viernes, 24 de agosto de 2012

La Parcela (15): Un domingo duro y desnudo

Aquel primer sábado por la mañan

En algún departamento más o menos exclusivo, cerca del río Piura, un hombre de contextura media, de unos 40 años, estaba sentado, totalmente desnudo, en el sofá de su sala chupando la pinga de un joven blanco y musculoso, velludo, de prominentes pectorales, brazos, nalgas y piernas, estrecha cintura y amplia espalda, con un par de tatuajes étnicos entre el pectoral y el hombro izquierdos.

De pronto, el hombre se recostó sobre el sofá y levantó las piernas.

-          Ahí hay condones. Cáchame.

-          El joven, que aparenta tener unos 25, se colocó el preservativo y dejó que su amante se moje la entrada del ano con su propia saliva. Colocó la punta de su miembro en el agujero y comenzó a empujar sus 18 centímetros hacia las entrañas calientes de alguien que parecía haber encontrado el mejor vacilón para pasar la mañana del domingo.

-          Cual émbolo, el pene entraba y salía, empujando y absorbiendo el esfínter.

-           Mastúrbate.

-          El hombre tomó su pene, lo comenzó a masajear y consiguió erectarse. Cerró los ojos, mientras el joven bombeaba su pene erecto haciendo chocar sus caderas contra las algo flácidas nalgas de su compañero sexual.

-          Algunos minutos después, el hombre experimentó el orgasmo y expulsó todo su esperma en su abdomen. No es mucho, considerando que toda esa semana se ha quedado sin esposa e hijos (a juzgar por las fotos de la mesa de centro).

-           Me duele, huevón.

-          El muchacho sacó su pene, se quitó el condón, y fue al baño a botarlo. Demoró un poco y regresó a ponerse su boxer.

-           ¿Tú no las vas a dar?

-           No tengo ganas ahora.

-           ¿Entonces…?

-           Normal, pata. Tú lo necesitabas más que yo.

-          El hombre se levantó con cuidado, fue al baño y regresó con el vientre limpio. Su amante ya se ha colocado una bermuda de un raro tono turquesa.

-           ¿Entonces Jano seguirá comprando en mi tienda?

-           Mientras esté a cargo, así será. Claro que si es que no rompes el trato.

-           Claro que no, Nando. Haremos lo mismo que hicimos con tu profe de la facultad.

-          El hombre, aún desnudo, entró y salió con su billetera, sacó un billete grande y se lo dio al joven.

-           Tu comisión por la venta, y por el servicio de hoy.

-           El servicio cuesta 50, así que me debes.

-           Pensé que era cliente habitual.

-           OK, pata. No te preocupes que esta semana se tendrán que hacer más compras.

-          Ambos se despidieron dándose la mano. Antes de salir, Nando se colocó un polo manga cero, sus sandalias de cuero, y abrió la puerta.

 

Cerca de allí, en la residencia de Jano, el reloj marcó el mediodía. El chico saltó de la cama, como si fuera un resorte. Alguien tocó su puerta.

-          Hijito, ¿vas a almorzar?

-           Sí, mamá. Ahora bajo.

-          Se quitó su boxer, buscó la toalla y entró con dificultad al baño, orinó un potente chorro, y a medida que iba achicando bomba sentía que aparecía un dolor de cabeza.

-           Un duchazo contra la resaca.

-          Tras demorarse casi media hora bajo el agua, bajó y encontró a su madre con Raúl, sentados en la mesa, comenzando a comer, y conversando animadamente.

-           Dijiste que no demorarías. ¿A qué hora llegaste?

-           No recuerdo. Disculpa, vieja.

-          Aunque Jano se integró a la conversación, casi no miraba o miraba de reojo a Raúl. Cuando finalizaron, y aprovechando que sólo se quedaron los dos varones en la mesa, Jano intentó decirle algo. Cuando se animó a despegar los labios, apareció su madre.

-           ¡El postre!

 

En un pueblecito turístico en la ceja de sierra, en un gran dormitorio, escasamente decorado por la cama, una cómoda y una mesa donde hay un televisor y un reproductor de DVD, dos hombres yacían desnudos. El más delgado despertó, miró su reloj y zamaqueó a su compañero al costado.

-          ¡Pancho, la una y media! ¡Ay, cómo hemos dormido!

-          Pancho entreabrió los ojos.

-           ¿A qué hora baja el ómnibus?

-           ¡Ya pasó! Sólo te queda tomar las comvis. La siguiente sale a las tres y media.

-          Pancho se levantó de la cama, se dirigió a la amplia ventana y con cuidado corrió la cortina para ver hacia la calle.

-           Ay, primo. Sí que tienes un cuerpazo.

-          Pancho dió media vuelta y brindó una sonrisa.

-           Gracias, primo. Te mueves bien.

-           Así pasa cuando me emborracho.

-          El chico delgado se puso de pie, desnudo, se acercó a Pancho, lo tomó de los recios y grandes brazos y lo besó en la boca.

-           Gracias por traerme a mi casa.

-           De nada.

-          A medida que se besaban, la pinga de Pancho crecía hasta ponerse dura. Sin soltarse de los labios, caminaron hasta la cama y volvieron a retozar sobre ella. Luego, Pancho introdujo su enorme falo en el múltiplemente estrenado ano de su familiar.

-          Como al amanecer de ese día, y tras girar varias veces y probar diferentes poses, el semen del moreno fortachón se derramó en el condón que lo protege de un incierto pasado sexual. El reloj marcó las tres de la tarde.

-          Pancho se bañó apresuradamente, comió en la plaza del pueblo y a toda prisa tomó la combi. A lo largo del camino, miraba el curso del río al bajar hacia la parcela, y se preguntaba  a sí mismo si esa semana sería capaz de sincerarse con una persona.

-          Apenas le abrieron el portón, Gabo le rompió su ensimismamiento.

-           ¿Disfrutaste el fin de semana?

-           Sí. Creo que sí.

-           Mi tío no está. ¿Quieres ver la ropa que me compré?

-           Ya… ¿Tienes condones?

-           ¡Por supuesto!

-          En su dormitorio, Pancho y Gabo ignoraron la ropa nueva por completo, y gozaron del rico sexo. Durante todo el tiempo, Gabo tuvo que soportar los 95 kilos de recia musculatura del moreno, y los 19 centímetros de gruesa carne  dentro de su culo. El enlace carnal duró poco más de media hora, sin parar.

-           Rico, Panchito.

-           Sí, rico. Pero es sólo sexo, ¿OK? No quiero problemas.

-           OK. Por lo menos, tú dejas las cosas claras.

-          Pancho sonrió y se secó el sudor en su frente. Cómo quisiera que en realidad las cosas fueran claras.

-          De su primo, sólo quedó un buen recuerdo. Nada más.

 

En la residencia de Jano, Raúl miraba la televisión, cuando tocaron su puerta. Vestía apenas un calzoncillo.

-          ¿quién es?

-           Yo, Raúl.

-          Jano sólo vestía un short rojo algo ceñido.

-           No puedo dormir. Oye, quiero pedirte disculpas por lo que pasó esta madrugada.

-           Ah… normal… pero… ¿por qué lo hiciste?

-           ¿Por qué no me rechazaste?

-           No sé… Estoy algo palteado, no por lo de hoy, sino porque… no sé.

-           ¿sabes si Nando salió a trabajar anoche?

-           No sé. Me dijo que estaría en casa de su vieja. ¿Pasa algo con él?

-           Pasa de todo… Puta, Raúl. Creo que Nando me gusta.

-           ¡No jodas! ¿En serio? Bueno. Él no tiene pareja.

-           ¿eso es cierto, Raúl? En la parcela dicen que tú… andas con él.

-          ¡No, nada que ver! ¿Y tú no estás con David?

-           No. Para nada.

-          Mas bien, a mi me está gustando Pancho.

-           ¿Pancho? Es un buen chico. Pero, ¿crees que tú le gustes?

-           No sé… ¿y tú crees que le gustes a Nando?

-           Tampoco sé. Pero de que me gusta, me gusta.

-          Ambos chicos se quedaron en silencio, mirándose con compasión.

 

Al día siguiente, apenas amaneció, David, Raúl y Jano esperaban a Nando, a la altura del estadio, tal como se los pidió un día antes.

Llegó todo perfumado y con ropa evidentemente nueva. Saludó a todos y alargó un papel a Nando.

-          ¿Y esto?

-           Los requerimientos para esta semana. Te los separé para que los veas mejor.

-          Jano dió el papel a David y puso la camioneta en marcha.

-          Los cuatro completaron el trayecto hacia la parcela casi en silencio, con una pausa para desayunar.

-          Al llegar, Wilfredo y Gabo abrieron el portón, y adentro Pancho estaba listo para recibir las instrucciones del día.

 

(CONTINUARÁ…)

 

Escrito por Hunk01. ©2012 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Contacta al autor: hunks.piura@gmail.com

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