexander.

Hay unos veinte metros de distancia. El superior sonríe y vuelve tras sus pasos.

Roberto se siente desconcertado, mientras una olita rompe a sus pies. La marea ha comenzado a subir.

 

Por la noche, Henry se queda con los tres religiosos en la casa. Sus padres están en Paita, no hay nadie en su casa, y, para colmo, no le dejaron la llave.

Entre las provisiones hay jamonada, pan integral, frutas en conserva, y dos botellas de vino. En esa secuencia se fue consumiendo todo. De fondo, rock de los noventa.

La conversa es distendida, y el vino se agota entre los chistes de alexander, los relatos ‘surfer’ de Rafael y las vivencias de Henry en el servicio militar, aún vívidas a sus 22 años.

Con el último sorbo de vino, se apaga la música y todos se van a dormir.

Tal como lo decidieron más temprano, Rafael y Roberto comparten una de las camas; por lo tanto, Henry se irá con Alexander. Parece que la brisa marina se llevó por el éter el título de “Reverendo”.

Tras orar, Rafael y Roberto se van a su dormitorio. Se desnudan, se acuestan, conversan cinco minutos después de darse las buenas noches, y, sin quererlo, se quedan dormidos.

A medianoche, Rafael siente la necesidad de orinar. Va al baño sin hacer ruido. Antes de entrar, siente unos jadeos apagados. No le toma interés (“debe ser la brisa”). A tientas encuentra el inodoro, y dispara su chorro.

Al regresar a su cama, y acostarse, sus manos se topan con el trasero de Roberto. Es suave al tacto. Lo que no es suave es cómo su pene se llena de sangre y se agranda hasta sus dimensiones colosales.

Rápidamente le da la espalda a su compañero de lecho, de cuarto, de comunidad, y recuerda vagamente que la castidad no aplica para su mano.

No puede ver dónde eyacula en medio de la oscuridad, pero tiene fe que el piso de barro apisonado, absorba su masculino fluído.

Por fin, puede dormir.

En el otro dormitorio, Alexander y Henry no dejan de batallar sobre el colchón que han bajado al suelo. Como consecuencia de la refriega, ambos pierden además de sudor, aquel líquido blanco pegajoso, cuya salida viene precedida de un intenso cosquilleo en el bajo vientre y una gran, enorme sensación de bienestar.

Mañana, antes que los otros dos lo descubran, Henry se deshará de los pedazos de papel

 

higiénico y de los tres condones que Alexander usó para penetrarlo por el culo.

 

(CONTINUARÁ…)

 

Escrito por N-Ass. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe al autor: hunks.piura@gmail.com o deja tu comentario aquí.

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