Las clases –por lo menos las dos de hoy- del Reverendo
Rafael son
dinámicas. Es fácil de entender, hace participar a los chicos, nadie
se duerme.
Se imparten en un estudio cerca de la puerta principal, lleno de
libros, con una pizarra acrílica, una mesa y sillas. Esta pieza está
unas tres gradas por encima del nivel de la sala-comedor contigua. El
aire acondicionado la mantiene fresca.
Manuel está totalmente atento. Tanto durante la mañana, como por la
tarde, así como en el desayuno y el almuerzo, se ha sentado, sin darse
cuenta, junto a Jonatan. No se molestan, ni se interrumpen.
Enfrente la situación es similar, y es que el carisma del foráneo (el
Reverendo tiene acento limeño) está comprobado.
Los otros dos Reverendos supervisan escondidos todo lo que pasa, y,
cuando se encuentran, hacen gestos aprobatorios.
El tema del día es: hacer una diferencia con una acción a la vez.
Luego de la cena, el Reverendo Rafael se ausenta y reaparece diez
minutos después.
- Hoy tendremos cine.
Todos lo celebran, y el Reverendo Roberto se apura en limpiar unas
ollas para hacer palomitas.
La película de la noche es La Era de Hielo.
Manuel es quien más disfruta las ocurrencias de los tres personajes y el bebé.
Coincidencias. A su costado, Jonatan se sonríe, mientras el resto de
la platea ríe esporádicamente, especialmente en la secuencia de la
cueva, donde todos se deslizan cual jinetes sobre pistas heladas.
Cuando la historia llega a la secuencia de las pinturas rupestres, el
silencio se apodera de todos. Poco después de que la trompa del mamut
toca la manita del niño, Manuel siente un vacío en el pecho, y una
lágrima rueda por su mejilla. A su costado, siente un estremecimiento.
Se voltea. Jonatan se frota los ojos como limpiándose algo. Al verse
descubierto por Manuel, sonríe; pero, ésta es una sonrisa tierna, un
gesto nuevo en la cara de su compañero.
Tras la ducha nocturna, Manuel sólo piensa en dormir como el bebé.
Hay un paquete sobre su cama. Lo abre.
Es un traje deportivo como el que usa el Reverendo Alexander. Sonríe y
quiere bajar a agradecer, pero juzga que eso, mejor, lo hará mañana.
Guarda el regalo en su cajón.
Se queda en calzoncillo y se mete a su cama. Sólo se cubre con la
sábana, desde la cintura hasta las rodillas.
Algún rato después entra Jonatan. Sólo viste una toalla. Cierra y
asegura la puerta. Otra vez se queda desnudo mientras termina de
secarse. A Jonatan parece no importarle que lo contemple Manuel, quien
cree que para hielo, suficiente el que acababa de ver, así que decide
romper el que se está formando en la habitación.
- ¿Te gustó la película?
- Sí. Ese perezoso es el cague de risa.
- ¿Cómo se llamaba?
- Sid.
- Claro… oye… dime una cosa.
Jonatan deja de secarse. Mira fijamente a Manuel. Casi corta su respiración…
- Lloraste cuando el elefante recordó a su hijito, ¿cierto?
Jonatan recupera el aliento, aunque no era la frase que esperaba escuchar.
- ¿Yo? Nooo. Para nada.
- Entonces, ¿por qué te sobabas los ojos?
- No me los sobaba. – Jonatan rehúye la mirada de Manuel. – Me
quitaba una basurita. Y… no era elefante, sino mamut.
- Yo sí me emocioné. Me gustó esa parte.
- ¿Sí? ¿Por qué?
- Porque la familia es importante. Todo es bonito cuando alguien te
quiere.
Jonatan se queda estático, viéndolo, conmovido.
- Sí. Es cierto.
Regresa el silencio. Un vientecillo entra y mueve la cortina.
Sin vestirse, Jonatan apaga la luz. Repentinamente, se arrodilla
frente a la cama de Manuel, y apoya sus codos sobre su colchón.
- Así que te emocionaste.
- Sí. Una vez, el Reverendo Roberto dijo que no es bueno ocultar las
emociones.
- ¿Una vez?
- Sí. En Santo Domingo.
- Acá la gente piensa lo contrario.
- Eso es porque la gente no te quiere… pero, acá adentro las cosas
son distintas.
- ¿Por eso lloraste?
- Llorar no es signo de debilidad.
- Cierto.
- El amor perfecto echa fuera al miedo. Eso dice la Palabra.
De nuevo el silencio. Jonatan no puede contenerse más.
- ¿Puedes… tocarme… la mejilla izquierda?
Manuel se ladea hacia donde los codos de Jonatan hunden su colchón.
Toca sus brazos, e instantáneamente llega hasta donde le pidieron que
llegara: humedad.
- ¿Estás llorando?
- También me emocioné.
Las manos de Manuel ahora cubren ambas mejillas de su compañero.
Vuelve a sentir el vacío en el pecho, y otra vez, dos lágrimas se
escapan de sus ojos. Se incorpora.
Jonatan y Manuel se funden en un abrazo honesto… en el silencio, las
pieles en contacto gritan mucho, aunque aún no queda claro qué.
Sollozan.
- Te prometo que mañana sí madrugaré para entrenar juntos.
El viento que entra por la ventana se hace frío.
(CONTINUARÁ…)
Escrito por N-Ass. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones son pura coincidencia. Contacta a los autores en hunks.piura@gmail.com o deja tu comentario aquí.
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