lunes, 27 de febrero de 2023

Lucas: Un ron por ese chibolo

Soy Lucas, vivo en Piura,  y tengo 38 años. Mi obsesión son los chibolos de 22 años, delgados pero formaditos. ¿Por qué?

 


Hace un tiempo yo chambeaba en Chiclayo. Un miércoles me encontré en un grupo de contactos gay a un chibolo de 20 años. Le mandé solicitud, me aceptó, chateamos buen rato, me cayó simpático, quedamos para vernos el sábado. Esa noche y las siguientes hasta el viernes, aluciné follando sin control con él en mi cama, inundando su ano con mi semen.

 

No había momento en que me quedara calato en la cama, pusiera dura mi verga de 15 centímetros y la frotara contra la almohada hasta que se me saliera la leche imaginando que perforaba su sabroso culito. Ni las duchas frías que tomaba me bajaban la calentura. ¡a la mierda! Cuánto esperma me hizo botar ese conchesumare.

 

Llegó el sábado. Como le dije que tenía sitio, organicé mi cuarto para que la cita fuese lo más placentera posible. Me fui bien animado a chambear.

 

A eso del mediodía, el huevón me pasó un mensaje: “No creo que la haga, causa… tengo un culo de trabajos de la universidad por entregar” ¡Carajo!, me dije. ¡Y qué iba hacerme esa noche? Porque si él tenía un culo de trabajos, yo no había dejado de alucinar cómo sería probar su culo mientras le hacía el amor. Ni modo. Me resigné. Algo haría. Quizás… pajearme como loco.

 

Salí de la chamba a eso de las seis y media de la tarde cuando otro mensaje me entró. Era el mismo chibolo. Yo estaba desganado, así que no le di bola. Pero el chico insistió. “Al diablo mis trabajos… ¿dónde nos vemos?” Puta madre. De solo pensarlo, se me fue el cansancio y hasta mi verga se puso dura bajo mi ropa. Y ya sentía el bóxer húmedo porque cuando se me para, lubrico como mierda.

 

Quedamos de vernos en el Paseo de las Musas. A pesar que yo había deseado ese momento, estaba medio nervioso. Me compré un roncito y me puse a tomar un poco como para darme valor. La huevada es que el chibolo no aparecía por ningún lado. Decidí acabarme la chata e irme a joder a otra parte.

 

Ya estaba tomando el último vaso cuando él apareció.

“Disculpa, brother”, me dijo todo humilde. “traté de zafarme, pero una vaina y otra…”

¿De qué vainas habla este huevón? Mejor estaba mi vaina, otra vez al palo, lubricando, especialmente con esa ropa entallada que le marcaba su físico, y ese pitillo que le destacaba su culito bien redondito y sus piernas gruesitas y firmes.

“Practico fútbol”, me contó cuando se sentó a conversar.

Compré otro ron y comenzamos a hablar. Le invité pero no quiso. Nos caímos en gracia. Cuando se acabó la segunda chata, llegó la duda:

“¿Dónde la seguimos?”, le dije, con la esperanza de que ya quisiera que cachemos.

“Vamos a la disco”, me propuso. No era precisamente lo que tenía en mente, primero porque ya le tenía hambre a ese culito y segundo porque no soy bueno bailando. Obvio, no le dije eso.

“OK… vamos”, le dije.

 

La pasamos bien en la disco. Como ya la había comenzado con ron, la seguí con ron. Quizás eso me dio valor para bailar. No sé ni cómo lo hice, o si hice el ridículo, pero el caso fue que también el chibolo aceptó tomar unos vasitos. Aprovechando la penumbra, me le acerqué y mi mano traviesa le acarició una nalga: estaba durita. Imagínense cuando nos tocó perrear, ahora era mi pinga la que se había puesto no durita al rozar su trasero… ¿estaba duraza!

“¿La seguimos en otro lado?”, le consulté.

“¿Dónde?”

 

En veinte minutos ya estábamos en mi cuarto. Apenas cerramos la puerta, nos besamos en la boca como locos. Qué rico sentir su lengua. Me imagino que le excitó mi aliento a ron. Comenzamos a quitarnos la ropa.

 

Ya calatos, nos abrazamos fuerte y dejamos que nuestras pingas duras se frotaran y rozaran. La suya también lubricaba un montón. Mientras nos besábamos, subimos a la cama.

 

Acaricié su culo de futbolista. Obviamente que así sin ropa era más redondito y firme que con ella. Aparte que esas nalgas lampiñas hacían que las caricias fuesen como pasar seda sobre porcelana.

 

Mis labios dejaron los suyos y comencé a besar suavemente su cuello con aroma de rico perfume varonil. ¿Bien!, dije yo. Él comenzó a gemir y jadear con tono de macho. ¿Bien, carajo!, dije yo. Los patas que se comportan como mujeres en la intimidad no me ponen nada.

 

Bajé a chuparle las tetillas. El chibolo se alocó más y acariciaba mi cabello. En realidad, me despeinaba. Seguí bajando. No tuve problema en chuparle su pene. No era largo o grueso, pero estaba ahí, levantado y duro como un gancho del que debía colgar toda mi boca caliente.

“Así, pata… la mamas bien rico”.

Succioné bien su pichula para ordeñarle un poco de precum y luego lo guardé en mi boca para buscar la suya e intercambiarlo junto a nuestras salivas mientras nos besábamos otra vez. Volví a bajar a seguirle chupando su rico pene.

 

Solito se fue acostando sobre mi cama. Abrió sus piernas para que le lama los testículos. ¿Requetebién!, dije yo. Solito levantó las piernas. Obviamente, ambos sabíamos qué queríamos.

 

Separé sus nalgas, saqué mi lengua, y, sin perder tiempo, fui a conquistar su anito cerradito. En mi excitación, quería penetrarlo solo con mi lengua. Él me agarró fuerte del cabello y quería que no deje de hacerle el beso negro. Miré un toque: ya estaba dilatándose. Decidí sopearlo más.

 

Me incorporé. Aprovechando mi saliva y mi líquido preseminal, le fui metiendo mi pene. El chibolo era tan estrecho que incluso para meterle la cabecita fue un poquito trabajoso. Así que me estiré, saqué el condón que había separado para esa noche especial, me lo puse, y luego saqué el lubricante y lo embadurné bien. Puse algo del gel en el ano de ese hermoso chico.

 

Empecé a empujarle mi pinga. Logró entrar todita poco a poco, pero, como era tan estrecho, me apretaba como mierda, y sentía que en cualquier momento ese ano iba a succionar mi falo arrancándolo de mi cuerpo. Comencé a mecerme. ¿Puta madre, por Dios! ¡qué hermosa sensación bombear ese agujero!

¡así,papito”, susurraba el chibolo. “Cáchame rico así”.

Ese pedido con voz de macho me calentó más, por lo tanto le di con todo y me moví como loco. El chibolo se quejaba medio rugiendo, como macho. Eso para mí era combustible. Le di más fuerte aún. Ambos estábamos fuera de nuestros seres entregándonos al sexo más rico que nunca antes nadie haya sentido.

 

Como me lo agarré piernas al hombro, mi pubis y mis bolas azotaban sus nalgas como un castigo placentero, que nunca desearía que acabe.

 

En un momento que tomé aliento para volverlo a cachar fuerte, él puso sus manos en mi pecho y me hizo entender que quería que me acostara. Lo hice. Ese hermoso nene se sentó sobre mi verga, se abrió bien sus nalgas y se dejó clavar por mi herramienta sexual. Comenzó a cabalgar como loco. Ahora era su hermoso culo de futbolista el que azotaba mi piel. Siguió gimiendo y jadeando. Por ratos se inclinaba y me besaba en la boca sin dejar de mover ese fabuloso trasero.

 

Estuvimos buen rato así hasta que…

“Ya las voy a dar”, le dije.

Él me sonrió.

“Quiero quitarme el condón y llenarte el culo con mi leche”, le dije.

Volvió a sonreír y me señaló su boca lo más pendejamente que puedas imaginar.

 

Cuando sentí que ya no iba a aguantar más, le dí unas nalgaditas y él se desconectó de mi pene, se arrodilló sobre mi cama y yo me puse de pie sobre ella. Me hice una paja que era capaz de arrancarme mi pinga y le di toda mi leche en su boca. Él no solo la saboreó; se la ttragó como quien traga el licor más rico del mundo.

 

Me incliné a besarlo en la boca nuevamente.

“La pasé de la puta madre”, le dije.

“Yo igual”, me respondió.

Para entonces, el efecto del ron se nos había pasado. Nos quedamos conversando un rato y cuando nos dimos cuenta, ya casi estaba amaneciendo.

 

Tuitea a Lucas | Tuitéanos | hunks.piura@gmail.com 

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