Es una playa larga y solitaria. Aunque el mar forma grandes olas, éstas rompen suavemente.
Dos chicos corren desnudos por la orilla. Se persiguen, compiten por saber quién es más veloz, se molestan fraternalmente entrando a la zona de resaca y chapoteando agua. Son felices.
Se cansan y se acuestan sobre la arena, uno al lado del otro. Se toman de la mano.
El sol está alto e impide ver directamente al cenit. Hay que cerrar los ojos si no queremos que la luz nos enceguezca.
El mar se escucha cual melodía.
Uno de los chicos abre sus ojos de nuevo y gira su cabeza para compartir ese momento de felicidad febril con su compañero.
Ya no está.
¿A dónde fue? Intenta llamarlo, pero ninguna voz sale de su garganta.
La inquietud se transforma en angustia.
No está. No puede gritar.
Gira. Donde antes se extendía la costa, ahora hay una alta pared de roca. Detrás, el mar que comienza a embravecer.
¿Dónde está?
¡Maldición! ¡No puede gritar! ¡Ni siquiera hablar bajito!
¡Y el mar no deja de avanzar!
Cierra sus ojos de nuevo. Debe reunir fuerzas si quiere salvarse.
Grita otra vez…
- ¡Joo…!
Abre los ojos: un dormitorio entre la umbra y la penumbra.
- ¿Qué pasa?
El rescate llega desde la cama del costado. Un joven desnudo salta, se sienta y abraza a un jadeante cuerpo firme adolescente.
- Fue una pesadilla.
- Me asusté.
- ¿Qué hora es?
El chico desnudo tantea en la mesa de noche, encuentra su reloj, presiona el botoncito de la luz.
- tres para las cinco… ¿Estás listo?
- Sí. Sí.
Jonatan prende la luz y busca su ropa de deportes: bibidí entallado elástico negro, un short pequeño gris de lycra, debajo del que se pone un suspensor que sólo protege sus genitales, mientras los elásticos dejan sus nalgas libres.
Manuel se pone el traje que encontró sobre su cama la noche anterior. Su compañero voltea a verlo.
- ¡Huau! Te queda de la puta madre.
- Gracias.
- ¿De dónde lo sacaste?
- Me lo dejaron anoche.
- Alexander.
Se trata de un body negro con ribetes blancos., delgados. Manuel también tiene un físico deseable, aunque no con la estilización de Jonatan; pero ¿acaso el ejercicio no consigue milagros?.
En el patio de la casa, está el Reverendo echado sobre una colchoneta haciendo abdominales. Inspira por la nariz; espira por la boca.
- Vaya. Tendré dos alumnos. Buenos días chicos.
Los dos atletas responden casi en coro. De nuevo, el religioso va hasta un cajoncito a sacar la cinta métrica. Jonatan se quita las zapatillas.
- 116 de hombros… 108 de pecho, bien… 85 de cintura… 97 de cadera, ¡asu!... 58 de muslo… 38 de pantorrilla… 37 de brazo… 74 kilos. ¿Cuánto mides?
- Metro 73.
- Estás bien. Pero podemos mejorarlo.
- Bestial. Empecemos.
Manuel comienza a hacer abdominales y a la primera flexión, siente que la mitad del cuerpo le duele como si estuviera herido. Jonatan y el Reverendo se miran y sonríen: el dolor del día siguiente.
Lo animan. Sin dolor, no hay ganancia, dicen.
Cuando concluye la rutina, Manuel se acerca al Reverendo.
- Gracias por la ropa. No debió molestarse.
- ¿Y quién dijo que fui yo?
- ¿No fue usted?
- ¡Ja! Eso no importa. Te queda muy, pero muy bien.
- Gracias.
- Listo, no se hable más del asunto.
Cuando suben a ducharse, Pedro sale del baño y pasa junto a ellos como si no los hubiera visto. Los chicos se miran extrañados. Le restan importancia.
- ¿Quién va primero?
- Por acá tengo una monedita. Elige: cara o sello.
- ¡Sello!
El círculo de metal da vueltas en el aire, y brilla con reflejos.
- Manuelito… ¡ganaste!
Ambos celebran la echada de suertes.
En el otro dormitorio, Pedro, muy modosito, se viste. Darwin se está peinando, y se sorprende por la ropa interior que para ese día eligió su compañero.
- A la mierda. ¿Y eso?
- Es un G-string, o hilo dental para la plebe.
- ¿Y tus viejos te dejan tener eso?
- Mis papis no se meten con mi ropa.
- Puta. Mi vieja me encuentra uno de esos y me lo quema.
- ¿Te gusta?
- Te queda más o menos.
- ¿Más o menos?
- Te falta culo.
Darwin se ríe. Pedro termina de vestirse. Comienza otro día.
Durante el primer descanso, Pedro regresa a labarse la cara.
La puerta donde la tarde anterior estuvo con Jorge luce abierta de par en par.
Se asoma.
Hay una mochila sobre la cama, y Jorge, en su clásico ‘uniforme de trabajo’ está de espaldas arreglando lo que parece ser ropa.
Pedro lo silba apiropándolo. Jorge se vuelve. Sonríe.
- ¡Pedrito! ¡Dichosos los ojos!
- Ay, gracias. También estás nice.
- Adivina qué. Voy a vivir con ustedes.
- ¿Sí? – Pedro no oculta su emoción. – No me digas que vas a formarte…
- Nooo. Nada de eso… hay gente aquí que me necesita.
Jorge guiña su ojo derecho. Pedro se siente más que halagado.
- Gracias por la consideración.
Jorge se acerca, le hace un ademán para que entre, lo besa brevemente en los labios.
- Más tarde conversamos, ¿OK?
- OK, Darling.
- Vete a clases. Ya son las nueve.
Pedro baja a prisa, y casi se choca con el Reverendo Alexander.
El superior se acerca hasta el cuarto y entra.
- espero que disfrutes la habitación. No será una suite…
- Normal. Gracias por no decir No.
- Cumple con tu trabajo.
El Reverendo entrega un estuche de cuero negro. Jorge lo recibe, y lo mira comprendiendo la orden.
- Si alguno debe irse, infórmalo. Yo me encargo del resto.
el anuncio oficial de la mudanza es hecho durante el almuerzo. No ay mayores reacciones, excepto por Pedro, quien está feliz.
A la hora de la siesta, él nota que la puerta está cerrada. Ni cómo escabullirse. Aún así se acerca.
Un papel sobresale abajo. Mira hacia atrás. Está solo. Se agacha, lo saca, lo desdobla: “Regreso del gym esta noche a las dies”.
(CONTINUARÁ…)
Escrito por N-Ass. ©2012Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Contacta al autor: hunks.piura@gmail.com
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